Bodas de Odio [eunhae]

Capítulo Cinco

Hae indicó a Hyuk que deseaba subir a sus habitaciones. Había visto, casi adivinado, que Siwon no estaba lejos y que observaba cuanto sucedía en la fiesta. Su alegría se evaporó tomo por encanto y prefirió alejarse. Hyuk lo acompañó hasta las escaleras.

Esperaba siempre de él la palabra cariñosa, el gesto que lo invitara a seguirlo; pero Hae se concretó también esa vez a desearle las buenas noches. La fiesta terminó en cuanto los amos se fueron.

Hyuk, después de beber algunos vasos de vino, se encerró en su despacho. El doctor, observándolo mientras bebía, se despidió a su vez momentos más tarde. Sooyoung aguardaba a su amo y le sonrió al verlo entrar.

—Estarás cansado, padrecito —dijo—. Ha sido un día de mucho movimiento y si mañana van a ir desde temprano para la fiesta de la bendición de los campos, será peor que hoy.

—¿Van a ir? ¿Quieres decir que no piensas acompañarnos?

—Sino necesitas mis servicios, mejor me quedaré en esta casa.

—Pensé que te gustaba salir, Sooyoung...

—Me gustan los campos, pero no la aldea, padrecito. Y la mayor parte de esa fiesta es en la plaza de la aldea. Ya verás qué bonita la ponen los muchachos, adornando las puertas de las casas con ramas y flores de papel.

—¿Y qué tengo yo que hacer, según la tradición?

—Te lo dirá el amo. A él le gusta mucho hablarte de esas cosas y ver el entusiasmo con que aceptas todas las costumbres de esta tierra.

—¿Piensas que el amo está contento, Sooyoung? —interrogó ansioso.

—Empieza a ser feliz por primera vez en su vida.

Donghae bajó la cabeza, hundiéndose como en un mar en el tumulto de sus angustias. Hyuk comenzaba a ser feliz, y a esa idea que también podía ser para él la felicidad, temblaba. Sí, temblaba pensando en Siwon, en el abismo que parecía rodearles, porque su amor por Hyuk estaba mezclado con su extraño espanto. Luego, la duda de que sólo aquel hijo que iba a llegar le interesase, se clavó en su alma como un nuevo dolor.

—¿Hyuk desea mucho tener un hijo, verdad? —preguntó.

—¿Qué hombre no lo desea, padrecito? El Rey en su palacio y el pastor en su cabaña, quieren un hijo para sentirse reyes y sólo es rey o reina para ellos quien puede darles ese hijo, rey o reina aunque sea por una hora...

Juntó las manos. Una sombra, como el recuerdo de una hora muy amarga, pasó sobre el rostro triste y dulce, para volver a la realidad casi al instante, clavando en Hae su mirada llena de gratitud.

—Cuando hayas traído un mayorazgo aquí, tú también serás feliz, padrecito; y el amo llegará a ti rendido y manso, como llegaban las palomas a comer en tu mano... ¡Eres tan lindo y tan bueno!

Hae se puso de pie, deslizando los pies en los zapatos de raso para correr hacia el tocador cercano, para asomarse al espejo, en un ansia de comprobar aquella belleza de que hablara Sooyoung, en un anhelo de ser más hermoso que todos los hombres del mundo, para conquistar por completo el corazón de Hyuk.

Después volvió hacia Sooyoung, que lo miraba sonriendo, como si adivinara su pensamiento y la anciana sierva sugirió:

—¿Porqué no te vistes mañana con un traje de campesino, padrecito? Shindong puede prestarte uno... sé que tiene uno nuevo. Volverás loco de felicidad al Príncipe. Tú tienes botas, las vi en tu equipaje... —sonrió al comentar—: porque eso sí... tus pies nadarían en las botas de Shindong.

Hae aceptó encantado la sugerencia y a la mañana siguiente entre su doncella y Sooyoung lo transformaron en el más hermoso campesino, mientras Hyuk pedía a Chunji que enganchara el coche grande; ordenaba a Shindong y a los encargados de las cocinas que vigilaran los barriles de cerveza, los sacos de pan y los corderos que iban a asarse en pleno campo. Ese día, amos y criados comían el mismo pan sentados en los surcos; el pan que daba la tierra de Gyeogsang. Después, en la plaza del pueblo se daba de comer y de beber a todo el que pasaba. Por docenas acudían a veces los mendigos para comer un día a su gusto y recoger las sobras, que les alcanzaban después para una semana.

También estaban ya levantados el doctor Dongha y Siwon.

Hyuk, con su amabilidad acostumbrada, invitó a los dos a ir a la fiesta en el mismo coche, con él y Donghae.

En ese momento los tres volvieron la cabeza hacia la escalera por la cual bajaba Hae. Tres exclamaciones distintas lo recibieron: alegremente sorprendido el doctor Jung, trémulo y tembloroso Siwon; sacudido hasta sus fibras más íntimas, intensa y gozosamente asombrado, Hyuk, quien subió impetuoso algunos peldaños hasta tomar la mano de su esposo. Tras él, gozando también de la sorpresa, Sooyoung y Bomi parecían escoltar al lindo Príncipe campesino.

—Hae... nunca me hubiera atrevido a pedirte que lo hicieras, pero acertaste con mi deseo más vivo —dijo con calor Hyuk—. Será una alegría para todos verte con ese traje.

Dongha se acercó a su vez, y murmuró galante.

—Una alegría y un orgullo, Príncipe. Aunque nací en Incheon, soy lo bastante buen coreano para amar sobre todos, este traje de nuestros campesinos, que además, le sienta a usted maravillosamente.

—Gracias, doctor, es usted muy amable...



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En el texto hay: bodas forzadas

Editado: 25.04.2023

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