Es un gran día para Stef, pero no podía disfrutarlo como era debido, porque tantas cosas estaban comenzando a abrumarla. En consecuencia, su humor no era el mejor al dejar el hospital. No le gustaba para nada dejar sola a Sofia, aunque Carlos le dijo que le haría visitas cada media hora para ver cómo se encontraba, para ella no era suficiente. Le dió un beso a su hija y se encaminó hacia la entrada del centro hospitalario. Al salir del otro lado de la calle, se encontraba una camioneta Hummer negra, que ella conocía muy bien, así que se aproximó al vehículo, subiéndose en el. Al entrar se encontró con una mano que le extendía su droga favorita, café. Así que sonrió mientras aceptaba el preciso regalo que Zacarías le entregaba.
—Muchas gracias, papi —agradeció recibiendo el vaso que contenía su sustento de los últimos días.
—De nada mi niña, ¿Lista para la prueba de hoy? —preguntó mientras arrancaba la camioneta y se incorporaba a la locura qué era el trafico de New York—. ¿Cómo está mi princesa?
—Emocionada, asustada, y curiosa por saber dónde será la prueba. Sofia está bastante mejor, por cierto, te mandó un beso y dijo que te extraña.
—Me alegra saber que Sofi está mejor y que estés más relajada con respecto a ella —Zacarías no respondió nada sobre dónde sería la prueba, lo cual le daba muy mala espina a Stef.
—No diría que estoy más relajada, todo lo contrario, estoy muy irritada. Así que hoy no estoy para idiotas, si alguien me provoca se arrepentirá de estar vivo —Zacarías tomó una bocanada de aire. Comenzó a armarse de paciencia porque sabía que sería un día largo cuándo Stef se diera cuenta dónde se realizaría la prueba.
—¿No crees que estas exagerando un poco?
—Para nada, el horno no está para bollos papá.
—Entonces Stef, te diré el lugar dónde se realizará el evento de hoy —ella le prestó toda su atención mientras le daba un trago a su café—. Como bien sabes, lo haremos en los Hamptons.
—Sí —respondió ella sabiendo muy bien hacia donde se dirigían.
—Realizaremos la prueba en la mansión Catalina —soltó, lo que se temía era realidad; harían la prueba en esa casa.
—Ah —respondió ella, no sabía que más decir, esa propiedad le traía tantos recuerdos.
—¿Recuerdas quién fue la compradora? —eso puso en alerta a Stef.
—Sí.
—Bueno, ella me ofreció la casa para realizar el ensayo de hoy —Stef cerró los ojos y apretó con mucha fuerza el vaso que contenía su preciso elixir.
—¿En serio Zacarías? ¿Eres masoquista? —tenía tantos sentimientos encontrados que ya no podía controlar lo que decía. Sabía que en unas horas más se arrepentiría. A Stanfort le dolieron sus palabras pero la entendía y en cierta parte tenía razón, era un masoquista por volver a esa casa.
—Stef... —tenía claro que las cosas no irían nada bien a partir de entonces. Que lo llamara por su nombre era un gran indicio del desastre de ese día.
—No la dejaste de ver nunca, ¿Verdad? —no era solo la casa lo que molestaba a Stef, sino que también la dueña y la relación que su padre tenía con ella.
—No —aceptó—. Pero esto no se trata de mi vida personal, sino de trabajo, por lo mismo te pido que te comportes como la profesional que eres. No quiero tonterías, Stef —dijo muy serio.
—Si esa zorra me provoca voy a responder —Zacarías suspiró cansado.
—Stef ya no eres una adolecente. Tienes una hija de ocho años y un trabajo en una de las mejores empresas de este país —ella simplemente sonrió dándole a entender que le daba igual—. Hablo muy en serio muchachita, no quiero ataques, ni sarcasmo y mucho menos golpes.
—Ya te dije, ella ataca y yo respondo, es así de sencillo —se pasó una mano por el cabello. Era lo mejor, Stef era intratable cuándo odiaba a alguien cómo lo hacía con su “amiga”.
Le dió la espalda a Zacarías, en ese preciso momento no era su persona favorita. Ella sabía que no podía meterse en la vida de su padre pero habiéndo tantas mujeres en el puto mundo, se fue a meter con la arpía más grande que existía. La sangre le hervía, no entendía como alguien tan bueno como Zacarías podía fijarse en ese tipo de mujer.
El resto del camino pasó en silencio. Poco a poco se acercaban al lugar donde su equipo esperaba para dar inicio, estaba ansiosa antes de la noticia que recibió. En serio, esperaba poder controlarse alrededor de “ella”, porque si no, sería un día largo para todos. Comenzó a aparecer ante ellos las grandes mansiones, todas y cada una de ellas espectaculares, eran una belleza para la vista, pero por primera vez Stef no disfrutaba de verlas, Zacarías era muy consciente de ello y eso solo lo hacía sentir mal. Él solo quería verla feliz, había hecho una promesa y justo en ese momento estaba fallando. Stef aunque no lo supiera era la luz de sus ojos junto con Sofia, no podía verlas tristes o sufriendo, eso le partía el corazón.
El auto se detuvo frente a un portón negro de hierro forjado que protegía la entrada principal de una mansión color blanco, Stef al ver la casa en la cual había estado parte de su adolescencia, se le formó un nudo en el estomago, esa casa fue uno de los tantos testigos de la felicidad de la familia Stanfort-Livinson. Zacarías no quería volver a esa casa pero ahí estaba de nuevo como todo un idiota masoquista, Stef tenía razón, por eso tres años atrás la había vendido. No era sano para él estar en esa casa, tenía demasiados recuerdos de lo feliz que un día fue y de lo miserable que era su vida sin su amor. Él tomó con fuerza el volante, preparándose para todo lo que se le venía encima. Volteó a ver a su hija, sus ojos conectaron. El sentimiento era mutuo, solo en ese momento Stef dejó su enojo de lado. Posó una mano en el brazo de Zacarías, lo acarició y le regaló una pequeña sonrisa.
—¿Qué te parece si entramos, papá? —él tomó la mano de Stef y le besó los nudillos mientras ponía en marcha la camioneta.
Zacarías estacionó la Hummer a la par de un Ferrari rosa. Stef al ver semejante atrocidad se tensó de inmediato.