Luke
—Daliaah será mi cita —dijo André.
—No, no lo será —contradije caminando entre los asientos de la sala
—. Eres una mierda para flirtear.
Tal vez André era lo demasiado puto, o yo lo demasiado amargado para verle el trasero a las
chicas. Eso lo consideraba enfermizo, pero para él aquello lo denominaba un placer estético de la
vida. La jodida marihuana estaba quemando sus pocas neuronas y las estaba sustituyendo por muchas hormonas.
Y lo último era real. Él no sabía flirtear. Siempre terminaba sacando como conversación el verano
de hace unos meses donde tuvo que cuidar a los perros de su vecina —los cuales— una vez vieron
un gato y él tenía enredada sus correas alrededor de sus brazos y, por pura ley, los perros
corrieron y consigo, arrastraron por todo el vecindario al chico.
Solo faltaba que su tema de conversación fuera algo: ¿Te gusta el porno? ¿Con historia o sin
historia?
O tal vez ya lo había hecho.
No sé cómo es que siempre terminaba haciendo coito con una chica diferente cada fin de semana.
—¿Por qué no? Es linda y aparte tiene un buen cuerpo —declaró levantándose del asiento donde
se encontraba.
—André, por favor —mofé.
Daliaah, una de las porristas del equipo de rugby, alguien que no combinaba con André.
Absolutamente nada. André no era feo. Más bien parecía como uno de esos tipos que se miran
tiernos, pero son unos hijos de puta. La señorita Martens le daba un aire a Emma Roberts, solo
que con cabellera castaña. Mi querido amigo estaba interesado en ella, pero por ser una cara
bonita.
—Me coqueteó aquella fiesta en la noche cuando esperaba su vaso de alcohol. Oh, vamos Luke,
solo consígueme una cita con ella, no te costaría mucho —jadeó suplicante.
—Por el amor a Dios, apenas me vea saldrá corriendo, ¿crees que quiera entablar una plática con
el drogadicto del instituto? —farfullé cansado y me puse de rodillas en el suelo.
—Sabes que no eres eso.
—Pero todos piensan que sí.
—¿Y eso afecta en lo que realmente eres? Tú y yo sabemos que no es así.
Preferí no decir nada, solamente vi por debajo de los asientos como él se volvió a sentar, pero
esta vez en uno de los peldaños de las escaleras de la sala.
Di un suspiro largo y levanté el envoltorio de chocolate que había debajo de uno de los asientos
para ponerlo en la bolsa de basura. Estúpida gente que tiende a dejar su miserable basura. ¿Por
qué demonios estaba limpiando su mugre? Oh cierto, es mi castigo.
Era viernes. Y me la estaba pasando de maravilla. Claro.
Me senté sobre mis piernas y saqué dos rollos blancos de mi bolsillo, llevé uno directamente a
mis labios y lo encendí, al momento que este desprendió su olor, la mirada del moreno fue
directamente a mí.
—¿Qué haces? ¡Se encerrará el olor! —reprendió un poco asustado.
—Sí, bueno, yo odio este maldito lugar —rechiste y sin dudarlo lleve el joint a uno de los
asientos y con la parte encendida lo hundí en él causando que se quemara y un agujero quedara
plasmado ahí.
—Estás loco —André dijo y se cubrió el rostro.
—¿Quieres? —ofrecí.
—Sí. —Se quitó las manos de la cara y se levantó para coger el otro
rollo. Eché una risa.
Nos quedamos en silencio mientras apreciábamos el humo salir de nuestras colillas. Después de
casi cinco años de amistad habíamos hecho que el silencio se volviera parte de nuestra
tranquilidad en ambos. El chico era la única persona que consideraba mi amigo. Aunque no me
gustara que lo supieran.
Quería que creyeran que no tenía. Porque odio que sepan mis cosas.
Creo que nos entendíamos más con solo compartir miradas, porque después de terminar de
consumir todo, las preguntas y nuestros lamentos salían al aire.
—¿Ahora qué hiciste?
Honestamente creo que había querido preguntar eso desde que llegó a mi lado y vio el gran
moretón en una esquina de mi labio. Esa era otra ventaja de nuestra amistad. Saber en qué
momento y cuándo preguntar algo que me haría tensar. Y eso, Weigel no lo sabía todavía.
¡Demonios!
¿Por qué siempre se tenía que meter en mis pensamientos? Estúpida pelinegra, boba e ingenua.
—Ya sabes, él gritando, yo culpándome, mi mamá solo mirando, yo diciéndole lo tanto que
arruinaba mi vida, él lo miserable y mal hijo que soy… Y creo que no puedo evitar meter el tema
de Zach… —murmuré mirando con melancolía mis dedos de la mano.
—¿Por eso te golpeó?
—Me dice algo para que no me sienta mal, pero a la vez veo venir su golpe en alguna parte de mi
cuerpo, ¿eso a que va?
—Viejo loco… —susurró y me miró—. Lo siento, sé que después de todo es tu padre.
Me encogí de hombros y fruncí mis labios.
—Fue porque descubrió que no he ido a psicología esta última semana, o creo que, porque vio un
poco de marihuana en uno de mis calcetines, o porque la perra de Jane le dijo que dejé varado el
cine durante dos días.
—¿Sabes si tu prima tiene novio? —preguntó frunciendo las cejas e ignorando lo demás.
—No lo sé, ¿por qué?
—La he visto con un chico últimamente, en la fiesta donde conocí a
Daliaah para ser exactos —informó.
Me quedé pensando unos segundos, hasta ahora no sabía nada sobre alguna conquista —o presa
como me gustaba llamarlos a mí— que ella tuviera. ¿A quién enredarás esta vez, pequeña ramera?
—Quien sea lo va a votar cuando consiga lo que quiera —dije tajante.
Miré la muñeca de André que era adornada por varias pulseras de colores y a mi mente vino algo
que me hizo sentir un poco emocionado—. André,
¿te hablas con tu tío el que tiene una deshuesadora de autos?
—Pues la última pelea que tuve fue cuando fumamos en su Jeep y lo multaron por encontrar un
rollo debajo de su asiento que tú dejaste. —Me fulminó con la mirada y le sonreí cínico—. Pero
creo que si intento dirigirle la palabra lo mínimo es que me insulte y no intente golpearme con uno
de sus feos puños, ¿por qué?
—¿Crees que tenga una furgoneta?
—Tiene dos, ¿quieres una en específico?
—Una al estilo hippie.
— Hippie —repitió pensativo—. Creo que hay una con dibujos de colores todos ñoños, ¿sirve?
—Demasiado.
—Te la consigo, pero quiero a cambio mi cita con Daliaah —
condicionó y quise meterle un golpe. Aunque le regalé una sonrisa lobuna.
—Quiero lavada por dentro y fuera esa furgoneta, y un consejo, el naranja no es para ti. —Me
levanté del suelo y tome el trapo—. Limpia los residuos del joint.
—¡Eres un cabrón! ¡Ni siquiera trabajo aquí! —gritó levantándose.
—¡Qué limpies! —Le regresé aventándole el trapo—. ¡Y quita ese asqueroso chicle que hay
debajo del asiento F-7!
??
Zev picaba con el tenedor su cóctel de frutas mientras hablaba con la chica. Fumar un poco de
hierba me estaba dando la fuerza para hacer lo siguiente. Zigzaguee entre las mesas de la cafetería hasta llegar a la mesa donde ellos dos se encontraban.
Era un alivio que el moretón que tenía hace unos días atrás ya no se viera, sino, tendría que
escuchar a la chica con sus preguntas.
—¿Interrumpo algo? —mencioné con las manos en mis bolsillos una vez estuve en frente.
De pronto la tensión se podía sentir, el ambiente se puso incómodo, Hasley miró a Zev quien tensó
la mandíbula y desvió su mirada hasta el pequeño botecillo de gelatina que tenía a un lado. Me di
la satisfacción de sentarme al lado de la chica que me miraba aturdida, en mi rostro se plasmaba
una sonrisa clara haciendo presencia de mi hoyuelo.
—No puedes venir así de la nada, estoy con Zev no puedo ir contigo —
murmuró en un aludido solamente sonoro para nosotros dos, pero yo no tenía planeado susurrar.
—No vengo por ti, Weigel… —reí mirándola con una sonrisa lobuna y su cara se tornó de un
color rojo—. Vengo por él.
Apunté con mi dedo a Zev y su rostro de vergüenza fue sustituido por uno anonadado. Ella frunció
su entrecejo remarcándolo lo suficiente para darme a entender que no entendía absolutamente nada
por parte de mis palabras.
—¿Qué? —Su voz y la del castaño pronunciaron al mismo tiempo sonando tan confundidos.
—Sí, necesito hablar contigo, Zev —dije con la voz demasiado tranquila y mirándolo fijamente
sin rechistar.
—¿Conmigo? ¿Para qué? —El chico dejó a un lado la gelatina sin quitar su rostro de ingenuo, al
igual— o inclusive peor —que el de la chica.
—¿Quieres que te lo diga en frente de ella? —Miré a la chica de arriba abajo y chisté. Su boca se
abrió en forma de indignación. Zev le dedicó una mirada durante unos segundos para volver a mí.
Él frunció los labios para luego poner su rostro neutro.
—¿En este instante? —preguntó. Hasley le echó una mala mirada.
—Sí —confirmé levantándome—. ¿Traes tu celular? —pregunté sacando el mío para mirar la
pantalla sin busca de algo en específico.
—Creo que eso es obvio —él masculló de mala forma.
Rodeé los ojos y me di la vuelta para dirigirme atrás del edificio de la
cafetería. Ya no escuché nada por parte de la chica, la cual se encontraba demasiado aturdida en
esos instantes. Lo más probable que a mis espaldas le estuviera dando una mirada acusadora a
Zev velozmente. Miré sobre mi hombro como el chico tomaba su mochila y venía hacia mi
dirección dejándola ahí sola con el signo de interrogación plasmado en su cara.