Brandwell

2. 23 DE DICIEMBRE

Empecemos esta historia con los últimos momentos en que, muy feliz de la vida, tenía mi paz mental intacta. Si, aún y con todos los problemas referente a mi incapacidad por controlar la magia, estaba en paz conmigo misma y el mundo a mi alrededor.

Empecemos, vísperas de navidad del 2018, 16 añitos recién cumplidos.

Cuando eres niña es fácil celebrar la navidad y todas esas fiestas, te sale natural porque eres inocente y crees en todo ese cuento. Pero cuando vas creciendo, te enteras que es solo una fecha comercial, aunque igual la celebras. ¿Cierto? Que genial recibir regalos sin ser tu cumpleaños, la comida, vacaciones, momentos románticos e ideales para confesarte a tu Crush —no recomendable hacer esto último—.

Sin embargo, cuando eres una bruja que viene de toda una línea ancestral de hechiceros poderosos y demás, la cosa como que se complica, ¿Pero por qué? ¿Sería contradictorio celebrarlo, así como así? ¿Ilógico? ¿Antinatural? No lo sé. Pero siempre ha sido difícil para mí desde pequeña, solo me unía a ellos siguiéndolos como borreguita, haciendo lo mismo todos los años sin ver ningún sentido a la cosa.

Si antes era complicado, ahora es peor. Tengo 16 años, soy adolescente, estoy en mi supuesta faceta rebelde donde hago lo que se me antoja y cometo los errores que marcaran mi vida. O eso creen mis padres y todos los adultos en general, típica excusa mundana.

En casa era una tradición desde que mis padres se casaron, o eso escuché de parte de mi tía Zoe. Siempre se dividían los quehaceres; mamá y mis hermanos se encargaban de las compras, yo hacía el aseo y papá se encargaba de las comidas especiales. Aunque no se dejen engañar, en realidad jamás ha cocinado nada con sus manos, todo es con magia. Claro está, no hay que negar que le queda deliciosa y no corremos peligro alguno de intoxicación o cualquier otro efecto secundario. No hasta ahora.

Y como todos los años, cada quien estaba en lo suyo. Papá estaba en la cocina, el cual es sin duda su lugar favorito en toda la casa porque es espaciosa, ordenada y puede comer todo lo que se le antoje. Decidí acercarme y aprovechar su aparente distracción para preguntarle una vez más, por millonésima ocasión.

—¿Quieres galletas, Lin? Están recién «horneadas» —recalcó esta última palabra con un guiño.

—Padrecito mío, ¿algún día le dirás a tu querida hija cual se supone es el papel de una bruja en estos tiempos y el por qué celebramos todo esto como humanos normales? —ignoré su galleta y le solté de sopetón la pregunta, esa que por tres años le he estado haciendo y no ha respondido, no de forma directa y clara.

—Claro que se lo diré, solo espera a que tengas una hermana —y sin más no pudo aguantar una carcajada que seguro sonó hasta Narnia.

—Sí, papi, muy gracioso —respondí mirándolo acusadoramente haciendo un puchero— pero en serio, ¿algún día me lo dirás? ¿O dejarás que me enfrente al cruel mundo sin saber nada?

Una vez más, la seriedad que le ponía al asunto surgió en mi voz y expresión, con la esperanza de poder obtener algo de su propia boca.

—Ya te lo he dicho— contestó mientras terminaba de decorar otras 20 galletas, pero con el rostro de Santa, solo para disimular— simplemente tratamos de celebrarla como todo el mundo, sería raro no hacerlo, ¿No crees?

—Aja —no pude más que asentir ante esa lógica.

—Ahora, si me permites —exigió con tono dulce— estoy ocupado «cocinando», así que ve a molestar a alguien más.

Y fue así como me echó de la cocina.

Me marche con mi indignación sabiendo que era caso perdido, papá con su humor solo oculta la verdad, mientras que la tía Zoe se pone súper nerviosa cuando le pregunto lo mismo, por eso sé que ocultaban algo más tras esa fachada de «familia normal».

¿Por qué lo digo? Comparemos ambas familias, la mía y la de la tía Zoe.

En mi familia todos hacemos cosas normales; mi hermano y yo vamos a la escuela, mamá trabaja como profesora de primaria y papá como pastelero en una panadería. Vamos todos los domingos a misa, nos relacionamos con nuestros vecinos y salimos a pasear como la típica familia humana. Todo normal, hasta ahí.

En cambio, no sé a qué se dedica exactamente la tía Zoe y el tío Fletcher, su esposo. Se supone que ambos son comerciantes mayoristas, vendiendo productos de aseo tanto del hogar como personal. Sin embargo, he detectado que no es del todo cierto. ¿Por qué? No creo que los inciensos, talismanes y esencias purificadoras sean productos de aseo, no para cualquier «cliente».

Además, mi querido Pinochoel juega un papel muy importante en esto. También va a la escuela, la misma que yo para mayor desgracia. Salvo que, y según él mismo, las tardes asiste a una academia de artes plásticas donde aprende a dibujar. ¿Por qué no le creo? porque con cada discusión me presume algunas de sus habilidades aprendidas en esa «academia». Si, el desgraciado también tiene el don, solo que en su caso ambos padres lo poseen. Y ahí está el interrogante mayor, ¿Por qué él si puede manejar sus poderes más que yo? Es como si ellos tuviesen toda su vida oculta, solo mostrando a nosotros una pequeñísima parte de ella.

Muchas veces intenté decirle a mamá o papá que quería ir a esa academia, con la excusa de querer aprender algún arte. Pero no, solo logré que me inscribieran en un curso de música donde aprendí a tocar la batería. Mis planes nunca salen como quiero, y los interrogantes no hacen más que aumentar. Pero, ¿Por qué aferrarse a ello? ¿Tan malo es que sepa la verdad? ¿Qué me estarán ocultando en realidad? La curiosidad era más grande que yo.




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