Brandwell

3. 24 DE DICIEMBRE

Siendo vísperas de navidad, faltando solo horas para noche buena, la casa era un caos total.

La mañana había transcurrido normal; desayunamos juntos como siempre, me encargue de lavar la loza —no se me permite usar magia hasta los 18 años—, papá y John, mi hermano, hacían las compras navideñas a última hora, como siempre. Cuando llego el medio día, trajo consigo el descontrol. Llego mi tía Zoe con la recua completa: el tío Fletcher, Pinochoel y sus dos hermanos, Francis y Lorence, que solo tienen 10 y 8 años respectivamente.

Estos dos últimos, en compañía de mi hermano que solo tiene 7 años, son peores que tres tornados juntos. Nada se salva de ellos. Y es por eso que muy a mi pesar, gastan mucho tiempo vigilando que no desarmen o incendien la casa completa, por lo que el resto de cosas por hacer quedan retrasadas por un tiempo.

¿Alguien sabe lo que es el almuerzo? Por favor, explíquenle a mi familia porque creo que se les olvido. Eran las dos de la tarde y me estaba muriendo de hambre, todo el mundo estaba distraído con la decoración y demás preparación para la cena.

LA CENA, ¿Y MI ALMUERZO? Ni siquiera pude salir a comprar algo, porque me mandaron hacer mil cosas: arreglar mi cuarto, limpiar el de mi hermano, limpiar la terraza, arreglar la decoración que se estaba desprendiendo y poner luces en mi ventana. Solo les falto pedirme decorar la luna, un mínimo detalle.

A pesar de todo el alboroto, en mi cabeza había espacio solo para dos cosas; una de ella era obviamente mi almuerzo y mi cita con Ben. Aunque no puedo decir que es una cita —lastimosamente—, solo me invito a patinar con él y sus amigos, incluyendo a mi querido primito Pinochoel. Mi vida puede ser cruel a veces —típica frase de adolescente dramática—. Solo faltaban dos horas para reunirnos y no sabía que ponerme, eso me estaba estresando un poquis. Cuando recordé algo sumamente importante: es 24 de diciembre, una tradición para estas fechas es estrenar una muda de ropa, así que me armé de todo mi valor y extorsioné a mamá. ¿Querían que celebrara como una persona normal? Que mejor forma de hacer el intento que comprando ropa.

—Hola madre querida —saludé con naturalidad.

—No contestaré ninguna pregunta, solo por si acaso —aseguró, mirándome fijamente— no es mi responsabilidad.

—Si madre, también te quiero, pero no vengo a eso —continué— solo quería pedirte un favorcito. Hoy es 24, ¿Cierto?

—¿Aja? —la duda y sospecha empezaba a dibujarse en su rostro.

—Pronto será noche buena y después navidad, ¿No? —tantee el terreno, viendo cómo se iluminaba su rostro poco a poco— porque según sé, para celebrar estas fiestas no solo es la cena y la reunión.

—¿Sí? —indagó emocionada.

—También se estrena ropa —exclamé con una enorme sonrisa.

De la misma forma en que sonrió, torció el gesto con decepción y reproche. Sin embargo, ese gesto no hizo más que hacerme reír.

—Solo te pido un poco de dinero, yo me encargaré de la compra —añadí— además ya hice todo lo que me pidieron.

Se cruzó de brazos, mirándome como si quisiera regañarme por jugar con sus sentimientos.

—Meportebiensoyunaniñabuenanoseasmala —decía apresuradamente, viendo como mi oportunidad se iba de mis manos.

—Toma y vete, antes que me arrepienta —rebuscó en su cartera, dándome lo suficiente para algo decente.

Accedió, eso fue medio fácil y poco común, a decir verdad.

Rápidamente me fui al centro comercial, eran las 2:30 así que tenía que ser más rápida que flash, aunque no iba a ser complicado. En el primer aparador que vi, había un hermoso vestido acampanado color vino tinto, con mangas bastante cortas a la altura del hombro. Me enamoré, fue a primera vista y era justo mi talla.

Al llegar a casa ya eran las 3:15, así que me apresuré al baño. Generalmente soy «medio hombre», citando palabras de mi primito por lo que no me maquillo mucho. Me gusta estar al natural, un poco de brillo a lo mucho, pero esta era una excepción, una ocasión especial. Empecé con un poco de polvo, rubor, labial rojo pero suave y un poco de sombra. Con mi nuevo vestido, unas sandalias negras, y mi cabello rizado suelto, hasta yo estaba impresionada, me veía radiante.

—Podría hacerlo más seguido, ¿No? —le dije a mi reflejo en el espejo.

Ya eran las 4, así que iba a ir directo a la casa de Ben, pero al bajar las escaleras mi primo estaba esperándome para salir juntos. No lo negaré, puede que sea un odioso total, pero es apuesto. Alto, delgado, cuerpo atlético por jugar baloncesto, cabello castaño, ojos cafés claro. Al parecer también estaba estrenando, llevaba unos vaqueros negros y una camisa a cuadros azul y negro. Se veía bien, después de todo somos familia.

Jamás olvidare la cara que puso cuando me vio bajar, casi se le desencaja la mandíbula del asombro.

—Waw, te… te ves… —titubeó asombrado— te ves bien, por fin recuerdas que eres mujer —me guiñó un ojo mientras sonreía, eso sí era raro en él.

—¿Gracias? —no sabía cómo reaccionar, ¿eso fue un cumplido? Viniendo de él no lo creo— eso creo… ¿Nos vamos?

Al salir, la tarde se veía aun brillante pero fresca. La brisa en esta temporada del año aplacaba el intenso calor del medio día, tornándose un poco fría cuando empieza a caer el sol. Era mi época favorita por eso, relajante y tranquila, además de tener vacaciones.




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