Brandwell

4. 25 DE DICIEMBRE

Jamás en mis 16 años había sentido la navidad de esta manera, tan dulce y cálida. Siempre era reacia a celebrarla, más por no saber mantener mi cabeza en orden que por otra cosa. Y no, no es por Ben, sino porque fue la primera navidad en la que no ocurrió uno de esos incidentes con Joel, es raro pero lindo. ¡Ya era hora, ¿No?!

Como es típico, los niños se despertaron temprano solo para salir corriendo a ver el árbol y abrir sus regalos. Había despertado tan de buen humor, que me uní a sus juegos. Me sentía como una niña, y hasta llegue a pensar que estaba actuando como la niña que nunca disfruto esto como se esperaba, por motivos que aun no entiendo. Si es cierto que soy bruja, llegue a pensar que eso era lo que me impedía ver la navidad como lo que es. Ya lo sé, pienso demasiado las cosas y la mayoría de ellas son puras ridiculeces. ¿Qué esperan? Soy una adolescente «normal», ¿No?

Además, papá celebra perfectamente la navidad, la tía Zoe lo hace, hasta mis primos Francis, Lorence y Joel lo hacen siendo de la misma familia y naturaleza mágica. Entonces, ya estaba más que entendido que esa estupidez que dije de la adolescencia deben ser solo patrañas. Hay que hacer limpieza mental.

El día transcurrió bastante animado, después de jugar desayunamos todos juntos, entre risas y charlas. Al terminar subí a mi habitación a ducharme y leer un rato, eso era algo que no dejaba a un lado por nada. Los niños siguieron con sus juegos hasta la hora del almuerzo, el cual también transcurrió de maravilla a pesar de estar compuesto de recalentado de la cena navideña. En otras circunstancias hubiese puesto algún problema por ello, sin embargo, ya estaba aburrida de lo mismo todos los años y este lo estaba disfrutando, asi que, ¿Por qué no solo seguir la corriente y ya?

Mamá siempre me decía que tratara de unirme, que eso me haría bien y despejaría mi cabeza de cosas innecesarias, me integraría más a la familia y de pronto así dejara de pelear tanto con Joel. Y creo que al fin entendí eso, mis «problemas» no eran más que niñadas y ya era hora de madurar.

En la tarde decidimos salir a pasear, para que los niños se estrenaran los regalos que «santa» les había dejado: a John le dieron un par de patines, a Francis una bicicleta y a Lorence un monopatín. Verlos de esa manera, tan felices con sus adquisiciones nuevas me antojo, así que aproveche y saque mi bicicleta esperando no haber olvidado como pedalear después de tanto tiempo en desuso. Fuimos al parque cada quien con su «juguete», y al parecer no fui la única antojosa, Joel llevo sus patines presumiéndome en la cara que el sí sabe y yo no. Pero no me molestó, todo lo contrario, se me hizo muy gracioso verlo de esa manera tan curioso, hasta parecía un niño gigante recuperando su infancia.

¿Lo mejor de todo?

No sé si fue obra del destino o mera coincidencia, pero Ben y su familia también estaban en el parque, y el montaba su bicicleta. Mientras Joel se iba detrás de Liz, Ben se acercó a mí y empezamos a manejar juntos y a charlar. Hablamos de muchas cosas, películas, música, libros. Porque si, le encanta leer igual que a mí. Teníamos tantas cosas en común que nada más me importaba, estaba más que segura de mis sentimientos hacia él. Además, tiene su propia sexy mini biblioteca. Ya después de un rato, nos cansamos y decidimos sentarnos en el césped a comer helado, mientras hablábamos de la crueldad de algunos escritores.

—Siempre he tenido la mala suerte qué —continúe súper emocionada— si me encanta un personaje se muere. En serio, ¿porque tiene la necesidad de matar personajes importantes?

—Lo sé, es muy indignante —contestó Ben, tan emocionado como yo— a mí me encantaba Livvy1, pero no, tenían que matarla —expresó su dolor con gesto melancólico y la mano en el corazón.

Se veía tan lindo y gracioso que no me aguante las ganas de reír. Tanto así que me miro con irritación fingida.

—¿Te ríes? —indagó ceñudo, pero divertido— qué mala eres, te burlas de mi dolor.

—Lo siento —contesté entrecortadamente por las risas— es solo que… tu cara.

Sentía la cara colorada, y no hacía más que reírme al ver la indignación en su rostro. Eran tan dulce y divertido, que mis pulmones ardían.

El solo se reía de mí, pero su mirada no era solo de diversión. No se explicarlo o si lo interpreto mal, pero me miraba diferente a como lo hacía antes y eso generaba en mí sensaciones que no había sentido con nadie más. Cuando mis risas cesaron un silencio se internó entre nosotros, no uno incómodo ni pesado, en realidad era como si habláramos con las miradas. Estaba tan embelesada en sus ojos y su sonrisa que cuando reaccione, lo tenía a solo dos centímetros de mi rostro. Tan cerca que podía sentir su aroma a vainilla, y nunca me había gustado tanto ese dulce olor.

Estando así, uno al frente del otro con nuestros rostros tan cerca, me sentía en las nubes. El acariciaba mi mejilla tan suavemente que me hizo cerrar los ojos por un segundo ante su tacto. Al abrirlos, sonreía tan dulcemente que se vio reflejada en el brillo de sus ojos. Se acercó lentamente, y unió sus labios a los míos. Primero los rozo suavemente como pidiendo permiso, así que se lo permití. Abrí un poco mi boca, dándole completo acceso y libertad, siendo bien correspondida al sentirlo en un beso lento, suave, pero cargado de una pasión y deseo contenido por mucho tiempo. Tiempo en el que, por nervios o por timidez solo nos saludábamos de lejos. Pero a partir de ahora todo iba a cambiar, gracias a un beso, un tierno y cálido beso en navidad.




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