Brandwell

3. EL INICIO DE LA GUERRA

 

El sonido del timbre me trajo de vuelta a la realidad, las mil maneras de vengarme de aquel odioso de ojos azules me distrajeron más de la cuenta. Llegué a fantasear con convertirlo en insecto y tirárselo a las ranas para que se lo tragaran, cosa que no es lo suficientemente cruel para su nivel de maldad, pero sería un buen inicio.

Susurros y risas aumentaba de volumen a medida que me acercaba a la entrada, reconociendo aquellas voces alborotadas como la de Joel y Ben. Con una sonrisa en mi rostro, abrí la puerta viendo el dulce brillo en sus hermosos ojos.

—Hola, amor —saludé tiernamente.

—Pero que cambio de humor tan drástico, ¿No? —se burló Joel.

—Tu cierra el hocico —le reñí.

—¿Por qué, pasó algo? —indagó Ben preocupado, momento que aproveché para hacer mis pucheros— ¿Estuviste llorando, mi amor? Joel, ¿Ya que hiciste?

Una risa se escapó de mis labios, siendo acallada al ocultar mi rostro en el pecho de Ben. Reforzó la cercanía, tomándome por la cintura para abrazarme y acariciar mis mejillas con dulzura.

—¿Qué yo qué? —expresó indignado— ¿Por qué debo estar relacionado con esto?

—Porque jodes mucho —contestó Ben.

—Los dos caen mal, verdaderamente mal —exclamó— con permisa.

Entró teatralmente con su porte indignado, yendo directamente a la cocina donde encontró la fuente de su felicidad, a mi mamá cocinando.

—¿Cómo te fue en tu primer día en esa academia? —preguntó entre susurros, dando besitos en mis mejillas.

—Horrible… no quiero ni recordarlo —me quejé, recibiendo plácidamente sus labios en mi cuello— solo quiero un besito.

—Todos te los daré —susurró rosando mis labios— te quiero, mi amor.

—Yo también te quiero muchísimo.

Sus labios atraparon los míos, en un intenso beso que descargó todo ese estrés que acumulé en tan solo unas horas dentro de esa academia. Sus caricias en mis mejillas se hicieron suaves y lentas, bajando por mi cuello hasta rodear mi cintura, pegándome más a su cuerpo. Mientras, mis manos se enredaban en su cabello profundizando el contacto de nuestras bocas.

—Cuidado con esas manos —riñó mamá, sobresaltándonos a ambos— se me despegan o los despego.

—Disculpe, señora Matilda —dijo Ben apenado.

—Madre, tranqui —me burlé.

—Pero que cambio de humor, ¿No? —comentó sarcástica.

—Lo mismo dije —añadió Joel— pero como soy yo, no me toman en serio.

Nos sentamos en la sala, conversando y comiendo de los pasabocas que preparó mamá. Estando Ben allí los temas no eran más que cosas simples de la universidad, su familia, los planes a futuro y demás. Temas mundanos como dice papá, pero que sin duda me tenían un poco más tranquila que cuando llegué. De todas formas y sin poder evitarlo, debía ir a clases el día siguiente y no estaba segura de que iba a encontrar.

—¿Irás mañana a clases? —indagó Ben.

Nos habíamos quedado solos, sentados en el sofá con él abrazándome por la espalda y susurrándome al oído. Las cosquillas que sus caricias me hacían sentir eran más que placenteras, me encantaba pasar momentos así con él.

—Tengo, aunque no quiera —contesté con desgana— ya se pagó la mensualidad.

—¿Qué fue lo que pasó? —susurró rebosante de curiosidad.

—Problemas con un profesor de la escuela —dije, verdad a medias— nada importante.

—Si te hace llorar es importante para mí —añadió acariciando mis mejillas dulcemente— ¿Qué hizo el desgraciado?

—En realidad es una estupidez, ya había tomado clases antes en otra academia y al parecer mi ex profesor es su «archi enemigo» o competencia, no sé —expliqué sin titubear, pero sintiéndome culpable— asi que no tiene en buena estima a todos los que hayan pasado por su salón de clases.

—Está demente, ¿Solo por eso? —exclamó atónito.

—Te dije que era una estupidez —recalqué— aunque tampoco voy a dejar que ese idiota me fastidie. Se supone que voy a estudiar, no a verle la cara de amargado ni mucho menos a soportar sus patanerías.

—Así se habla —esparció besos por mi cuello y mejilla— de todas formas, avísame si necesitas que le dé una paliza.

El resto de la tarde fue como un sueño, solo charlando y riendo de cualquier cosa que se nos ocurría. Vimos un par de películas y discutimos un rato más con Joel, según este le había robado a su mejor amigo. Sin embargo, mi buen humor fue desapareciendo poco a poco con el llegar de la noche. Las clases al día siguiente eran inevitables, y según el horario debía verle la cara al odioso de Ben. Traté de relajarme, dormir bien y no dar mi brazo a torcer ante sus comentarios.

Sin embargo, el sueño no llegaba a mí por lo que decidí leer algo. Rebusqué entre los libros de papá, encontrando sus viejos cuadernos y pergaminos de la academia de magia a la que asistió. Sus apuntes eran excelentes, bastante completos y justo lo que necesitaba. Tenía la sensación que usaría mi falta de conocimientos en el mundo mágico para fastidiarme, pero no se lo iba dejar tan fácil. Hoja tras hoja, leía todo lo que estaba a mi disposición sobre sus leyes, reglas, historia en general hasta que el sueño me venció.




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