Brandwell

8. DOLOR VACIO

Mi semana había sido de las peores en el año, incluso la peor de mi vida. Discusiones con Ben, encuentros fortuitos con Brad en la universidad y tener que soportar sus indirectas sobre mi relación o lo que podría hacer con esa información. Me estaba hartando de todo.

Por fin era viernes, salía de mi última clase en la universidad con las buenas y maravillosas noticias de las fechas para los próximos parciales, la genialidad al máximo. Sin embargo, me estaba relajando un poco por el ambiente que se respiraba en el exterior. La brisa era fresca del verano, los árboles meciéndose lentamente con las corrientes de aire y el cielo naranja en medio del atardecer le daban al paisaje un matiz hermoso y romántico.

Lastimosamente, aún faltaban las clases del sábado en la academia. Y a pesar de que era una de las mejores estudiantes, seguía reacia a querer seguir con toda esta farsa. Pero de la misma forma no pensaba hacerlo, estaba logrando algo y demostrando de lo que somos capaces los mestizos. El sonar de mi teléfono me trajo de vuelta a la realidad, al presente aún más lúgubre que esos primeros días. Al ver la pantalla no pude evitar sonreír, era una llamada de Ben.

—Hola mor, ¿Cómo estás? —saludé con ánimos renovados.

—Hola princesa, aburrido sin ti —contestó en tono seductor— ¿Dónde andas? Ya te extraño.

—Y yo a ti primor, voy saliendo de la universidad y muero de hambre.

—Genial, ¿Qué tal si nos vemos en tu restaurante favorito? —Sugirió— te tengo una sorpresa.

—Claro, en media hora estoy allá —exclamé emocionada— nos vemos mi amor, besos.

Al terminar la llamada, creía que estaría de mejor humor al saber que lo vería. Pero nuevamente esa sensación de vacío cada vez que discutíamos se presentó, atenazando mi pecho y llenándome de incertidumbre. Ahora más que nunca detestaba a Brad con toda mi alma.

Llegué al restaurante donde me esperaba Ben, pero algo me decía que las cosas no estaban igual de bien a como sonó por teléfono. Su expresión estaba crispada en dolor, la mirada perdida en la lejanía y su cuerpo totalmente tenso. Me acerque a él, dándole un beso en la mejilla de saludo. Me senté enfrente de él, sin poder ocultar mi preocupación por su estado de ánimo.

—Hola amor, ¿Qué pasó? —Pregunté— ¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes —dijo con una sonrisa triste— solo es estrés de la universidad.

Dejamos el tema a un lado como por un acuerdo tácito, pero aun así lo notaba incómodo. Desviaba la mirada, evitaba fijar sus ojos por mucho tiempo en los míos. Esta situación me tenía abrumada ya, pero trate de no tocar el tema porque tampoco estaba de humor. Ese día precisamente, había tenido una discusión con Brad por las mismas estupideces.

Comimos tranquilamente, dejándonos llevar por el ambiente del restaurante. Por eso era de mis favoritos, no solo la comida era de excelente calidad, dentro de ese lugar nos podíamos sentir tan tranquilos y en paz que era imposible no contagiarse de su magia.

—Llegó la hora de la sorpresa —anunció Ben con una sonrisa nerviosa— cierra los ojos.

Intrigada, cerré los ojos tal y como me pidió. Sentí que tomó mis manos muy suavemente, besó mis nudillos y luego abrió la palma de mi mano derecha para dejar algo sobre ella. Al abrirlos, un hermoso anillo adornado con una piedrecita de color morado en el centro brillaba encima de un sobre.

—Aún no digas nada —se apresuró a decir antes que emitiera la primera palabra— abre el sobre.

Hice caso a sus palabras totalmente nerviosa, era una nota doblada en forma de sobre para cartas escrita con su puño y letra.

«Mi preciosa Lindsay

Siento que esta semana ha sido un total desperdicio de energías en discusiones sin sentido, de verdad lamento dejarme llevar por mis celos. De verdad te amo y me molesta todo lo que ha sucedido, pero sé que no es tu culpa.

Me cansé de todo ello, no quiero perderte ni mucho menos dejarnos contaminar por ese idiota. Quiero que todo sea como antes, sin peleas, solo los dos y todo el amor que siento por ti.

¿Podrías perdonarme?

Con amor, Ben»

Con lágrimas en los ojos y una tierna sonrisa, lo miré fija y dulcemente. Me estaba preocupando de más, un par de discusiones las tiene cualquiera en alguna parte de sus relaciones, pero siempre se pueden superar si hay amor en ambas partes. Y para mi mayor deleite, en mi caso lo había.

—No hay nada que perdonar, mi amor —dije con voz entrecortada— también te amo.

Me abrazó fuerte, apoyando mi rostro en su pecho. Sollocé dejando salir un par de lágrimas, el temor que estaba sintiendo poco a poco fue despejándose dejando lado para el alivio y la felicidad. Me sentía muchísimo mejor que cuando llegué, y no había mejor razón que arreglar las cosas con Ben.

Sus manos acariciaron mis mejillas, limpiando los restos de mis lágrimas. Me miraba como esa vez que, sentados en el parque riéndonos hasta el cansancio, me dio el primer beso con el que empezó nuestra relación. Y de la misma forma, se acercó lentamente a mi rostro rozando sus labios con los míos, sumiéndonos en un beso suave e intenso. Extrañaba eso, por Dios que lo hacía.




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