Brandwell

2. UNA BRANDWELL MESTIZA

Los Benson siempre fueron una familia de gran carisma, nacidos para brillar y desenvolverse en la sociedad como pez en el agua. Y es por eso que nunca me he sentido a gusto con ser uno, soy literalmente todo lo contrario, por lo que he llegado a pensar que no pertenezco a esta familia.

Siempre me consideré una persona calmada, pero muchas veces al estar rodeado por tanta gente, que esperen de ti cosas enormes al vivir bajo la sombra de todo tu linaje, sentía ganas de encerrarme y jamás salir. Prefería meterme en mis libros, distraerme estudiando o simplemente practicando los hechizos básicos antes de entrar a la academia. Todo a escondidas de mis padres, claro está, porque no estaba permitido hacerlo antes de los 18.

Estudié en la academia como todo hechicero normal, teniendo las mejores notas de mi clase como era de esperase de un Benson. Nunca me fue difícil lograrlo, era lo único que me interesaba y tenía en común con el resto de mi familia. Al terminar con tan solo 20 años, me ofrecieron dar clases ahí mismo por lo que decidí aceptar. ¿Qué más podía hacer?

Por un lado, era una gran oportunidad para empezar mi vida independiente, lejos de todo el bullicio y habladuría del mundo mágico. Quería ser reconocido, pero no por ser un Benson sino por mis propios méritos. Y si quería lograrlo, debía esforzarme sobremanera, trabajar en la academia solo sería un primer y pequeño paso para lograrlo.

Entre la universidad y el trabajo me mantenía ocupado, alejado de todo el complique familiar. De cierta forma estaba estresado y cansado, las ideas de toda la familia me tenían abrumado. Solo quería zafarme de eso, pensar por mí mismo y no seguir lo que por obligación me fue impuesto. Aunque debo admitir que, de cierto modo, mi desprecio hacia los mestizos fue en parte por ellos, y otra parte por lo que la historia demostraba había sucedido. ¿Qué podía hacer al respecto? No por nada se hacen tantos artículos del tema.

El primer día como maestro fue un caos, los demás profesores no me veían como tal al ser joven y me trataban diferente. Digamos que el apellido seguía influyendo sin importar que haga, o que deje de hacer.

—Señor Benson, es un placer tenerlo como parte del cuerpo de maestros de esta institución —saludó la directora— por el momento, y viendo sus habilidades, será asignado a la clase de historia de la magia para los principiantes. ¿Está de acuerdo con esto?

—Claro.

—No sea tímido —expresó sonriente— si no es lo que esperaba solo dígame y lo reubico, sus dotes dan para muchas cosas.

—No se preocupe —aseguré— me parece bien.

—Perfecto, este será su horario —hizo una pausa analizando mi expresión— y bienvenido.

Traté de iniciar con pie derecho mi primera clase, siendo solo niños de entre 14 y 16 años suponía sería algo sencillo de manejar.

Primer error. Los más de 27 estudiantes me veían como uno de ellos, un compañero más. No hacían caso, no prestaba mucha atención y se burlaban de mí. Creo que el tener un trato «preferencial» por el apellido alteró esa parte de mi percepción, y, sin embargo, sabía perfectamente que no era el trato que nadie merecía.

—Un poco de mano firme nunca está de más —me había dicho la directora— solo procura no escandalizarlos, y listo. Solo un pequeño susto.

Y así lo hice, ese día llegué al salón de clases entrando como si nada, sin saludar ni decir media palabra hasta llegar a mi puesto. Todo estaban hablando sin parar, riendo y haciendo cualquier cosa menos darse cuenta que el maestro había llegado. Y el ogro dentro de mí, despertó.

Di un par de golpes al tablero con el borrador, la base dura de madera lo hizo resonar como eco por toda el aula, alertándolos a todos y asustando a unas cuantas desprevenidas.

—¿Podrían centrar su poca atención un minuto al frente? —indagué con expresión dura— les aseguro que esto les encantará.

Esperé un minuto completo mientras se acomodaban, hacían silencio y fijaban sus miradas en mí. Algunos se veían sonrientes, otros simplemente estaban extrañados y el resto solo curiosos de lo que sucedía.

—Sé perfectamente que son novatos, solo uno niños en su proceso de formación —empecé— sin embargo, hay cosas básicas que deberían saber desde antes de ingresar a cualquier institución, ya sea mágica o mundana. ¿Les suena la palabra respeto?

Un chico de unos 15 años soltó una risa, tratando de ocultarla con su brazo sin hacer mucho esfuerzo en ello.

—Gracias por el ejemplo, señor Martínez, precisamente de eso estaba hablando —continué mirándolo fríamente— el comportamiento de todos ustedes no es más de un curso de prekínder, se supone que serán la siguiente generación de brujas y hechiceros del gremio. Pero créanme, con esa actitud que tienen no van a llegar muy lejos.

De un manotazo, pegué al tablero una hoja impresa de anotaciones con la lista de los estudiantes. Cada uno de ellos tenía una observación, cosas que yo mismo había captado de cada uno y muchos estaban en rojo.

—Les explico, a partir de hoy las cosas van a cambiar —expliqué seriamente— tenía la esperanza de que este año iba ser tranquilo, solo dar clases y atender sus dudas, pero por lo visto me equivoqué. Si no saben lo que es respeto, será lo primero que les enseñe. A las buenas o malas, entenderán que con un Benson no se juega.




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