Brecha de esperanza

CAPÍTULO 2

Me remuevo fastidiada por la claridad de la habitación. Separo los párpados y los vuelvo a cerrar por la luz directa a mis ojos. Carajo. Maya no tenía cortinas. Me levanto soñolienta; sostengo mi cuello mientras muevo la cabeza en círculos; a poco de sufrir tortícolis.

Adam no mentía. La almohada que estaba de muro se esfumó; Maya ocupaba gran parte de la cama con sus extremidades extendidas, teniendo a su primo en el borde del colchón.

Ignoré el hecho que podría caerse en cualquier momento y salí de aquella habitación hacia la cocina. Busqué el tarro de café en las alacenas. Nada. Busqué en los cajones de abajo. Nada. 

Ayer el taxi pasó por una tienda cerca de aquí. Después de asearme, me calcé el primer par que encontré, unas zapatillas blancas y salí, rumbo a buscar mi dosis de cafeína. No hacía falta cambiarme, mi pijama consistía en un pantalón verde a cuadros y un simple polo negro. Lo ondulado de mi cabello disimulaba las cero ganas de peinarme.

Caminé siete calles hasta encontrar la tienda. Al empujar la puerta de vidrio tintineó una campanita. El lugar era pequeño, fácilmente podía localizar el tarro de café desde mi posición. Para ser las siete de la mañana ya había gente merodeando el pequeño local. 
Me dirigí hacia mi objetivo esquivando a las personas, lo tomé junto a un paquete de galletas saladas.

Al regresar al departamento fue tranquilo; bajar y subir las escaleras las contaré como ejercicio matutino. Maya y Adam me miraron a la par apenas puse un pie dentro del departamento. Ambos ya estaban desayunando.

— ¡Hey! ¿Cómo amaneciste? — interroga una Maya alegre masticando un pedazo de pan.

En silencio paso directo a la cocina para preparar mi taza de café. 

— ¿Todo bien? — pregunta esta vez Adam.

Hago caso omiso en lo que preparo mi café. Siento el peso de sus miradas al tomar asiento frente a ellos.

— ¿Solo desayunaras eso?

— ¿Estás bien?

Soplo antes de dar un sorbo del café exquisitamente amargo que siempre suelo beber en las mañanas en silencio o... solía hacerlo. Mi cerebro aun no terminaba de conectar cable y empezaba a hastiarme tanta pregunta.

— ¿Aledis?

Chasqueo la lengua.

— No estoy molesta. — aclaro dando otro sorbo. Cierro los ojos saboreando el café en mi boca — no me gusta hablar en las mañanas. 

Ni a ninguna hora del día.

— ¿Por qué?

— No seas invasiva. — reprocha el pelinegro a su prima.

Maya abre la boca dispuesta a rebatir; sin embargo, toques en la puerta la interrumpen. Confundida se levanta de la mesa a ver quién era.

— ¿Cuándo volvieron? — se escucha exclamar emocionada a Maya. Apostaba que se había lanzado a treparse sobre quien estuviera afuera.

— ¿Nos extrañaron? — una voz masculina se abre paso en el lugar.

Adam, sorprendido se levanta a saludar a los visitantes. No quería tratar ahora con personas; repito la acción de los primos, agarro la taza de café y me dirijo a mi habitación.

— ¡Les tengo que presentar a alguien!— aceleré el paso al oírla. Suspiré de alivio al encerrarme en mi habitación, reposé la taza en la mesita de noche y me estiré desperezando mi cuerpo.

Cuando pensé que me había librado del grillo pelirrojo, la puerta se abre azotandose contra la pared. Volteo mosqueada en su dirección, ella solo planta su sonrisa de oreja a oreja, se acerca y a rastras me lleva afuera.

— Tienes que conocer a los demás mosqueteros. — mordí mi lengua para no soltar barbaries. — Kilian, Kyson.

Los rubios voltean al llamado del grillo. El alma se me cae a los pies. Al más alto lo detallo rápidamente una y otra vez; cabello rubio, tez blanca, ojos de un azul profundo que compartía con el otro chico. Eran muy parecidos solo que el más chico tenía el cabello un poco más oscuro.

¿Por qué se parecían tanto?

— Ella es mi compañera de piso desde ayer. Aledis. — empieza señalandome. Luego señala al más alto — Kilian y  Kyson — señala al otro. Piensa si decir el último dato o no, aun así lo dice: son hermanos.

Me atraganto con mi saliva al escuchar hermanos.

— Es un gusto. — saluda formalmente, Kilian; extendiendo su mano. 
Su sonrisa amable, me espantaba aun más. Estaba paralizada. No podía ni mover la cabeza en un asentimiento. Su sonrisa se vuelve incómoda al ver que no estrechaba su mano. No me culpen, mi cabeza estaba haciendo cortocircuito en estos momentos.

— Ella es algo huraña. — interviene Adam, bajando la mano de su amigo. — rehuye al contacto físico.

El rostro del rubio se tiñe de comprensión. Asiente y musita un  "entiendo".

— Dato curioso. Yo te iba abrazar. Casi la cago, eh. —  comenta Kyson, meneando las cejas bromista. Su energía podría asimilarla con la de Maya, pero había una chispa en la que diferían.

—  Olvidé mencionar eso. — aporta Maya.

Me doy la vuelta para irme pero Maya me ataja y me sienta en el sillón.

— Ustedes vinieron por algo.

Kyson lleva su mano al pecho, indignadisimo.

— ¿No crees que hemos venido porque los extrañamos?

El pelinegro alza la ceja inquisitivo.

Kilian ríe, palmea el hombro de su hermano y retoma la conversación.

— Ayer recibí la invitación de Juliette por su cumpleaños. Me dijo que podía llevar a quien yo quisiera y pensé en ustedes; soy un magnífico amigo.

— ¿Quién es Juliette? — pregunta Maya. En ese tono... reprochante.

— Es una compañera de la universidad. — explica el rubio. Frunzo el ceño por su nerviosismo. Como si hubiera sentido mi mirada sobre él, me mira. — también puedes venir, Aledis.

Sacudo mi cabeza en negación aterrada. Las manos de Maya aprietan mis hombros.

— Vamos. Será divertido — la miro ceñuda, empezaba a caerme mal esta niña. Terminaría enganchandole un buen combo si seguía hostigandome.

"Convive con los de tu edad" esa frasesita típica de Paul me causaba migraña.

— No.

Me niego rotundamente a ir. Asistir a una de esas fiestas me causaría jaqueca, mis oídos no estaban acostumbrados a semejante ruido y me parecía repulsivo el olor a alcohol.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.