Brisa De Un Nuevo Comienzo

₊⊹ Capítulo 1 ⊹₊

Repetir la misma rutina todos los días fue lo que siempre deseé. Para muchos puede sonar aburrido, pero para mí era un refugio. Me gustaba pensar que una vida tranquila, predecible, podía protegerme de cualquier desastre. Despertar, desayunar, ir al trabajo, volver a casa, preparar la cena y dormir. Ese era mi pequeño mundo perfecto. No quería sorpresas. No quería que nada escapara de mis manos. Siempre pensé que, si tenía todo bajo control, nada podría lastimarme. "Si sé lo que viene, no me rompo", me repetía a mí misma mientras ordenaba mis días como si fueran piezas de un rompecabezas. Y durante un tiempo, funcionó. Me esforcé como nunca para llegar a esa vida estable. Largas horas en el trabajo, madrugadas completas perfeccionando detalles, sacrificando salidas, amigos, cualquier cosa que pudiera alterar el orden. Todo lo hice por ese ideal. Y al final, lo logré. Tenía lo que siempre había querido: una rutina estable, sin caos.

Pero nada dura para siempre.

Primero fue un cansancio extraño. Luego, la sensación de que todo se volvía más pesado, como si hasta preparar el café de la mañana fuese un esfuerzo monumental. Empecé a fallar en cosas pequeñas: olvidaba cerrar la ventana antes de salir, dejaba las llaves en lugares insólitos, no podía concentrarme en un libro como antes. Yo, que siempre me definí por el control, empezaba a perderlo sin darme cuenta.

El verdadero quiebre llegó con Joonho.

Recuerdo perfectamente la llamada. Estaba en la cocina, revisando mi agenda para el día siguiente. El celular vibró sobre la mesa y, al ver su nombre en la pantalla, sonreí sin pensarlo. Contesté con voz tranquila, esperando escuchar el típico "¿cómo estás?". Pero su tono fue frío, cortante.
—Ya no quiero seguir contigo —dijo, sin rodeos.
Me quedé en silencio, creyendo que era una broma de mal gusto. Pero no lo era. Su voz no temblaba, no mostraba culpa. Simplemente lo soltó, como si nada. Antes de que pudiera reaccionar, la llamada terminó. Así, de un segundo a otro. Sin explicación, sin un encuentro cara a cara, sin la mínima consideración. Recuerdo mirar el celular con la respiración entrecortada. No lloré. No en ese momento. Lo único que pensé fue: "No le voy a dar ese poder. No voy a llorar por alguien que termina conmigo por teléfono". Así que guardé el dispositivo en el cajón y me obligué a continuar como si nada hubiera pasado.

Pero era mentira. La verdad era que me dolía más de lo que podía aceptar.

Cuando alguien se convierte en parte de tu rutina, en parte de tu mundo seguro, su ausencia es como un agujero negro que arrastra todo lo demás. El café de la mañana sabía vacío sin su mensaje de buenos días. El camino al trabajo se hacía eterno sin las llamadas improvisadas. Y por las noches, la cama parecía inmensa, demasiado fría. Durante semanas fingí que estaba bien. Fingí que no me importaba. Pero el dolor crecía, y un día me alcanzó. Llegué del trabajo, cerré la puerta y el silencio me golpeó como un muro. Apoyé la espalda contra la madera y, sin poder evitarlo, empecé a llorar. No fue un llanto suave, fue un desborde. Las lágrimas me corrían sin control y mi cuerpo temblaba. Recordé su risa, la forma en que solía tomar mi mano, las veces que me acompañó a casa aunque no le quedara de paso. Todo eso vino de golpe, como si mi mente quisiera torturarme con cada recuerdo. Lloré hasta que no pude más. Cuando al fin me calmé, caí rendida en la cama, exhausta. Dormí así, con la cara húmeda y la garganta ardiendo.

Al día siguiente, volví a mi rutina. Apreté los dientes, me puse la máscara de siempre y traté de convencerme de que podía seguir adelante. Pero mi cuerpo empezó a traicionarme. Olvidaba tareas, enviaba correos incompletos, confundía fechas de reuniones. Recibí miradas de desaprobación, comentarios fríos de mis superiores. Yo, que siempre había sido "la responsable", ahora era un desastre. Sentía el cansancio en los huesos. Cada mañana me costaba más levantarme. Cada noche el sueño me parecía insuficiente. Mi mente me pedía un descanso, pero la ignoré, como siempre hacía con todo lo que no encajara en mi rutina perfecta.

Hasta que un día colapsé.

El despertador no sonó. Cuando abrí los ojos, ya era demasiado tarde. La luz del sol inundaba mi habitación y apenas podía mantener los ojos abiertos. Mi celular sonaba a mi costado, en mi mesa de luz repleto de llamadas perdidas de una compañera que quería saber si asistiría a la reunión, si no fuese por sus llamadas, no habría abierto los ojos en todo el día. Pero, no contesté. Lo apagué y lo dejé a un lado, hice eso con la vista nublada y en automático. Como si mi subconsciente se hubiese apoderado de mí en ese mismo momento, obligándome a descansar de una vez por todas. Cerré los ojos y, por primera vez, no me importó nada. No pensé en el trabajo, ni en las consecuencias, ni en las culpas. Simplemente dejé que mi cuerpo decidiera por mí. Y mi cuerpo decidió dormir.

Pasaron horas. Pasaron los días. No me levanté de la cama. No comí bien, no revisé mensajes, no encendí el celular. Solo existí. Y, extrañamente, en esa inercia encontré paz. Por primera vez, descansar era suficiente. Cuando recuperé algo de fuerzas, me obligué a ducharme. El agua tibia corrió por mi piel como un abrazo que necesitaba desde hacía tiempo. Al salir, limpié con la mano el espejo empañado. Lo que vi hizo que mi corazón se hundiera, ojeras profundas, mirada apagada, piel sin color. Apenas me reconocía. Ahí entendí algo, en mi intento de proteger mi rutina, me había perdido a mí misma. No era solo por Joonho. Él había sido el detonante que abrió la grieta, la cuál yacía en mi desde mucho antes. Pero con todo esto, se había abierto por completo, mostrándome lo rota y vacía que en verdad estoy. Ahora, por primera vez, lo veía con claridad.



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En el texto hay: depresion, amor, nuevocomienzo

Editado: 01.09.2025

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