¿Cómo podrías sonreírle a la vida? Si cada vez que intentas levantarte, ella se retuerce de risa en las sombras, burlándose cruelmente de tu miseria.
Ese terror inexplicable que invade a Nestor cada día tras finalizar las clases, cuando los estudiantes empiezan a abandonar la preparatoria; a partir de ese instante, el recinto entero se sumerge en una penumbra inquietante. Las sombras cobran vida entre los pasillos, estirándose como garras, mientras la brisa fría del otoño transita susurrando secretos desventurados que parecen rozar su piel. Aunque es una escuela nocturna, no son los ecos de la soledad ni los crujidos inexplicables en las paredes lo que lo atormenta. Es el ambiente hostil, la constante sensación de que algo o alguien lo acecha desde los rincones más oscuros, aguardando el momento perfecto para desatar su malevolencia. Es lo que más le aterra; esa posibilidad de encontrarse cara a cara con ese grupo de estudiantes problemáticos y violentos; aquellos que se deleitan en hacerle crueles jugarretas a los que, como él, son serenos, callados y estudiosos, que no están allí por mala conducta, sino porque necesitan el día para trabajar y la noche para estudiar.
Hoy, sin embargo, no ha tenido opción. Llegó tarde a clases y, como castigo, el profesor de educación física lo ha obligado a quedarse para limpiar el gimnasio. No está solo. Pero lejos de sentir alivio por la compañía, Néstor está sumido en el pánico. Porque la única otra persona que también ha sido castigada es Terry.
Terry, el líder del grupo que lo hizo vivir su peor pesadilla. Aún recuerda las miradas burlonas, los gritos que perforaban sus oídos y las risas crueles que parecían no tener fin. Una de las víctimas, su compañera Ángela, la más afectada, gritaba con una intensidad desgarradora al sentir como su piel se derretía bajo el ácido; mientras él, atrapado como un espectador torturado, se veía obligado a presenciar esa escena tan macabra. Esa imagen se repite en su mente cada vez que ve a Terry, y el miedo se apodera de él, temiendo que un día el chico decida hacerle algo igualmente cruel.
Ahora está aquí, en este gimnasio tan frío y desolado, junto a su peor pesadilla hecha carne. Los ecos de sus pasos en las tablas de madera retumban como una advertencia. Terry no ha dicho una palabra desde que quedaron solos, lo observa venir hacia él en medio de la cancha de baloncesto, su sonrisa torcida apenas visible bajo las luces titilantes. Pero Néstor puede sentirlo. Sabe que algo no está bien. Algo terrible va a pasar esta noche.
Terry detiene sus pasos frente a Néstor, acercando su rostro intimidante para decirle con desdén:
—Yo me largo de aquí.
Un alivio momentáneo inunda a Néstor, pero pronto se da cuenta de que la tarea es demasiado para él solo. ¿Debería arriesgarse a pedirle ayuda, aunque sea un poco? Prefiere intentarlo antes que quedarse hasta la madrugada, aislado y sin posibilidad de encontrar un transporte para regresar a casa.
—Por favor, Terry, ayúdame, aunque sea un poco... —su voz tiembla, su cuerpo se estremece ante la intensa mirada de Terry—. Te prometo que terminaremos rápido. E-Esto es demasiado para mí.
Terry comienza a reír, una carcajada llena de descaro que resuena con una siniestra familiaridad, evocando recuerdos de aquella fatídica vez.
—¿Y crees que a mí me importas?
—Po-Por favor... —implora Néstor, su voz entrecortada por el miedo.
—¡Me vale! —le grita, visiblemente molesto—. Es Halloween, idiota. Kenia va a dar una fiesta en su casa y, por supuesto, yo estoy en su lista de invitados.
Sin más palabras, Terry da media vuelta y se dirige hacia el portón del gimnasio. Intenta abrir la puerta, pero parece tener problemas.
—¡Maldición, está cerrada! —gruñe, comenzando a patear la pesada puerta metálica con furia.
—¿E-Es en serio? —pregunta Néstor entre el estruendo metálico de cada patada.
—¡Claro, estúpido! —responde Terry con desdén, sin contener su frustración.
El estruendo metálico que resuena con cada patada es ensordecedor e insoportable. Terry, un tipo que se enoja con facilidad, se lleva las manos a la cabeza, tirándose del cabello por puro estrés. Néstor aprovecha la distracción para ir hacia el portón e intentar abrir, pero es imposible; parece estar cerrada desde afuera.
—¡Ese puto profesor nos dejó encerrados! —grita Terry, rabioso, desatando nuevamente su furia contra la puerta.
—Mejor esperemos a que el profesor regrese. Mientras tanto, empecemos a limpiar —propone Néstor, pero a Terry no parece gustarle la idea. De repente, Terry lo agarra del cuello de la camiseta y, con un movimiento violento, lo acerca a su rostro, que arde de cólera.
—¡¿Sabes cuántos chicos van a estar detrás de Kenia esta noche?!
—N-No sé… —responde Néstor, su voz trémula.
—Esa chica se verá muy provocativa sin importar el disfraz que se ponga, y yo necesito estar cerca de ella para que ningún lagarto se le acerque.
—Ni que fuera tu novia… —murmura Néstor, apretando los ojos al ver cómo Terry levanta el puño frente a su rostro. Sin embargo, un sonido proveniente de los vestidores lo detiene en seco.
Ha sonado como a cristales rotos.
Terry suelta a Néstor del cuello de la camiseta, da un par de pasos hacia atrás y luego sale corriendo hacia los vestidores. Néstor no está muy seguro de si es una buena idea ir a investigar qué provocó ese ruido; en las películas, esas escenas normalmente terminan con alguien muerto. Sin embargo, tampoco quiere quedarse allí solo, ya que en las películas de terror también mueren los que andan solos. Así que decide seguir los pasos de Terry.
Al cruzar la puerta, se queda paralizado al descubrir varios cristales de bombillos rotos esparcidos por el suelo. En el techo, solo un solitario bombillo permanece intacto, arrojando una luz tenue que mantiene todo en una oscuridad inquietante. Cada sombra parece esconder algo siniestro.