Ángela siempre había sido una chica hermosa; su largo cabello ondulado, cuidado con esmero, caía en cascada, enmarcando un rostro que irradiaba una sensualidad natural. Sus ojos marrones podían cautivar a cualquiera, y sus labios carnosos, de un suave tono rosa, le daban un aire de ternura irresistible. Cada vez que sonreía, su mirada destellaba una alegría sincera que Néstor adoraba observar, un contraste perfecto con la frialdad del mundo que los rodeaba.
Pero la Ángela que ahora se encuentra frente a él es todo lo contrario. Ya no hay rastro de aquella joven dulce, hermosa e inteligente que tanto lo había atraído. Lo que ve en su mirada ahora no es más que una amenaza latente, un odio que parece dirigirse directamente hacia él. Néstor siente un escalofrío recorrerle el cuerpo, incapaz de comprender completamente lo que está ocurriendo. Ángela ha regresado, pero no es la misma.
Durante todo ese tiempo, el mundo había creído que ella estaba muerta. Y ahora, al enfrentarla, comprendía que ella había alimentado un resentimiento profundo. Ángela parece convencida de que él había disfrutado de su desgracia, y esa creencia la ha transformado en alguien irreconocible, una sombra oscura que amenazaba con destruir la paz que alguna vez compartieron.
—Ángela… —la voz de Néstor tiembla mientras la observa acercarse lentamente—. Yo n-no disfruté de tu sufrimiento.
Con cada paso que ella da hacia adelante, él retrocede aterrorizado, sintiendo cómo el miedo lo invade por completo.
—Te vi reír a carcajadas mientras los demás me torturaban —su voz está cargada de odio—. No hiciste nada... ¡No me ayudaste!
El resentimiento en sus ojos arde como un fuego incontrolable, y Néstor maldice en silencio la situación en la que se encuentra.
—¡Me obligaron! —responde con desesperación, sin poder apartar la mirada de los ojos de Ángela—. ¡Rosita me amenazó con un bisturí! Yo... Yo quería... —las palabras se le cortan entre sollozos y el pánico lo deja paralizado—. Yo quería salvarte, huir contigo... pero soy un cobarde.
Se lleva las manos al rostro, agachando la cabeza en un intento de ocultar el llanto. Para él, Ángela sigue siendo esa chica a la que siempre admiró, y ahora se siente impotente y avergonzado ante su furia.
Néstor permanece inmóvil, esperando que Ángela diga o haga algo, pero el silencio es absoluto. Al levantar la mirada, se encuentra completamente solo. Ángela ya no está. Desapareció tan rápido y en completo silencio, que ni siquiera escuchó la puerta abrirse o cerrarse.
El miedo se apodera de él mientras su mente da vueltas. ¿A dónde habrá ido? La incertidumbre lo aterra. En cualquier momento, Ángela podría aparecer y atacarlo por sorpresa. La idea de que ella quiera acabar con su vida sigue martillando en su cabeza, pero también surge otra pregunta: ¿acaso ya no es él su objetivo?
Entonces, una terrible posibilidad lo golpea: Ángela ha ido a buscar al resto del grupo. Néstor se imagina lo peor. De seguro su sed de venganza no se limita solo a él; ella querrá hacer pagar a todos aquellos que le hicieron daño. Esa certeza lo llena de una mezcla de urgencia y culpa. No puede permitir que Ángela se convierta en una asesina. Cree, o al menos quiere creer, que aún hay una oportunidad para que todo termine de otro modo, que existe una solución para su rostro desfigurado y para el odio que lleva por dentro.
Néstor corre hacia la puerta del vestidor, y para su sorpresa, gira la perilla y la logra abrir. No solo esa, también la puerta principal del gimnasio ha sido dejada abierta. Sin pensarlo dos veces, se lanza hacia la salida, dejando atrás el gimnasio que ahora se siente más sombrío que el resto de la preparatoria.
Mientras se aleja, el eco de sus pasos retumba en el pasillo vacío, pero algo más lo persigue: el oscuro secreto que yace tirado en un charco de sangre y que permanece oculto en el vestidor de los caballeros. Sabe que, tarde o temprano, ese secreto saldrá a la luz, y cuando lo haga, los problemas apenas estarán comenzando.
Néstor llega exhausto a la casa de Kenia, con la respiración agitada después de correr a toda velocidad. No fue difícil encontrar la casa, ya que prácticamente todos en la preparatoria conocen la dirección. Kenia es increíblemente popular, además de ser la sobrina del director.
La fiesta de Halloween está en su punt; la música retumba desde al menos tres cuadras de distancia, y una multitud de invitados llena los jardines, el porche y la parte trasera de la casa. Al cruzar el portón principal del jardín, siente varias miradas clavarse en él. No es de extrañar: su presencia en un evento como este es inusual, rara vez asiste a fiestas, y mucho menos a una organizada por Kenia.
Néstor avanza rápidamente, esquivando a los invitados mientras recorre el jardín. A cada paso, se topa con hombros ajenos, pero sigue decidido. Busca entre la multitud un disfraz de bruja que destaque por su terror, en contraste con los disfraces sexys que las chicas invitadas por Kenia lucen. No se rinde, convencido de que Ángela podría camuflarse fácilmente entre los asistentes, con su apariencia ya de por sí espeluznante.
De repente, escucha su nombre detrás de él. Al voltear, se encuentra cara a cara con la mirada indiferente de Kenia. Me observa de pies a cabeza. No llevo disfraz, lo cual contrasta con su elección ultra sensual de vampira.
—¡Kenia, Ángela está viva! —grita Néstor, su voz cargada de urgencia y desesperación.
Kenia arquea una ceja, incrédula, y lo mira con un claro escepticismo.
—¿Qué tonterías dices? —responde fríamente, su tono despectivo—. Todos sabemos que murió desangrada, eso fue lo que dijo su familia. —Termina la frase con un descarado guiño.
—¡No es cierto! —replica Néstor rápidamente, el pánico evidente en su voz—. Ella acaba de matar a Terry… ¡y ahora está buscando al resto del grupo!
Kenia frunce el ceño, irritada, y cruza los brazos con una actitud altanera.