Brujalloween

C-5

El pitido en el fondo de su cabeza se asemeja al sonido constante del monitor cardiaco que escuchó durante los últimos días en que su padre estuvo vivo en el hospital. Poco a poco, Néstor abre los ojos, pero solo uno responde del todo; el otro se siente como si un grueso parche lo mantuviera cerrado. Con manos temblorosas, lleva los dedos a su rostro, palpando la textura áspera del vendaje que cubre su ojo.

A su alrededor, el entorno estéril de la habitación de hospital le devuelve una realidad ineludible: está tendido en una camilla, conectado a una intravenosa y rodeado de cables de monitoreo. Su boca está seca, el cuerpo agotado, como si una tormenta lo hubiera dejado vacío. La confusión y el pánico aumentan en su pecho mientras un recuerdo fragmentado atraviesa su mente: Jafet, el cuchillo, el dolor.

—¡Mamá, mamá! —grita con desesperación, el terror ardiendo en su garganta mientras intenta procesar lo que le ha ocurrido. Su ojo, el recuerdo de la puñalada, el ardor.

Pasan solo unos segundos antes de que dos enfermeras entren en la habitación. Una de ellas se acerca para inyectar algo en la bolsa de su intravenosa, mientras la otra le habla con voz serena.

—Tranquilo, muchacho, estarás bien.

—Voy a buscar a tus familiares, ¿de acuerdo? Solo intenta calmarte —añade la otra, con un tono suave.

Un mareo le nubla los pensamientos, y la pesadez en su párpado hace que la ansiedad se diluya poco a poco. Algo en esa solución que ahora fluye en sus venas lo obliga a rendirse ante el agotamiento.

Horas después, Néstor despierta de un sueño pesado. La voz de su madre lo saca de aquel letargo profundo; ella está sentada a su lado, mirándolo con una mezcla de alivio, tristeza y un rastro de compasión. Néstor la observa con su único ojo sano, su rostro está visiblemente más delgado y unas profundas ojeras subrayan su expresión cansada.

—No sabes lo feliz que me hace verte despierto, hijo —dice ella, intentando una sonrisa.

—¿Cuántos años han pasado, mamá? —murmura él, buscando en el rostro de su madre algún consuelo.

Ella suelta una risa breve, intentando disipar su inquietud.

—No exageres, solo ha pasado una semana.

Él asiente, dejando que un alivio tenue se mezcle con la inquietud que le quema el pecho. Su madre suspira y, con una mezcla de pena y esperanza, añade:

—Pronto volverás a casa.

La noticia debería reconfortarlo, pero en cambio una duda lo consume. Néstor traga saliva antes de preguntar, sin poder detener el temblor en su voz:

—Madre... ¿He perdido mi ojo derecho?

Ella baja la mirada y suelta un suspiro profundo. La respuesta está en su silencio, pero aún así decide decirlo en voz baja.

—Sí… Fue ella. —La voz de su madre se quiebra un poco—. La misma chica vestida de bruja que atacó a tus compañeros.

—No, mamá, no fue ella. Fue Jafet quien me atacó. —Néstor niega, recordando la sensación helada del cuchillo y la desesperación de la lucha. Un hilo de lágrima se desliza por su mejilla izquierda.

La expresión de su madre cambia; sus labios se tensan, sus ojos reflejan incredulidad y rechazo.

—Hijo, tu compañero también fue víctima de esa bruja. Lo encontraron muerto el mismo día.

—Él me hizo esto —insiste Néstor, apretando los puños—, antes de que la bruja pudiera matarlo. Ella me defendió.

La incredulidad en el rostro de su madre lo irrita. Por unos instantes, el dolor en su ojo herido es opacado por el de su incomprensión.

—No hay razón para que defiendas a esa loca, Néstor... —insiste ella, firme—. Seguro estás confundido. Entiendo que lo que viviste fue horrible…

—No estoy inventando nada —responde él, su voz endurecida.

Ella guarda silencio, aferrándose a su versión, mientras él decide callar, sosteniéndose en la verdad que sabe. Aunque la incomprensión persista entre ambos, él tiene claro quién fue la verdadera amenaza y quién, contra toda lógica, lo defendió.

Luego de dos semanas de reposo en su casa, Néstor se siente decidido a retomar el control de su vida, cruza la puerta principal de la preparatoria con el parche blanco cubriendo su ojo herido. La rutina en los pasillos parece detenerse cuando él aparece; el bullicio de las conversaciones disminuye y los estudiantes le lanzan miradas curiosas, algunas incluso llenas de miedo. Hasta ahora, siempre había sido invisible, un chico reservado, sin grandes amigos ni enemigos. Pero hoy las cosas son distintas. Néstor siente cada susurro dirigido a él, y el eco de su apodo se mezcla con murmullos incomprensibles.

—¡Es el sobreviviente del Brujalloween! —escucha a alguien decir al fondo.

El nombre parece resonar en los chismes que lo rodean mientras avanza hacia su clase de gramática. Cada paso que da está acompañado de susurros que, inevitablemente, incluyen esa palabra: “Brujalloween.” Cuando finalmente llega al aula, se encuentra con una escena inesperada. En la pared, un mural oscuro ha sido erigido en memoria de quienes murieron en aquella fatídica noche de Halloween. Las fotos de Terry, Rosita y su novio, y Jafet están pegadas allí como un recordatorio sombrío.

Siente una ola de ira y frustración al ver esas imágenes. Algo dentro de él quiere arrancarlas y deshacerse de ese recordatorio, pero se contiene, eligiendo un asiento vacío al fondo, observando cómo sus compañeros de clase lo miran con expectación. No pasa mucho tiempo antes de que algunos rompan el silencio.

—¡Oye, Néstor, eres toda una leyenda! —le dice uno de los chicos, intentando captar su atención.

—¿De qué estás hablando? —responde él con incomodidad.

—Sobreviviste al Brujalloween —explica el chico—. Dicen que eres el único que ha enfrentado a la bruja y ha salido vivo. De lo contrario, ya estarías muerto como los otros.

Néstor frunce el ceño, la palabra sigue sonando absurda para él.

—¿Brujalloween? —pregunta—. ¿Qué significa?

—Es el nombre que le dieron a la fiesta de Halloween donde apareció esa bruja —aclara otro compañero, Carlos.



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En el texto hay: terror, sangriento, violecia

Editado: 01.11.2024

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