Néstor ha decidido dar el paso hacia la oscuridad al aceptar matar a Kenia ,y la bruja asiente con un orgullo sutil, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y anticipación. Con una calma inquietante, la bruja se acerca al cuerpo inconsciente de la víctima, sus movimientos son seguros y decididos. Se detiene un instante, como si saboreara el momento, y luego extiende la mano hacia la mesa contigua. Toma un trapo arrugado y lo empapa generosamente en queroseno, el olor acre y penetrante inunda el aire, provocando una punzada en el estómago de Néstor. Sin vacilar, la bruja inserta el trapo empapado en la boca de Kenia, asegurándose de que su voz quede ahogada, un silencio anticipado que presagia el horror inminente.
—Ven, Néstor, necesito que presiones con fuerza sobre su boca para que no pueda escupir el trapo. Así, nadie la escuchará cuando grite.
—Está bien —responde Néstor, obedeciendo la orden de la bruja.
Presiona firmemente el trapo empapado en queroseno sobre la boca de Kenia, asegurándose de que no pueda emitir un sonido. Mientras tanto, Ángela toma una de las manos de Kenia y la presiona contra el soporte de la mesa. La punta de la pistola de clavos eléctrica se posa sobre la palma de su mano y, sin vacilar, Ángela aprieta el gatillo.
Kenia despierta de golpe, lanzando un alarido desgarrador que queda atrapado en el trapo en su boca. Sus ojos se abren desmesuradamente, llenos de terror al ver la sangre brotando de su mano. Con esos mismos ojos aterrados, observa cómo la bruja agarra su otra mano y repite el proceso. Kenia intenta desesperadamente liberarse del agarre de Ángela, pero Néstor la ayuda a mantenerla inmovilizada a pie de la mesa. La punta de la pistola se sitúa nuevamente sobre la palma de su mano y vuelve a disparar. Aunque Kenia grita, el sonido queda ahogado bajo el trapo que obstruye su boca.
Finalmente, la bruja lanza la pistola de clavos eléctrica al suelo y se vuelve hacia Néstor, mirándolo fijamente como si esperara una movida de su parte.
—Acaba con esto... —le ordena Ángela con un tono firme. Está tan cerca de él que Néstor puede ver sus ojos castaños brillando bajo la máscara.
Siente que necesita reunir todo su valor y coraje, a pesar de que sus manos tiemblan intensamente. Recuerda la razón por la que están aquí, la injusticia que han sufrido a manos de Kenia. La rabia y la sed de venganza bullen en su interior.
—Ojalá te pudras en el infierno, Kenia.
Sin dudarlo, Néstor enciende el taladro, apretando los ojos mientras la angustia lo consume, el miedo y la adrenalina corren por sus venas. Con una brutalidad inhumana, hunde la broca en el abdomen de Kenia, un sonido sordo resuena mientras perfora su carne. Su grito desgarrador de agonía queda ahogado, atrapado tras el trapo que le obstruye la boca, creando un gemido gutural que se entrelaza con la risa triunfante de la bruja. Esta macabra combinación forma una cacofonía terrorífica que retumba en el taller.
Con un movimiento mecánico, Néstor retira la broca, la sangre brota a chorros, empapando el suelo y manchando sus manos. El aroma metálico de la sangre se mezcla con el olor del queroseno, creando un olor tan fuerte que de seguro traerá recuerdos en el futuro. Sin titubear, vuelve a clavar la broca en la herida abierta, repitiendo el acto de tortura una y otra vez, como si buscara una sinfonía a punta de dolor. Cada penetración es un grito en el silencio, un recordatorio para Kenia de todo el mal que ha hecho en vida.
Finalmente, al atravesar su garganta, Néstor observa cómo los ojos de Kenia se abren desmesuradamente, llenos de terror y reconocimiento. Con un último espasmo, la vida abandona su cuerpo, dejándola inerte y vacía. Una risa fría y satisfecha brota de los labios de la bruja mientras el eco de su sufrimiento se desvanece en el aire, y la escena queda marcada con la huella de lo irreparable.
Está hecho...
Néstor se levanta y da dos pasos hacia atrás, quedando absorto ante la imagen del cuerpo sin vida de Kenia, clavado bajo la mesa. Los ojos de la víctima, desorbitados y vacíos, permanecen abiertos, reflejando un horror eterno. Él observa el arte macabro de tonos carmesí que ha empapado en la camisa del uniforme de Kenia, una tela ahora saturada de sangre que se extiende como un lienzo grotesco. Es un baño que también ha salpicado sus manos y su ropa, tiñendo su piel con la huella de su propia brutalidad. Un escalofrío recorre su espalda mientras contempla la escena, consciente de que ha cruzado un umbral del que no hay retorno. El silencio que sigue al caos resuena en sus oídos, y el peso de la muerte se cierne sobre él como una sombra ineludible.
—Lo has hecho bien —susurra la bruja, aún agachada junto al cadáver de Kenia—. El mundo no necesita personas como ella, y tú le has hecho un favor. Ahora el mundo estará en deuda contigo.
Ángela se levanta lentamente, su figura siniestra contrasta con la escena dantesca que se despliega ante ellos. Se acerca y se detiene frente a Néstor, su mano extendida en un gesto que destila oscuridad y poder.
—¿Vienes conmigo? —su voz suena como un susurro de pesadilla—. Se avecinan muchas festividades.
No puede evitar una sonrisa macabra mientras toma su mano con firmeza, sellando así su pacto de hermandad. La complicidad entre ellos se fortalece con cada segundo que pasa.
—Claro, ¿Qué te parece si desatamos algo llamado… Duendavidad? —pregunta Nestor, su sonrisa reflejando la depravación de sus deseos compartidos.
Ángela asiente con satisfacción y, mientras sus manos se entrelazan, Néstor siente una oscura energía fluir entre ellos. El mundo puede estar en deuda con él, pero eso ya no importa. Ahora, junto a esta desquiciada bruja, está dispuesto a sumergirse en las profundidades más tenebrosas de la existencia. Si está junto a ella, no le importa emprenden un viaje que desafíe su moral y su cordura. Las festividades se ciernen en cada rincón de este nuevo camino, listas para transformarse en horrores innombrables. Unidos por su sed de venganza, se convierten en heraldos del terror, listos para escribir una nueva y espeluznante historia en páginas que serán escritas con tinta de sangre.