Viajamos hacia el pasado, a apenas hace dos meses, cuando todo el colegio estaba en vísperas de los exámenes finales, Néstor caminaba nervioso por los pasillos silenciosos de la preparatoria. El primer desafío era la temida asignatura de química, y su única esperanza estaba en encontrar a Ángela, la chica que sabía más de química que nadie en toda la escuela.
El timbre de salida había sonado hacía rato, y la mayoría de los estudiantes ya se habían marchado. Solo unos pocos quedaban estudiando o deambulando, igual de inquietos ante las pruebas. Néstor, observando cada rincón mientras avanzaba, deseaba no cruzarse con el grupo de Terry, esos bravucones que siempre andaban causando problemas. Un encuentro con ellos en ese momento sería la última cosa que necesitaba en su ya estresante búsqueda.
—Juan, ¿has visto a Ángela? —preguntó Néstor a un compañero de clase con quien tenía algo de confianza.
—No… Seguro está con Víctor en el laboratorio de química —respondió Juan, encogiéndose de hombros.
¡Claro, cómo no se le había ocurrido antes! Pero había algo que siempre lo molestaba: Víctor. Ese tipo estaba pegado a Ángela como si fueran inseparables. Víctor tenía esa facilidad para hablar con cualquiera, el don de la palabra, y parecía que no necesitaba esfuerzo alguno para convertirse en el centro de atención. Néstor, en cambio, se sentía más reservado; hasta acercarse a Ángela para decirle un simple «hola» le parecía un reto enorme. Pero ese día tenía un propósito claro. Estaba decidido a armarse de valor y pedirle ayuda con las fórmulas de química; eso, al menos, sería un buen comienzo para entablar una amistad.
Al llegar a la puerta del laboratorio, se detuvo, inhalando profundamente. Quería transmitir seguridad, aunque por dentro su corazón latía con fuerza. Esa noche, se dijo a sí mismo, mostraría una faceta de sí que Ángela pudiera notar.
Néstor abrió la puerta lentamente y, al entrar, se quedó paralizado. La imagen que se desplegaba ante sus ojos lo dejó sin palabras: Ángela estaba rodeada por cuatro personas, y entre ellos destacaba Terry, quien frotaba una hoja de papel en el rostro de la chica. Su expresión era fría y burlona, mientras Ángela, con la mirada llena de incomodidad, apenas podía defenderse.
—Vamos, niña cerebrito. ¡Resuelve el maldito cuestionario de una vez! —provocó Terry, su tono áspero y desafiante cortando el aire.
Ángela, sin perder la compostura, le respondió con firmeza, su voz llena de determinación:
—Estúpidos, no formaré parte de esto.
Luego, sus ojos se desviaron hacia Néstor, pero hizo un esfuerzo por no mostrar nada frente a los demás, como si intentara que su presencia no alterara la dinámica de la escena... O, tal vez, para no involucrar a Nestor.
Pero Néstor, debido a la tensión en el ambiente, aún estaba paralizado. Se sorprendió al notar que Víctor no estaba junto a Ángela. En su lugar, Jafet, el mejor amigo de Terry, se encontraba ahí, inmovilizando a Ángela contra la pared con una postura amenazante.
—Mira, hermosa… —comenzó Jafet, su voz cargada de malicia—, si logras resolver el cuestionario, hasta podrías beneficiarte en el examen de mañana.
El ambiente se cargó de una tensión palpable, pero Néstor apenas pudo procesarlo antes de que su mirada se cruzara con los penetrantes ojos grises de Kenia. Ella, la chica más popular y una de las más hermosas del instituto, le lanzó una sonrisa que destilaba malicia, envolviéndolo en una sensación incómoda, como si algo oscuro estuviera a punto de suceder.
—¡Néstor, vaya sorpresa! —exclamó Kenia con voz fría y con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones, acercándose a él con paso lento y seguro.
La veía caminar hacia él, con cada paso una imponente elegancia que destacaba entre el caos del momento. Su cabello negro azulado caía lacio y perfectamente peinado, contrastando con su piel pálida como la porcelana. Sus labios, rojos y naturales, eran una provocación, y sus ojos, con rasgos claramente asiáticos, parecían perforar su alma con una mirada fija. Siempre había sido evidente su celosía hacia Ángela, una envidia que no podía ocultar. Esa rivalidad, en combinación con su actitud arrogante, hizo que Néstor perdiera el interés en ella hacía tiempo.
Kenia se acercó aún más, y Néstor pudo sentir la calidez de su aliento en su rostro. Ella mantenía una expresión seductora, pero también desafiante, como si estuviera jugando un juego peligroso, uno en el que él no quería ser parte. Sin embargo, no pudo evitar sentirse atrapado por su presencia.
—Sabes que no puedo dejarte ir, ¿verdad? —preguntó Kenia con una sonrisa malévola que se curvaba de manera inquietante, como si lo tuviera acorralado.
Néstor, nervioso y trémulo, trató de mantener la compostura, pero la presión de la situación lo hizo vacilar.
—L-Lo sé… —respondió con voz temblorosa—, así evitas que… así evitas que se te escape un sapo.
Kenia soltó una pequeña risa, su mirada se volvió aún más penetrante, como si disfrutara de la incomodidad que estaba generando.
—Muy bien —dijo ella, su tono siniestro revelando satisfacción. Con un dedo índice, comenzó a trazar lentamente el perfil de su nariz, bajando por sus labios con un gesto tan íntimo que hizo que Néstor se tensara involuntariamente. —Ya comprendes cómo funcionan las cosas conmigo.
Néstor sintió su cuerpo helado, pero no pudo apartar la mirada de los ojos de Kenia. La sensación de peligro y atracción se mezclaba en su interior, creando un cóctel venenoso de emociones. Sabía que había caído en su juego, pero no podía predecir hasta dónde llegaría.
No era la primera vez que se encontraba atrapado en los crueles abusos de Kenia. Había aprendido, a base de dolorosas experiencias, que la única forma de sobrevivir a sus juegos era mantener el silencio. Cualquier intento de rebelarse solo lo sumergiría más profundamente en su red de tortura, y sabía que su destino podría ser tan horrible, o incluso peor, que el de la última víctima. Cada uno de sus actos despiadados lo había marcado de alguna manera, y ahora, al observarla, no cabía duda de que Kenia había estado alimentando su sed insaciable de maldad contra esta chica durante más tiempo del que podía imaginar.