Esperas en la entrada de la estación de trenes. Una enorme construcción del arte posmoderno; una cúpula de cristal funciona como techo para la mayor parte de la estación, mientras que en la entrada hay una fuente de piedra gris en pleno funcionamiento. Miras la fuente y los jardines fuera de la estación; solo habías estado aquí una vez, hace ya varios años.
Caminas arrastrando tu maleta de ruedas a un lado por el primer vestíbulo de la estación; necesitaras comprar los boletos primero, por lo que llegas a una de las filas frente a las cajas mirando los precios, lugares y andenes. Compras los boletos, el vendedor es un viejo cuyas manos tiemblan cuando te entrega el boleto y el cambio. Sales de la fila y guardas el boleto en el bolsillo delantero de tu pantalón de mezclilla.
El interior de la estación es incluso más sorprendente que el exterior. Presenta columnas blancas enormes que sostienen esa cúpula de cristal a través de la cual el sol ilumina toda la estación. Hay faroles apagados a gran distancia entre ellas, con bancas de madera debajo de ellos. El taconeo de las señoritas suena especialmente ruidoso contra las baldosas marrones, y tu propia mochila de ruedas parece hacer un escándalo al rebotar contra los escalones para llegar a la zona de trenes. Al lado derecho de la estación se extiende un corredor lleno de tiendas del lado derecho.
Sigues el camino hacia la derecha, siguiendo una línea amarilla en el suelo. Cada cierto tiempo suena un aviso en los altavoces, anuncia la hora, la partida de determinados trenes, y en alguna ocasión, un objeto perdido. Giras a la izquierda siguiendo la línea, después de varios metros vuelves a girar a la izquierda. La línea se desaparece frente a unas escaleras pintadas de blanco. Al pie de la escalera se encuentra un hombre.
—¿Quieres un caramelo? —. Pregunta el hombre detrás de una mesa cuadrada con mantel blanco y varios dulces bien ordenados sobre ella. El dueño tiene una gran barriga que extiende su delantal blanco manchado de grasa y colores oscuros. Usa una camisa rosa y pantalones marrones. Su cabello es castaño seboso y su poblado bigote, tras el cual se esconde una retorcida sonrisa; es lo único bien cuidado en su aspecto.
—No gracias —. Respondes esquivando su mirada; él te mira de arriba abajo con ojo crítico. Aprietas la correa de la mochila y miras a la mesa que se extiende frente a él. No eres capaz …de reconocer ninguno de esos dulces con envolturas de colores.
—Son buenos dulces, los preparo yo mismo.
Al frente, derecha e izquierda había muros. Das dos pasos hacia adelante, luego tres. El sujeto sonreía, tenía los dientes laterales torcidos hacia los lados y los del centro hacia adentro. Lentamente pones un pie en el primer escalón.
— Yo no iría hacia allí si fuera tú — dice el vendedor. Lo miras; parece estar a metros de ti. Avanzas lentamente por la escalera, tap, tap, tap; tus pasos resuenan contra las baldosas. AL final de la escalera hay una puerta doble de color rojo apenas emparejada. Extiendes una mano y empujas la puerta de la derecha, con un suave chirrido metálico se abre.
Te recibe un largo pasillo de piso y paredes blancas iluminado por lámparas proyectando luz nívea. Huele a cloro y detergente. La primera lámpara está a cinco pasos de la puerta, la segunda igual. Cinco pasos y tres losetas blancas entre cada lámpara. Empiezas a contar cada paso, loseta y lámpara que cruzas. Todas siguen el mismo patrón. Cinco pasos, tres losetas y la lámpara colgando encima de tu cabeza.
—Siete — dices el número y tu voz se proyecta como un eco a través del pasillo. La octava lámpara esta fundida. Miras atrás y no eres capaz de diferencias la puerta roja; solo un largo corredor de lámparas y baldosas inundado en luz blanca. Delante de ti se proyecta una profunda oscuridad. — Uno, dos, tres —. Imaginas que las lámparas deben seguir el mismo patrón que antes, por lo que cuentas cada paso en la oscuridad. Tu mano derecha toca la pared en su lado mientras cuentas. — nueve, diez, once.
Después de 20 pasos la pared a tu derecha se desvanece; te acercas un poco más a ella siguiendo el borde que da un giro a la derecha y entonces sigue recto. No eres capaz de ver nada en esa profunda oscuridad. Tus pasos suenan como un eco profundo cuanto más te adentras en el nuevo corredor, sigues contando cada Tap… tap, taap, taap, taap; te adentras cada vez más y el eco parece durar más tiempo. Taaapp, taaapp, taaapp, taapp. Veintitrés dados y sigue sin haber luz alguna. No puedes regresar.
Caminas recto catorce pasos más cuando al fin distingues una luz al final del pasillo. La luz blanca parpadea como si el foco estuviese descompuesto. Tap, tap, se apaga, tap, tap, tap, se enciende, tap, tap, se apaga, tap, tap, tap, se enciende.
La lámpara descompuesta cuelga del techo coronando el inicio de una escalera cuadrada de caracol. Te acercas al borde cuando la luz está encendida, vez al menos 5 tramos de escaleras antes que se desvanezca en la oscuridad. El barandal de metal parece oxidado, puedes oler el metal carcomido teñido de naranja y marrón. Con la manga de tu chamarra cubres tu mano izquierda evitando tocar el óxido. Habías escuchado lo suficiente del Tétanos como para ser precavido. Esperas a que la lámpara se encienda de nuevo antes de empezar a bajar.
—Uno, dos, tres, cuatro — cuentas los escalones mientras bajas lentamente aferrado al barandal. Cada tres escalones la luz se apaga. Tap, tap, tap. Y enciende otra vez.
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Editado: 14.10.2023