Bruto Querer

Capítulo 27

La noche en Oregón, llegó con rapidez. Shasta sentía que los días pasaban lento, pero cuando tenía que hacer algo con Leo, en vez de tardar, el tiempo parecía acelerarse, o quizá era solo su corazón lleno de angustia que le hacía sentir las horas pasando con aletargamiento. 

Saldrían de nuevo, y tal vez él vendría con la misma intención al verla arreglada. Esta vez eligió un vestido blanco de falda amplia con un cordón que lo ajustaba a la cintura, realzando su esbelta figura, pero sin ser tan revelador como el que usó la vez anterior. Se colocó el perfume para el día a día, no quería enviar el mensaje equivocado con el otro aroma.

—Estás preciosa, mi amor —comentó Leo al manejar, dirigiéndose al restaurante, para luego mirarla y sonreírle.

—Gracias —replicó Shasta, quitando la mirada con rapidez.

Leo se comportó como un caballero, fue amable durante toda la velada. No hizo más que elogiarla, enamorarla, le sacó algunas risillas, fue cariñoso y atento. Conversaron por un par de horas como los amigos que alguna vez fueron.

—¿Recuerdas cuando Isha se cayó de aquel gran árbol? —preguntó Leo riendo.

—Lo que recuerdo es que te cayó encima —dijo ella entre risas—. Tú intentando atajarlo.

—Yo quise ayudarlo, pero quedé peor —añadió el esposo entre carcajadas.

Por un instante la pareja se miró en silencio, y por primera vez surgió entre ellos algo diferente, una complicidad que habían olvidado, sensaciones del pasado. Shasta sonrió, leo correspondió y ella terminó bajando la mirada.

—Nos vamos, ¿te parece? —indagó él con amabilidad.

—Claro —replicó ella.

Su esposo se puso de pie y la ayudó a levantarse tomando su mano, dejándola impresionada de lo caballeroso que se comportaba y él comenzaba a entender que obtendría más de ella, siendo cariñoso y teniéndole paciencia.

Regresaron en el auto a casa entre risas, recordando. Leo imitaba a Yuma y Shasta carcajeaba. En ese instante, ella se dio cuenta de que no había pensado a Diego durante ese tiempo y comprendió que debía dejarlo atrás. Su vida ya había tomado un camino y había comenzado a andar. Aunque fuera por obligación, no podía dar los pasos mirando hacia al pasado. Giró el rostro y observó a su esposo, un tipo sereno, de posturas muy masculinas, tenía un perfil firme, era un hombre fuerte, acostumbrado al trabajo y la quería.

—¿Me prometes que no volverás a tomar?

—Claro, mi bonita. No quiero hacerte daño otra vez.

Ella asintió.

Al llegar a casa y prepararse para dormir, cada uno en su habitación, Leo terminó acercándose hasta la de ella y tocó la puerta que ya estaba abierta, anunciando su llegada.

—Vine a desearte una buena noche —comentó él.

—Gracias, igualmente para ti.

—¿Puedo…? ¿Puedo quedarme un rato contigo? —indagó él con inseguridad—. Si no quieres, no hay problema.

Shasta dudó, recordó aquello que había pensado en su camino de regreso sobre mirar hacia adelante. Tenía que dejar a Diego atrás, continuar, así era su vida y Leo quizá no sería tan malo si ella estaba más dispuesta.

—Está bien —Aceptó ella.

Su esposo se acostó junto a ella y de nuevo acarició su cabello por un rato.

—Eres muy bonita, mi amor. Me enamoré desde el primer momento en que te vi —comentó con la respiración agitada.

Esa fue la frase que le dijo la noche anterior antes de ponerse agresivo. Aquellas memorias traumáticas no la dejaban en paz, más había aprendido a hacerlas a un lado y continuar.

Él notó su cambio de expresión.

—¿Qué te pasó? ¿Dije algo malo?

—No, no es eso. Es solo que… Eso mismo me dijiste anoche y luego te pusiste agresivo. Discúlpame, fue como dar un salto atrás en la mente.

—Entiendo —replicó angustiado de no poder recordar qué había hecho, pero le creía. Ya le había pasado—. No te preocupes.

Leo solo la abrazó, la rodeó con sus brazos y la metió en su definido pecho. Ella se dejó consentir, correspondiendo el abrazo. No hicieron nada más, y se quedaron dormidos.

 

 

Durante aquella semana, el ánimo de Shasta mejoró, su disposición hacia su esposo también y él continuó mostrándose comprensivo y cariñoso, sorprendiéndola con detalles y haciéndola sentir amada, deseada y respetada.

Las noches entre aquel par, comenzaron a pasar entre besos profundos, un tacto más intenso y sentido que comenzaba a cargarse de deseo. Leo pudo darse cuenta de que estaban avanzando y de que lograba mucho más de ella tratándola de esa forma. Sin embargo, todavía no llegaban a lo que él deseaba y se concentraba por las noches para no desesperarse e ir al ritmo de su esposa, no queriendo cometer los mismos errores.




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