La idea de pasar las vacaciones en casa de mis abuelos había despertado en mí una emoción que desde hace mucho no había tenido, sin embargo apenas pasar el aviso que daba la bienvenida a Attawapiskat mis nervios comenzaron a hacerse patentes, pues qué joven se sentiría tranquilo en un pueblo como este, que sin importar a dónde mirase solo se veían advertencias, claro que todo estaba en mi cabeza, no es como que una noticia que pasó hace años me haga desfallecer, no es como si el intento de suicidio de más de 100 jóvenes en menos de un año afectaba mí ya, inestable mente.
Toco el timbre y la puerta se abre de inmediato, como si hubieran estado esperando detrás de la misma, sin embargo, al entrar no veo a nadie cerca, ninguna señal de que alguien me haya abierto.
-Lisa- canta la dulce voz de mi abuela, quien salió de la puerta que daba al sótano -Nonna- camino en su dirección y la abrazo.
- ¿Cómo estás? - pregunta escrutándome de pies a cabeza- Estás tan delgada, ¿acaso volviste a decaer? - pongo los ojos en blanco ante su forma de decirlo.
-Estoy bien- digo casi a la defensiva - ¿Y el abuelo?
-Está buscando un lugar para su nueva adquisición, ve a saludarlo- me da un beso en la frente para luego desaparecer en la cocina.
El sótano era el lugar favorito de mi abuelo, pasaba más tiempo ahí metido limpiando sus figuras que cualquier otra cosa. La última vez que había bajado me enamoré de una matrioska, también conocida como muñeca rusa; le rogué a mi abuelo que me la regalara y él se había negado en rotundo, pero luego de varios mohines y lágrimas derramadas terminó por dármela.
Bajé las escaleras y la ópera llega a mis oídos acunándolos con cada paso que daba. - ¡Abuelo! - grité, pero no hubo respuesta.
Recorro los estantes llenos de objetos raros y figuras antiguas, rozando ocasionalmente con los dedos algunos de ellos.
- ¡Abuelo! - volví a llamarle.
-Lisa- dicen mi nombre, pero no era la voz de mi abuelo. Busqué con mirada en todas las direcciones, pero no vi a nadie.
-Lisa, estoy aquí- la ópera terminó, dejando que el silencio se apoderará del lugar. De repente sentí que las muñecas de porcelana me estaban observando, o talvez eran las japonesas.
Tac, tac, tac, tac… Escuché a lo lejos ese inconfundible sonido de las teclas doradas de la Olivetti, lo sé porque fueron muchas las veces que escribí en aquella máquina de color negro.
Suspiré aliviada, pues ese sonido solo podía significar que ahí estaba mi abuelo. Caminé en dirección al sonido, el cual se intensificaba cada vez más; pasé por la estantería con figuras de animales, más muñecas, relojes y al final vi la mesa donde se encontraba la máquina de escribir, pero nada más, mi abuelo no estaba. Me acerqué a ésta con el ceño fruncido y los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos, definitivamente alguien estaba escribiendo, pues había una hoja sobre la máquina con algo escrito, tomé la hoja entre mis dedos para leer, solo tenía una palabra, un nombre para ser específicos.
Lisa
Una mano me tomó del brazo con el que sostenía la hoja y me sobresalté haciendo que la hoja caiga al suelo. Me vuelvo con el corazón en la boca y los ojos detrás de aquellos anteojos que me devolvían la mirada, casi me hacen llorar de alivio.
-Parece que has visto al mismísimo diablo- se mofó mi abuelo, y yo sonreí más para hacerle saber a mi subconsciente que estoy bien.
- ¿Qué hacías? - pregunté mientras me agachaba para recoger la hoja.
-Buscaba un lugar para poner esta belleza que le compré a un vendedor andante.
Y es en ese momento que me di cuenta del pequeño búho disecado que mi abuelo cargaba en sus brazos, era blanco con algunas plumas negras y unos enormes ojos azules que parecían ver dentro de ti. Arrugue la nariz al sentir que el estómago se me revolvía, nunca me habían gustado los animales disecados, me parecía una bazofia hacer eso, algo cruel e inhumano.
- ¿Y eso? - preguntó mi abuelo devolviéndome a la realidad, no entendí a que se refería hasta que seguí la dirección en la que estaban sus ojos.
-Algo que estabas escribiendo- le tendí la hoja- creo que era sobre mí.
Las cejas de mi abuelo se juntaron tanto que parecían tocarse, la clara duda en su rostro. -Aquí no hay nada escrito, Lisi.
- ¿Qué? - le quité la hoja y busqué en el mismo lugar donde estaba antes mi nombre, pero nada, estaba totalmente en blanco y mi mente aún no terminaba de entender cómo.
¿Lo había imaginado? ¿Mi mente estaba otra vez jugando conmigo?
En los ojos de mi abuelo se veía la preocupación, talvez haciéndose las mismas preguntas, talvez pensando en que había decaído de nuevo, y quién podía culparlo, si no era la primera vez que sucedía.
-Deberíamos subir o si no tu abuela se molestará- colocó el búho en la mesa a un lado de la Olivetti y luego me rodeó los hombros con un brazo para así subir juntos a la casa.
Ya arriba el aroma a galletas recién hechas inundó mis fosas nasales, haciéndome caminar en dirección a la cocina como en las comiquitas cuando el delicioso aroma hace flotar embelesado en dicha dirección a la caricatura animada. En la cocina me encontré con mi Nonna quién cargaba una bandeja de galletas, al verme en el umbral me sonrió y puso la bandeja sobre la encimera negra con efecto mármol cerámica. Me acerqué a ella y cogí una galleta con chispas de chocolate.
-Creo que dejare el pequeño búho en la mesa de la sala de estar- dice la voz de mi abuelo al entrar en la cocina.
- ¿No conseguiste un lugar para él? - preguntó mi Nonna. Mi abuelo se acercó a mí y agarro una galleta de canela.
-Si, en la mesa de la sala de estar- respondió guiñándome un ojo.
Mi Nonna se vuelve hacia nosotros para mirarle fijamente, eso en su lenguaje significa que no le agrada la idea, sin embargo, para ella es casi imposible decirle que no a él, así que solo resopló. Él le sonrió y se acercó a ella para darle un beso en lo alto de la cabeza.
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advertencias, preocupaciones y una verdad oculta, silencio que solo observa y espera
Editado: 19.09.2025