Estaba allí de nuevo.
Giré sobre mis talones, dándole un recorrido a la sala, la cual, me sabía de memoria de tantas veces que había soñado con ella.
Lo busqué, pero no lo encontré. Fui a la habitación y tampoco se hallaba allí, hasta que crucé por la cocina y lo vi de espaldas.
El corazón se me aceleró y avancé en su dirección con lentitud, deteniéndome a su lado, viéndolo lavar los platos. ¿Acababa de terminar de comer?
Alcé la vista y, al igual que siempre, parecía estar en su propio mundo.
Hace mucho tiempo me había dado por vencido al querer establecer una conversación con él; porque no importaba cuánto lo intentase, él parecía no reparar en mi existencia.
Cuando terminó de lavar los platos, caminó rumbo a la sala y se recostó sobre el sofá, mirando a algún punto lejano en la habitación. Le seguí, agachándome mientras parecía tener la mirada perdida.
Entonces, cerró los ojos durante unos segundos que percibí como eternos.
Los rayos del sol se filtraron por el balcón, iluminando su rostro y al verlo de ese modo tan tranquilo y apacible, sin que nada lo perturbase, pensé en que era la imagen más bonita que había visto en mi vida.
Me fue inevitable no sonreír enternecido por la calma que expresaba.
Alcé la mano y la acerqué a su rostro, dudando sobre si era correcto hacer lo que tenía en mente. No escuché en absoluto a las voces de mi cabeza, las cuales, me gritaban que me detuviera; sin embargo, no lo hice. Pasé las yemas de mis dedos por sus mejillas y no sabía si era porque se trataba de un sueño, pero juré que su piel se sentía cálida.
¿Era una ilusión?
Lamentablemente, no lo sabía. Por supuesto, era consciente de que lo que sucedía era mentira, pero nada más. No podía hacer siempre lo que quería en el sueño y solo me dejaba llevar por aquel sentimiento desconocido que habitaba en mí desde que apareció en mi cabeza.
La brisa que se colaba del balcón desordenaba las hebras rebeldes de su cabello y el flequillo parecía molestarle los ojos porque los apretaba fastidiado.
Al darme cuenta de ese hecho, le aparté el pelo de la cara con suavidad.
Y cuando se removió, tragué en seco, enternecido con la escena porque era la primera vez que me atrevía a tocarlo. Normalmente, solo trataba de hablarle y lo observaba, pero nada más. Nunca me atrevía a nada más.
Al mantener la mano tan cerca, casi podía jurar que su respiración chocaba contra mis dedos.
Se sentía demasiado real para ser una mentira.
Dejé caer mis rodillas sobre el suelo y me deleité con la expresión de calma que tenía su rostro. Bajé la mirada al lunar pequeño bajo su labio inferior y me vi en la necesidad de apartar la vista a otro lugar de su cara para no tener ideas extrañas.
Me incliné y me apoyé en los bordes del sofá en el que descansaba. Ladeé la cabeza y me dediqué a mirarle como siempre lo hacía.
Me aseguraba de captar cada detalle de él para, cuando despierte, pueda pintarlo a la perfección.
No supe cuánto tiempo estuvimos de ese modo, pero me sentía en paz cada vez que compartíamos esos pequeños momentos que eran más que suficientes para tenerme en la luna durante el día.
Ojalá fueras real y no un sueño.
Últimamente, pensaba en ello con frecuencia.
—¿Cómo te llamas? —Susurré, asegurándome de guardar cada detalle de esa escena en mi memoria para no olvidar nada.
Él apretó los párpados y abrió los ojos, buscando enfocar la vista y me congelé cuando sus pupilas se quedaron fijas en las mías. Tragué duro y me erguí, notando que me miraba directamente.
Me puse de pie con rapidez, sin poder creer lo que sucedía. Me llevé una mano a la boca, consternado por la situación, sin saber qué hacer o decir en realidad.
Por primera vez en estos dos meses que llevaba soñando con él, me miraba y reparaba en mi presencia.
El chico se levantó del sofá, parpadeando confundido.
—¿Quién eres? —preguntó, con voz ronca y adormilada, frunciendo ligeramente el ceño.
Abrí los ojos de golpe, dando con el techo de mi recámara. Parpadeé varias veces, tratando de asimilar si lo que había ocurrido de verdad había sucedido o solo fueron ideas mías, pero no, ese no era el caso.
Me senté de inmediato y me llevé la mano al pecho, sorprendiéndome de lo rápido que me latía el corazón y no era para menos.
No puede ser. Él me vio y me habló.
—¿Cómo es eso posible?—me pregunté a mí mismo.
Sonreí fascinado con ese hecho. Giré hacia un lado de la habitación, enfocando la vista en el cuadro que aún no terminaba.
Salí de la cama y me dirigí al cuadro, tomándolo entre mis manos y sonriendo en grande al recordar ese preciso momento en que sus ojos dieron con los míos.
—¿Me viste? ¿Tú de verdad me viste? ¿¡Pero cómo?! ¿Por qué? —cuestioné a su imagen, como si este fuera a responderme todas esas preguntas que rondaban en mi cabeza.
Al caer en cuenta de que el retrato no iba a hablarme, lo dejé en su lugar y rebusqué mi teléfono sobre la cama, alzando las sábanas para encontrarlo. Una vez que lo tuve entre mis manos, marqué el número de Johnny, llevándomelo a la oreja.
Cuando aceptó la llamada, no le di tiempo de hablar.
—¡No me vas a creer lo que pasó!— Salí de la habitación en dirección a la sala, sentándome sobre un sillón–. ¡Él me vio, Johnny, me vio y me habló!—solté eufórico.
Esperé respuesta del otro lado, pero solo percibía silencio. Me alejé el teléfono del oído para mirar la pantalla y al confirmar que la llamada estaba en curso, lo regresé a mi oreja.
—¿Johnny?
—Perdón, pero… ¿De qué hablas? ¿Cómo así que te vio y te habló?—Respondió por fin, sonando confuso.
—¡Él me vio Johnny y me preguntó quién era!, ¿puedes creerlo? —Le conté, sin borrar la sonrisa que tenía en la cara por lo que había sucedido en el sueño.
Editado: 18.05.2025