Eduardo.
Era una maldita agonía verla a lo lejos, siendo feliz con él mientras yo me ahogaba en mi propio dolor. ¿Era justo que yo quedara en la nada luego de perderla? ¿Después de que un niño bonito de Londres viniera de la nada y me la arrebatara ante mis propios ojos?
Esta mañana ella volvió a la universidad, acompañada del que ahora es su esposo. Se despidieron amorosamente en la entrada, y mientras ella avanzaba por el pasillo, él me miraba con una amenaza palpable. Christopher no es de mi agrado, y yo tampoco soy del suyo. Nuestra mala relación culminó en golpes cuando nos presentaron. Todo lo que hacía, lo hacía por ella.
—¿Podemos hablar? —dije al llegar frente a su escritorio.
Ella observó a Alexis y luego a mí, asintiendo con desconfianza. Entramos al aula junto a la nuestra; ella se sentó en una silla mientras yo me acomodaba en el escritorio del profesor.
—¿Qué necesitas?
—Explicaciones. Un año y todavía no entiendo cómo de la noche a la mañana decidiste casarte con él. ¿Estás embarazada, Akira? No comprendo cómo en menos de un año te has casado.
—¿Amarlo no te parece suficiente motivo? Eduardo, lo nuestro no iba por buen camino y lo sabes. Querías cosas distintas a las que yo quiero y no íbamos a funcionar. En cambio, Christopher… él quería un matrimonio estable, una familia estable y amor incondicional.
—Te lo ofrecí y te negaste, ¿lo recuerdas? Te pedí matrimonio a los pocos meses, Akira Smith —le recordé entre reproches.
—No te amé lo suficiente como para quedarme —dijo, sin mirarme. Eso era lo que más me enfadaba. ¿Cómo podía ser tan insensible como para decir semejante cosa cuando estuve dispuesto a darle todo, hasta la luna?
—¿Te estás escuchando? Eres una insensible.
—Si ser directa contigo me hace insensible, pues lo seré —respondió. Ya no era la misma de hace un año. Ahora era más directa, mucho más comunicativa. Mientras estaba conmigo, mantenía el semblante de una chica tierna, callada y segura. Era una Akira distinta a la que conocí, y aunque me odiara por lo que diría, la seguía amando.
Ya no podía soportarlo más, y aunque me ganara su odio y el de toda su familia, lo haría; rompí la distancia y la besé como tanto había deseado desde que supe que la perdí. Quería encontrar en sus labios lo que hallé la primera vez que nos besamos. Ella luchó un rato, pero no me importó. La acorralé entre el escritorio y mi cuerpo, tomándola con fuerza del brazo y apretándola contra mí.
—¡Suéltame! —gritó en medio del beso.
La tomé de la mandíbula con fuerza para que se quedara quieta, pero fue más astuta y levantó su pierna, golpeando mi entrepierna. Caí al suelo jadeando de dolor.
—¡Maldita sea contigo, Akira! —bramé, tirado en el suelo, sujetándome donde me había golpeado.
—¿Ahora entiendes por qué nunca estuve segura contigo? Eres agresivo, te enojas con facilidad cuando sientes que me pierdes. Eduardo, por mi bien, aléjate de mí y nunca vuelvas a acercarte.
Ella salió corriendo del aula mientras yo me aferraba desesperadamente a donde más me dolía. La odiaba con una intensidad que quemaba, pero esas mismas fuerzas también me impulsaban a amarla aún más. El dolor y la confusión eran una mezcla embriagadora que me dejaba sin aliento.
Cada paso que daba hacia la puerta, mi corazón se rompía un poco más. Quería gritarle, pedirle que se quedara, que no me dejara solo en esta tormenta de emociones. La imagen de su rostro, tan cerca y a la vez tan distante, me atormentaba.
La promesa que le hice a Alexis la noche anterior resonaba en mi cabeza. Akira, tarde o temprano, por las buenas o por las malas, volvería a ser mía. No podía imaginar una vida sin ella, y aunque mi amor se hubiera transformado en una obsesión oscura, estaba decidido a recuperar lo que una vez fue mío.
Mientras ella desaparecía en la distancia, la mezcla de amor y odio se arremolinaba dentro de mí como un torbellino incontrolable. Sabía que esta historia no había terminado, y que haría todo lo posible por volver a tenerla en mis brazos, sin importar las consecuencias.
Akira.
Él estaba realmente mal de la cabeza al agarrarme de ese modo y con tal fuerza. De solo pensar en lo que pudo haberme pasado de no haberle golpeado su entrepierna la respiración se me corta del miedo, sentía un remolino de malos pensamientos rodando por mi cabeza y sin que nadie del aula me vea me dirijo al campus donde puedo respirar calmadamente.
Las lágrimas no tardan en salir y aquella opresión en mi pecho comprime con fuerza mi corazón creando un dolor indescriptible. Él en su momento fue mi mejor amigo, mi aliado en cada travesura y creo que la peor parte de todo esto fue permitirle quererme, fue mi culpa todo esto que está pasando.
Las manos me temblaban involuntariamente, sentía que en cualquier momento caería en el césped del campus debido a mi preocupación, debido al miedo que experimenté durante los segundos en que Eduardo me mantenía amordazada entre sus brazos.
“Es nuestra culpa,
Es tu culpa por enamorarlo,
Es tu culpa por no haber sido sincera”
La culpa me carcome por dentro y solo puedo pensar en lo que sería de mi relación con mi esposo si llegase a salir a la luz que durante unas semanas fue mi amante en lo que buscaba culminar mi relación no oficial con Eduardo. Christopher aún no comprende de dónde proviene tanto odio por parte de mi abuela hacia mi y es porque ella sabe, supo sobre mi amorío con Eduardo y siempre sospechó que andaba enamorada de Christopher.
Terminé corriendo como una demente por los desolados pasillos de la universidad en dirección al baño más cercano entrando a un cubículo y vomitando sobre el interior del retrete. Fueron arcadas tras arcadas, y al abrir mis ojos pude notar que habían pequeñas gotas de sangre lo cual me alarmó. Grité con mis fuerzas cayendo sobre el frío suelo, toque mis labios encontrando rastros de vómito y sangre.
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Editado: 18.01.2025