Buscando en el Pasado

Capítulo III

Capítulo III

 

Todos en el bar se quedan en silencio ante mi petición a José, como si hubiera hecho algo indebido. Es bastante incómodo, pero el efecto de los tragos me hizo perder la pena, no me importa. La chica que sirve los tragos es la única que empieza a hacer ruidos al moverse para buscar y servirle una cerveza al recién llegado.

—Yo le invitaré los tragos a mi amigo José —digo para Hugo y Andrés, para que no piensen que me aprovecharé de ellos—. ¿Qué dices, José? Conoces la historia y puede que tengas detalles que me perdí. Te prometo que haré una gran revelación al terminar, una que te encantará.

José me lanza una mirada fría mientras le da un sorbo a su cerveza.

—Estoy bien aquí. No me molestes, Inglés —responde con seriedad y sin dejar de hacer contacto visual. Se ha vuelto un tipo más duro.

Había olvidado ese apodo, Inglés. No me gustó en ese entonces, no me gusta ahora. Puede que esta terapia realmente esté funcionando y me ayude a recordar algo mientras Marcelo, mi detective privado, intenta encontrar con sus medios la respuesta que busco aquí.

—No lo molestes, parece que no quiere conversar con nosotros —interviene Hugo y mira su reloj—. Sigamos con la historia que no tenemos demasiado tiempo, Andrés y yo debemos madrugar para partir a Santiago, y no me quiero ir sin que la termines.

—Sí, quedamos en que nuestro amigo el guía aceptó el dinero y fueron al Muelle —agrega Andrés.

—De acuerdo, caballeros. Aunque será un poco extraño hacerlo con uno de los protagonistas presentes.

—No le prestes atención, a José no le importa —suelta el barman, sentado al frente de él—. También quiero escuchar cómo ocurrió todo, la versión de uno de los protagonistas de aquel día.

El barman es todo un personaje, se mete en conversaciones ajenas y es impertinente. Aunque lo entiendo, aquel suceso marcó al pueblo.

—No lo presionen, muchachos —pide la mesera—. Denle tiempo para que reorganice sus pensamientos.

Me guiña el ojo y por primera vez en la noche, me logra sacar una sonrisa. Le agradezco el gesto.

—Entonces salimos del bar para ir al lugar acordado. Ya era la una de la madrugada —continuo.

 

Casi 4 años atrás

1:05 a.m.

 

Aceptar la idea de ir al Muelle de las Almas mientras estábamos dentro del bar, seguros y cerca del hotel, era una cosa; después, estando fuera del bar, sentía un profundo arrepentimiento. El cielo estaba lleno de nubes y la noche era oscura, la brisa era gélida y solo deseaba estar acostado; y aunque era escéptico sobre las cosas místicas, fantasmas y todas esas estupideces, este pueblo de madrugada era un poco aterrador.

Las únicas dos cosas que me daban un poco de ánimo, era que iría en mi preciosa Harley-Davidson Blackline y junto a mi hermosa prometida, a quien abrazaba por la espalda mientras esperábamos que todos estuvieran listos para partir hacia el lugar. En esa época estaba locamente enamorado de Anastasia y quería vivir encima de mi moto. Descubrí mi pasión por las motos con ese grupo de lunáticos. Algo que un joven graduado de Oxford en ingeniería informática y proveniente de una familia londinense muy conservadora, jamás se habría imaginado.    

—¿Quién llevará a nuestro amigo José? —preguntó Diego.

Crista manejaba una Indian Scout Sixty de color negro con rayas blancas, iba con su novia María. Juan tenía otra poderosa Indian, la Roadmaster blanca de casi 1990cc y andaba solo. Diego conducía una Harley CVO Breakout FXSBSE roja con llamas amarillas, también sin acompañante porque su novia estaba indispuesta y se quedó en el hotel. También me pregunté quién llevaría el guía.

—¿Quién crees? —le respondió Juan aguantando las ganas de reír—. Es tu invitado, mi amigo.

—Juan, hermano, el asiento trasero de tu moto es más cómodo para José. ¿No? —preguntó y los demás nos quedamos callados por varios segundos.

Sincronizadamente todos empezamos a carcajear, incluso yo, rompiendo el silencio. Al menos el ocurrente de Diego sería quien tendría que llevarlo. Encendimos las motocicletas y comenzó la orquesta de motores. Era sorprendente la adrenalina que se sentía cuando resonaban, cuando sin importar hacia dónde sea que íbamos, había una promesa de aventura sobre esas bestias metálicas.

Crista ronroneaba la suya y reía con malicia mientras se ponía juguetona con María.

—¿Podrás soportarlo? —me preguntó Anastasia y se giró para poder darme un beso.

—Espero que sí, hermosa.

—Es probable que sea cierto lo que dice Crista y está sea la última gran aventura. Habrá muchos cambios después que nos casemos. Nos mudaremos…

Le coloqué la mano en la boca para detenerla, no quería que continuara con el tema y se preocupase demasiado. Era una mujer muy ansiosa.

—No sé cómo haré con mi trabajo. Necesito resolver algunos asuntos…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.