Buscaré tu nombre en las estrellas

ROSAS MARCHITAS

Fue la peor experiencia vivida. Y eso que anteriormente se había enfrentado a situaciones tristes, terroríficas o deprimentes. Recordó que al cursar Psiquiatría, conoció a una mujer que le rogaba una y otra vez que la ayudara a salir porque debía recuperar a sus hijos secuestrados. Su hija se fue a Londres dos años atrás y su hijo murió en un accidente automovilístico; la enfermera se lo dijo. Luego conoció a una anciana nostálgica que tenía la esperanza de que su hijo se dignara a verla. Y muchas experiencias similares que removieron su mentalidad egoísta de aquel entonces. Pero ver a Julio muerto fue una estocada, un hielo recorriendo su espalda; fue tormento.

Llamó a la policía y a la ambulancia. Entró en pánico, debía controlarse en situaciones de estrés y presión, pero le costó un infierno mantener la calma. Un millón de pensamientos se arremolinaban en su cabeza, pero los policías le hacían pregunta tras pregunta y apenas podía concentrarse. ¿Cómo conoció a la víctima? ¿Qué parentesco tenían? ¿Por qué fue a su casa aquel día? Casi parecían creer que ella lo asesinó. Bueno, ¿no era obvio que él mismo se colgó?

Se lo iban a llevar pronto, el médico forense y los criminalistas barrieron el baño al que llamaron “lugar de los hechos” y colocaron muchas cosas en el piso. Nara no entendía qué tanto hacían, así que llamó a Rodrigo hasta que este se dignó a contestar. Al escuchar su voz, el llanto interminable comenzó. Le explicó entre tartamudeos lo que ocurrió y el por qué debía ir inmediatamente.

Si ella estaba mal, su novio terminó mucho peor.

Cuando llegó en compañía de los padres de Julio y de Pedro, estaba destrozado. Tenía los ojos rojos e hinchados. En cambio, los padres, no lucían tan abatidos. ¿Qué mierda?

Nara apenas podía responder las preguntas de Rodrigo, Pedro o los padres.

 

– ¡Vine porque no respondió mis mensajes! ¡Salió con ustedes y entonces cortó comunicación conmigo! ¡Ni siquiera fue al segundo auditorio! –los odiaba y se odiaba a sí misma, necesitaba decirlo –. Pensé que sólo estaba enojado o algo, digo, yo no le hice nada, no sé qué le habrán hecho ustedes. Debió haber sido grave porque no pensaba encontrarme con esto.

Lo que más odió de ella en ese momento, fue haberse guardado el detalle de la llamada recibida. No quería crear un secreto, no quería cargar con uno, pero ese minuto en que habló por vez última con Julio era íntimo. Aparte, si ella lo hubiese escuchado, tal vez si en lugar de explayarse le hubiese dicho: “Sí, te tengo cariño.” Tal vez, su amigo seguiría vivo, estarían hablando de su crisis existencial sobre medicina y su futuro profesional. Julio le diría que lo aceptaron de la entrevista de trabajo a la que asistió y …eso nunca más iba a pasar. Quería convencerse de que no, pero parte de la culpa de la situación la cargaba ella.

Iba a ser médico, todo su esfuerzo recaería en el hecho de hacer sentir mejor a la gente e incluso salvarla. Pero ni siquiera pudo salvar la vida de Julio.

– Sabíamos que andaba tristón, siempre cabizbajo –¿tristón? Casi golpeó al padre de Julio, su hijo estaba deprimido –. Perdió su trabajo, apenas lo confesó. Fue a varias entrevistas, pero no lo aceptaron. Tenía esperanza con una reciente, pero el día de su primer auditorio lo rechazaron.

Así que por eso sacó el tema de volver a la banda. Era su salida, su escape. El bien dijo que es lo único que hacía bien. Tocar, cantar, ir de gira; eso era lo suyo. Tal vez cometiera un error al salirse de la banda, pero cualquiera querría terminar sus estudios…bueno, tal vez no cualquiera, pero alguien con visión y propósito lo haría.

Por más que lo intentó, no logró quitarse la imagen del joven de rubia melena, ojos divertidos y tez pálida sucedida por la imagen del baño. Depresión era la palabra clave, ¿por qué es tan peligrosa? Claro, no cualquiera la diagnostica. La gente era tan egoísta y centrada en su propia vida, que no veía por los demás, difícilmente notaba cambios y menos hacía algo por ayudar a los demás. Se centró tanto en la estúpida Ana Laura y dejó de ver más allá. Se volvió malditamente ciega.

¿Qué le costaba plantearle la idea de buscar ayuda profesional? No importaba, ya no había arreglo, todo estaba de la mierda.

El día del funeral apenas pudo ver de frente a los integrantes de Lucino y a Gerardo. “Dijeron que Gerardo no estaría de acuerdo.” No le agradaba el representante, pero ahora lo odiaba con toda su alma. No tenía ni la más remota idea del cómo se manejaba la organización de un grupo, pero vamos, Julio estuvo dentro años atrás. Muchas lo amaban y deseaban su regreso, durante sus investigaciones se dio cuenta de que varios clubs de admiradoras aún lo consideraban parte de la banda. Maldita sea, aunque no fuera a pasar, no les costaba mucho decirle que lo meditarían.




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