Buscaré tu nombre en las estrellas

CONFLUENCIA

El mes de marzo inició, y con ello, la emoción de estar por concluir el internado y al fin empezar el servicio social. El promedio de excelencia con el que contaba fue su mejor aliado al momento de elegir la forma de graduarse, al ver que con el puro promedio bastaba para recibir su título, se sintió plena y realizada. Si los últimos dos meses conservaba sus excelentes notas, todo terminaría acomodándose y al fin la vida le sonreiría.

Guillermo la iba a visitar de vez en cuando e incluso se ofrecía a ayudarle con los ingresos y altas. La realidad es que siempre le estaría agradecida por la ayuda prestada en esos últimos meses, pero después del suceso en Año Nuevo, Nara decidió dejar de lado su extraña relación. Sentía que el residente aún guardaba la esperanza de poder intimar con ella, no tanto en una relación, pero sí en algo puramente físico. Supuso que, al follárselo una vez, se detendría, pero al parecer quería una segunda. A Nara no le molestaría, pero no estaba preparada, se sentía bien tal como estaba. Aparte, últimamente el R2 andaba de coqueto con varias internas y enfermeras. Las ITS era un tema que le imponía, el embarazo como fuera era un tanto fácil de evitar, pero el VIH o el papiloma eran virus que lograban abrirse paso entre las barreras.

Diego se consiguió una novia. Se trataba de una arquitecta que realizaba el servicio en un despacho hallado frente al hospital. Se conocieron cuando el inútil de su amigo le tiró el jugo encima a la pobre chica y de paso, le volcó el plato con los tacos. Vaya forma de encontrar pareja. La chica era muy linda e inteligente. Le pareció que eran tal para cual. Tan graciosos y carismáticos.

Diana estaba por colapsar. El residente de Medicina Interna la trataba mal y la humillaba. No sólo a ella, también a sus compañeros. Cualquier fallo, por mínimo que fuera, era motivo para gritos y castigos. Vamos, equivocarse en la fecha de ingreso era perfectamente tolerable si llevas más de 24 horas sin dormir y morías de hambre, pero claro, el residente se creía perfecto, aunque la cagara de la misma manera. Nara presenció una vez el regaño que le puso el Médico Especialista por un mal diagnóstico que un interno sí supo diagnosticar.

– Vamos, Diana –le dijo un día en el departamento –. Esto está por terminar, quedan dos meses, la última rotación y estaremos en la recta final. No claudiques.

Pero su amiga no podía. Lloraba continuamente y decía que era un fracaso en la vida, que debió salirse de la carrera cuando tuvo la oportunidad. Nara no encontraba la forma de consolarla, no era la única que se hallaba con el ánimo por los suelos, Regina no estaba mucho mejor, pero al menos no lloraba. Diego lo veía todo como juego, los regaños le traían sin cuidado y tenía la cabeza llena de amor. Aparte, Nara lo ayudaba mucho, literalmente lo sacaba de apuros. Gracias a ella, consiguió entrar a una cirugía e incluso un parto. Podría no tener las mejores calificaciones, pero sabía hacer bien las cosas. Ese hombre no tenía problemas para llegar a la recta final.

En cuanto a Nara, ella era un caso peculiar. Tan brillante, pero sin encontrar la pasión por la profesión. No negaba sentirse intrigada por el enigmático mundo de las enfermedades y curas, diagnósticos y tratamientos, pero no se veía pasando el resto de su vida en un hospital, rodeada de pacientes y tratando con enfermeras y demás doctores. No sabía qué mal hizo en otra vida para merecer el ser buena en algo y no saber aprovecharlo. Días atrás, mientras leía sobre el manejo de infarto agudo al miocardio, se distrajo un momento y al tiempo de volver a la realidad, se encontró a sí misma dibujando una rosa con espinas y los pétalos caídos. Tal vez esa habilidad con las manos podría ocuparla para cirugía. Posiblemente, el éxito en ese ámbito laboral se presentaría fácilmente. Se imaginó a sí misma como médico cirujano cardiovascular o para no complicarse todavía más la existencia; cirujana general. No le agradó mucho el panorama, pero era mejor que conformarse con ser médico general.

No sabía si el contar los días para que el internado terminara y disfrutar, aunque fuera una semana de vacaciones era algo común entre los estudiantes de medicina, al menos para ella sí y se le hacía eterno el tiempo que pasaba en el hospital. Incluso ocurrió, aunque no era la primera vez, que soñó con el día en que presentó el examen para la universidad. Al último momento, cambió de elección y metió una carrera distinta a medicina. Despertaba del sueño con una sonrisa que pronto se convertía en una mueca de confusión y vergüenza al darse cuenta que dichos sucesos eran irreales.

Esperaba encontrar el amor por la medicina o por algo íntimamente relacionado, pronto, de preferencia antes de iniciar el servicio y si no, al menos seis meses antes de terminarlo.

Su madre le hablaba muy seguido últimamente. Desde que arreglaron sus diferencias y acordaron dejar el pasado atrás, su progenitora procuraba mantenerse en contacto, tal vez una llamada los fines de semana y uno que otro texto preguntando sobre su estado de salud físico y emocional. Eso era normal, pero que en las últimas semanas le hablara al menos tres veces por semana para saber si se hallaba bien y necesitaba algo era sospechoso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.