Buscaré tu nombre en las estrellas

EPÍLOGO

- ¿Qué tal estás?

 - De la mierda, mi prometido murió a manos de un ladrón y sus cenizas llegaron apenas ayer.

Semana y media había transcurrido desde el trágico suceso en el que Nara perdió al amor de su vida, desde que lo vio partir sin saber que esa sería la última vez que lo vería.

La noticia de su fallecimiento se hizo viral en poco tiempo. De hecho, cuando el vuelo de Nara aterrizó en México, la noticia ya volaba en redes sociales, sin embargo, ella no se había enterado, fue hasta que Paulina le dijo. Las llamadas de Diana, Diego, Regina, Ángela y su madre no se hicieron de esperar, la acribillaron sin piedad. No estaba lista para hablar, así que ignoró todo intento de contacto…hasta ese momento.

– Ángela –dijo y se le quebró la voz, comenzó a llorar –. Lo extraño tanto, lo amaba, me iba a casar con él y ahora simplemente no está.

– Llora, tienes que desahogarte –la voz de su hermana se entremezclaba con los sollozos de Nara –. La vida es tan injusta, tan cruel y despiadada. Quisiera estar ahí, junto a ti y llorar contigo, pero…me temo que lloraré a través del teléfono.

Deseaba más que nada tener a su lado a alguien de confianza. Y no es que el señor García o los demás familiares de Rodrigo no lo fueran, pero era distinto; ahí lloraban la misma pérdida, compartían el dolor de perder a un ser amado. Su madre y hermana, a pesar de apreciar a Rodrigo, no lo amaban y ese podría ser su mejor soporte, en ellas encontrar la fortaleza.

Lastimosamente, no podían asistir al funeral. Su madre tenía trabajo y Ángela presentaría un examen extraordinario que no podía dejar pasar. Y aunque no tuvieran dichos compromisos, no lograrían llegar, el vuelo más cercano salía en dos horas y el funeral se daría en cuatro. Su padre fue quien se ofreció a volar aunque no llegara a la ceremonia, habló con ella por mensaje y Nara no pudo hacer más que derrumbarse. Rodrigo insistió mil veces en que arreglara las cosas con su papá, ahora que no estaba, seguiría su consejo.

Sebastián llegó con Pedro un par de días atrás. Sebastián pasó a ver a la familia, todo fueron abrazos y condolencias, lágrimas y lamentos. Se disculpó con Nara una y otra vez hasta que ella lo detuvo y casi le gritó que dejara de pedir perdón, no había sido culpa suya. Si lo hubiese acompañado, las cosas tal vez habrían salido hasta peor. Y aún así, Nara pensaba que, si Sebastián hubiese estado ahí, Rodrigo podría seguir vivo. Pero no es algo que estuviera dispuesta a decir.

El funeral se llevó a cabo en el mismo lugar que el de Julio. Entrar fue un golpe gélido, tantos recuerdos, tantas memorias. Nara no podría aguantar. Su fuerza desde ya comenzaba a flaquear. Muchísimas personas llegaron a presenciar la despedida de su prometido, desde admiradores hasta gente cercana como familiares y amigos; Karla, la amiga que conoció tiempo atrás, lloraba desconsolada. Rafael abrazaba con fuerza a su esposa y el chico llamado Pepe miraba el vacío.

Hablaron sobre Rodrigo y todo lo bueno que hizo en vida, sobre las historias cómicas en la escuela y las mil veces que apoyó a sus amigos cuando lo necesitaban. Nara no escuchaba, se hallaba varada en un agujero oscuro e infinito en dónde se volvía insensible y olvidaba todo el dolor que sentía. Un golpe amistoso en el brazo por parte del señor García (quien fue el primero en hablar) la hizo volver a la realidad.

Quería que hablara, quería que Nara subiera al estrado y dijera algo hermoso acerca de su hijo. Subió por complacer a quien estuvo a punto de ser su suegro, pero al verse de pie ante tal multitud, perdió cualquier rastro de valor y quiso vomitar.

Oh, ¿qué sabría esa gente de perder al amor de su vida? Tal vez alguno sufriera lo que ella, tal vez unos no tenían la menor idea.

A pesar de las súplicas que recitaba por las madrugadas, su petición jamás sería escuchada. Rodrigo murió y no había poder alguno que lo devolviese a la vida. Desapareció de su vida en apenas un parpadeo; lo hizo sin despedirse, sin señal alguna de que una tragedia pudiese ocurrir. Lo último que recibió fue esa sonrisa derrotada y esa mirada desesperanzada al ver que Nara no aceptó casarse con él.

Daría todo por recuperar el extravío más tormentoso de su vida, por volver el tiempo atrás y evitar el infortunio de la pérdida de tan preciado ser. Quería perderse en el abismo, hundirse en la laguna de la agonía y ahogar la pena junto con ella. Pero no era así, la vida y el tiempo seguirían su rumbo y Nara no podía quedarse atrás. El mundo seguiría su curso, aunque no pudiera dar un paso más. Ya no había más que dar ni nada que decir y aun así…




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