Buscaré tu nombre en las estrellas

DOLOR

Se caía de sueño. No quería sentarse o peor aún, recostarse porque corría el riesgo de caer dormida y no despertar hasta dentro de doce horas. La perra suerte que se cargaba desde hacía unos meses seguía acosándola. Creyó que después de todo lo que había ocurrido, al fin la dejaría en paz y buscaría una nueva víctima sobre la cual caer…estaba equivocada. Al parecer la acompañaría por el resto de la jodida vida, o al menos el año.

Un par de compañeros y ella fueron los primeros en hacer la guardia. Claro, cómo le tocó Rotación A, Cirugía, debió haberlo esperado. Y no sólo eso, además recibió un larguísimo monólogo sobre la responsabilidad y las prioridades por parte del residente a cargo de ella. Su proceso de inscripción quedó incompleto, no entregó sus dos fotografías ni su comprobante de inscripción y aunque lo presentó hoy, casi tuvo que rogar que le permitieran quedarse en el hospital y comenzar el penúltimo año de la licenciatura.

Con malos gestos y una máscara de desagrado, el residente de 27 años la mandó hacer varios trámites y le permitieron quedarse. Qué compasivos.

Fuera de eso, la noche no estuvo tan pesada cómo esperaba, pero las horas de sueño sí le hacían falta. Desde primer año le advirtieron que no dormiría, pero no creyó sentirse tan agotada desde el primer día.

Lo peor de todo era que dentro de dos horas debía presentarse a una estúpida plática sobre alguna estúpida cosa sobre el internado. El departamento quedaba a poco menos de media hora, podría bañarse y cambiarse, pero no dormir, ni siquiera por diez minutos. Vaya lío en el que estaba hundida. ¿En qué puto momento se le ocurrió estudiar esa perra carrera? No, no. La verdadera pregunta era ¿por qué eligió estudiar esa estúpida carrera? Hasta la fecha seguía sin saberlo, debió claudicar desde primer año, siempre supo que…ya basta. Fue suficiente.

Nara eligió estar ahí, sacrificó mucho por llegar. Hubo altas y bajas en el camino, pero a pesar de todo, logró llegar a un nivel que muchos compañeros deseaban. Muchos claudicaban en el camino, muchos otros se quedaban estancados. Ella había seguido, de alguna forma había sobrevivido y no pensaba desperdiciar tantos años. En poco tiempo se convertiría en un médico, sí, uno más del montón, pero llegaría a ser lo que se propuso. Eso debía ser más que suficiente motivación, “arriba y adelante”, cuando volteara atrás, se reiría de tanto sufrimiento sin sentido.

Recordó con amargura su primer año; entusiasmada, con dudas, pero optimista. Era amigable, no tanto, pero trataba de encajar y se encariñaba fácilmente. Tenía lo que en ese entonces pensó que eran amigos y se sentía alegre. Una chica de 19 años, tonta e ignorante del mundo, inocente, incapaz de pensar tan mal de la gente. Sí, esa era ella cuatro años atrás, si pudiera volver, se advertiría acerca de todo. Maldita sea, se obligaría a tomar una senda distinta.

Segundo año fue igual de inmaduro, estúpidas materias, noches de desvelo infinito y preocupación por conservar amistades o sentirse nostálgica por la separación. Sí, seguía siendo inocente. El tercer año fue malditamente decisivo. Ahí se vio la competencia, los mejores promedios elegían plazas, el internado estaba cada vez más cerca y ese sentimiento de apoyo mutuo y hermandad de primero y segundo se disolvió. Hospitales, rotaciones, doctores cuyo único fin era exprimir su autoestima hasta que nada quedara…no todos, pero sí varios. Oh, sí, no podía olvidar su relación amorosa con el idiota ese, todo comenzó a finales de tercero y si hubiese sido lo suficientemente inteligente, habría terminado antes del comienzo del siguiente año.

Menuda de problemas que se habría ahorrado.

Cuarto fue tranquilo, monótono y no tan perro. No diría que su mejor año, pero definitivamente no fue el peor académicamente hablando. Ah, pero quinto…el puto internado, las jodidas guardias, la prueba más difícil. Iba el primer día y apenas soportaba, pero aguantaría. La competencia fue reñida desde tercero y ella no quedaría rezagada, después de todo, en palabras de alguien más, ella era “una maldita manipuladora que consigue lo que quiere.”

¿Y qué quería? Ser la mejor, aprender del mejor y terminar todo de una jodida vez.

Un sonoro pitido la sacó de sus amargos pensamientos. La pantalla del teléfono indicó que se trataba de su hermana…esa vez en llamada telefónica. No podía evitarla por siempre, no a ella. Contestó.

 – ¿En qué puedo ayudarte, querida hermana?

– La inestable Nara se ha dignado a contestar, yo creía que te perdía para siempre –la voz de su hermana era como un consuelo –. Me dejaste intrigada y preocupada con tu mensaje, tan mal estaba que le dije a mamá…

– No puede ser –eso era lo que menos necesitaba –. Te dije que no…




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