Buscaré tu nombre en las estrellas

TRES AñOS ANTES

Era un nublado día de finales de octubre. Nara nunca sintió simpatía por los días carentes de sol, eran tan opacos. Sus mejores días siempre habían sido iluminados por la estrella central de la galaxia, cuando las nubes le negaban la brillante y calurosa luz, los días eran más bien normales.

Ese día fue la excepción.

Hacía seis meses había concluido el primer año de la licenciatura en Médico Cirujano, y lo había hecho exitosamente. Su promedio de 9.2 no era exactamente de excelencia, pero estaba cerca de serlo. Sólo cuatro personas en su grupo habían salido con más de 9 y ella estaba contada entre ellos.

Las vacaciones habían concluido y un nuevo ciclo comenzaba. El segundo año, decían, era más sencillo que el primero. Si se basaba en su escasa experiencia de tres meses cursándolo, podía decir que no era más fácil, pero sí más interesante. Y ese día lo demostraba.

– ¿Entonces el ratón sigue vivo? –preguntó emocionada a alguien al otro lado de la línea –. Es increíble, lo logramos.

– No es increíble –respondió Juanito –. Desde el principio supe que lo lograríamos.

Su compañero contaba con una seguridad en sí mismo que ella deseaba tener, sí, ambos eran muy inteligentes y capaces, pero ella era muy propensa a desconfiar en cuánto hacía las cosas. Al menos tenía a su lado a alguien que sabía calmarla y la instaba a seguir adelante y confiar en ella misma.

Juanito era el único compañero de su grupo de primero al que le tocó con ella. Diego había quedado en el turno de la tarde, su amiga Caro estaba en la mañana, pero en un grupo distinto. La otra chica, la recursadora, volvió a reprobar. Lo último que supo de ella, fue que había claudicado de la licenciatura, desde que les dijo que no había pasado el extraordinario de Bioquímica, no habían vuelto a hablar con ella.

A Nara no le importaba, después de todo, a final de año se distanciaron mucho, no la echaría en falta.

Tristemente, Caro hablaba con ellos cómo dos veces al mes, Diego los frecuentaba más, pero debido al horario vespertino, casi no se veían. En lo que iba del año habían salido a beber dos veces y una vez fueron al cine; eso era todo. Sus días de risas, burlas y estrés por la escuela habían concluido. A Diego sí que lo echaría de menos, le caía mucho mejor que Juan.

– Bueno, somos buenos anestesiólogos –Nara no supo que otra cosa decir –. Cuando operemos al conejo, no tendremos que preocuparnos por la anestesia.

– Sí…supongo que sí.

Un silencio incómodo sucedió las palabras de Juan, ella quiso cortar la llamada.

– ¿Llegaste bien a dónde tenías que ir?

– Eh…sí –dijo avergonzada –. Gracias por preguntar. Tengo que colgar, pero agradezco que me avisaras del ratón.

– Claro, no te preocupes. Nos vemos el lunes.

Hasta el lunes, pensó Nara, y entonces suspiró, Juan trataba de pasar mucho tiempo con ella últimamente, anteriormente el pegoste se iba con Diego, pero a falta del otro chico, era ella quien tenía que cargar con el joven inteligente. La verdad le caía bien, sin embargo, no soportaba pasar demasiado tiempo a su lado, no le gustaba sentirse presionada en cuanto a rendimiento académico; aunque Juan no presumía ni la molestaba por ser más inteligente que ella, Nara se exigía a sí misma. Y terminaba por enojarse y estresarse de más.

Un año a diario con Juanito había sido más que suficiente. Desgraciadamente, ahora tendría que soportar otro más.

Volviendo al tema anterior, aquel nublado viernes tenía planes. Sí, podría ser una chica estudiosa y responsable que deseaba muy internamente ser tan inteligente como Juan, pero eso no le impedía salir a divertirse.

Isela había decidido poner fin a su tiempo sabático y entró a estudiar Economía. A pesar de ir en la misma universidad, se veían unas escasas cuatro veces al mes; o sea sábado o domingo. Sus horarios no eran del todo compatibles, pero siempre encontraban tiempo para ellas; aparte, se mensajeaban casi a diario. No importaba sí sólo se veían para saludar, eso era mejor que nada.

Tristemente, en ese último mes, las cosas se habían complicado.

La abuela de Nara perdió su casa a manos del banco, así que su madre la acogió de buena gana. Era una boca más que alimentar, pero la abuela era fuerte y productiva, ayudaba en la casa y aportaba dinero de su pensión. No obstante, su madre se convenció a sí misma de que la abuela necesitaba cuidados y no debía estar sola por mucho tiempo.

Debido a que ella era estudiante de medicina de segundo año y que vivir para los demás era su lema, Nara fue la elegida para cuidar de la abuela y llevarla a sus citas en el hospital. De momento sólo la había acompañado a una.

Su padre últimamente viajaba mucho por trabajo y su madre recién había entrado a trabajar, así que estaban demasiado ocupados para prestarle la atención suficiente a la abuela. Ángela llegaba a casa casi a la misma hora que ella, así que ambas se encargaban de pasar tiempo con la abuela.




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