Buscaré tu nombre en las estrellas

DOS AÑOS ANTES

El segundo año de universidad concluyó y Nara no podía estar más feliz. Entre exámenes finales y calificaciones cuasi perfectas, su estrés amenazó con quebrarla. Anteriormente sentía que su voluntad era de hierro, pero ahora se daba cuenta de que era incluso más fuerte, casi como el diamante. No cualquiera lograba subir su promedio a  9.3 en segundo año, tenía vida social y familiar, iba a clases de dibujo y cuidaba a una abuela.

Tal vez se sobrevaloraba un poco, pero se sentía tan satisfecha consigo misma que no le importó. Incluso estaba casi al mismo nivel que el idiota de Juan y eso que él sí se volvía intenso a la hora de estudiar. Ella era un poco menos intensa, pero sólo un poco.

El primer día de las vacaciones durmió hasta pasado el mediodía, disfrutó cada segundo de sueño e incluso quiso seguir acostada, aunque su cuerpo pedía a gritos levantarse de una buena vez.

– Nara –Ángela llegó a molestarla –. Ya despierta, es muy tarde y estoy aburrida.

– ¿Y por eso me despiertas?

– Sí –respondió su hermana –. Quiero ir a pasear.

Pero ella no quería. Sólo deseaba quedarse encerrada, hablar por chat con Isela, ver películas en Netflix y comer cualquier alimento dulce que contuviera tantos carbohidratos que su cuerpo se viera en la necesidad de comenzar la síntesis de triglicéridos y ácidos grasos.

– Yo no quiero –Nara aventó su almohada hacia Ángela –. Sal con Armando, seguro quiere verte.

Armando resultó ser novio de Ángela. Después de Navidad ella no volvió a mencionar al tal Armando hasta que su hermana, un día soleado, llegó a decir que un compañero de su escuela se había convertido en su novio. Su madre no estaba del todo contenta, pero no podía castigarla por tener novio, así que dejó su relación en paz. Pero esa niña se volvía tonta cuando del tipo ese se trataba y muchas veces hacía enojar a su madre.

– Mamá no me dejará –el tono de voz alegre se volvió sombrío de improviso –. Aparte, se fue una semana de vacaciones.

No negaría que el novio de su hermana era muy tonto, pero había demostrado ser fiel y quererla, así que no lo odiaba. El problema radicaba en que Ángela parecía, por momentos, ser un tanto dependiente de él. Sí, era una adolescente que actuaba impulsivamente, pero existían límites…y su hermana había traspasado casi todos.

Su mamá se enojaba cada que Ángela cometía tonterías, las cuales eran demasiadas. Esa era la principal razón por la que no dejaba que ambos chicos salieran solos. Si Nara no los acompañaba, no se verían. Fin de la historia. Su padre era menos exigente, pero la última palabra siempre la tenía mamá, así que tenían que llevar chaperona a todas sus citas.

– Así que esa es la razón de que no estés pegada a tu teléfono, tu novio se fue y no tienes con quien hablar.

– No es cierto, yo siempre quiero salir contigo, pero dices que estás muy ocupada.

Punto para su hermana. La pesada carga de trabajo generalmente la dejaba agotada y con ganas de no hacer más que respirar. Así que era verdad, casi no salía con Ángela ni con Isela ni con nadie. Por lo menos no en los últimos seis meses. Desde Año Nuevo todo había cambiado y no necesariamente para bien.

Se estaba volviendo una obsesiva de las buenas calificaciones y del conocimiento. Siempre quería estudiar y aprender, leer sobre los temas y encerrarse en su mundo. Se estaba convirtiendo en el reflejo de los compañeros mataditos que ella tanto detestaba y odiaba cuando los tenía de frente.

Estaba pareciéndose cada día más a Juan.

– ¿Sabes qué? –se levantó de un salto –. Vamos a pasear, ir al cine nunca le ha hecho mal a nadie.

Se bañó a la velocidad de la luz y se vistió con lo primero que encontró: una blusa holgada amarilla y pantalones de mezclilla oscuros. Desayunaron juntas y salieron a la plaza después de pedir permiso a su madre. Sí, tenía 21 años y seguía pidiendo permiso y haciendo tratos con su madre para poder salir. Lo peor es que ni era a una fiesta o al antro, era a una estúpida plaza.

No lograba entender cómo era que la mayoría de sus compañeros sólo avisaban que iban a salir y con eso bastaba. Si es que avisaban, algunos ni siquiera eso; simplemente no llegaban a sus casas. Nara imaginó lo que sería vivir así, ¿se iría de fiesta cada que pudiera? ¿El alcohol sería su fiel compañero? La razón por la que casi no salía era porque le daba miedo y desmotivación pedirle permiso a su madre, las negativas solían acabar en discusiones y rencores, era mejor evitarlo. Pero si no tuviera que pedir permisos, ¿sería una chica fiestera de esas que abundaban en la universidad? No tenía respuesta para ello y probablemente nunca la tendría. Su madre no se volvería menos controladora de un día para otro.

Llegaron a la plaza y Ángela ya había visto horarios de la película romántica que tanto ansiaba ver. El defecto que más le molestaba de su hermana era su ingenuidad excesiva e inocencia irritable. Pensaba que la vida era una película romántica en dónde el hombre era todo un caballero sin defectos, que siempre antepondría a su pareja y que jamás le fallaría. Todo eso era un cuento chino y provocaba ilusiones idiotas en la cabeza de las adolescentes como su hermana. Cuando la vida les diera un golpe duro y de frente, dolería mucho y ella sería la encargada de sacar adelante a su hermana y enseñarle a devolverle el golpe a la vida.




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