Buscaré tu nombre en las estrellas

UN AÑO ANTES

No podía creer que su madre la dejara salir de fiesta. Era verdad que, desde el divorcio y desde que las cosas entre la familia se hubieses arreglado un poco, se encontraba más alivianada; pero dejarla ir a una fiesta sin poner excusas y preguntar por el alcohol, era un logro que nunca pensó llegar a presenciar.

Estaba por terminar el tercer año de medicina y sus compañeros organizaron una fiesta para celebrar que serían un poco libres por algo de tiempo. Ese año no había convivido con sus compañeros de primer año, en realidad casi no hablaban. Diego estaba con Juan de nuevo, pero ambos siempre estaban ocupados; ella también. Caro había desaparecido del mapa y nadie sabía de ella, así que sólo quedaban ellos tres.

La fiesta era para cualquiera de la universidad que estuviera por terminar el tercer año. Recibió un mensaje de Diego y la convenció de ir. Sabía que no la dejarían, así que le dio el avión a su compañero. Lo que la tomó por sorpresa fue la afirmativa de su madre. Ahora que tenía permiso de ir, se estaba emocionando. Invitó a Isela porque hacía mucho tiempo que no hablaban ni se veían, al menos podrían pasar la noche juntas.

Se vieron en casa de su mejor amiga y de ahí se fueron en taxi hacia el lugar de la fiesta. No quedaba tan lejos. Llegaron muy temprano, pues había sólo seis personas dentro y Nara no conocía a ninguno. Al menos llevaban su propio alcohol; una botella de tequila de 500 ml. Tomaron asiento en un rincón y se pusieron a platicar entre ellas, más bien empezaron a juzgar a quien quiera que estuviera ahí.

– Ese de ahí no está tan mal –dijo Isela discretamente –. Deberías hablarle.

El chico en cuestión medía metro y medio y usaba lentes enormes.

– ¿Es broma? –dijo Nara entre risas –. Es el peor de todos los presentes.

– Se ve que es listo, yo sí me lo daría.

Isela se daría a todos, todo mundo entraba en su parámetro. Tristemente no había compañeros que le llamaran mucho la atención, en su grupo, la mayoría eran comunes y corrientes, nadie que sobresaliera. Esperaba que cuando llegara al internado todo cambiara y se topara con alguien que le atrajera lo suficiente como para querer algo con él.

– Me debes cien –dijo alguien a su espalda –. Te dije que sí vendría.

Diego la abrazó cómo si no la viera desde hace varios meses…bueno, hace varios meses no se veían.

– Nara, qué guapa –Juan le dio un beso en la mejilla –. Me has fallado, perdí cien pesos por tu culpa.

Por más que trató, no pudo evitar sentir el cosquilleo que los labios de Juan dejaron en su mejilla.

– Si dije que vendría, es porque lo haría –vil mentira, no pensaba ir –. Qué gusto me da verlos.

Les presentó a su amiga y se pusieron a tomar cómo si no lo hubiesen hecho en varios meses, (ella, por lo menos, llevaba más de un año sin probar una gota de alcohol). Fue divertido, empezaron a hablar de las rotaciones y de la clínica que les había tocado, la de Nara era buena, pero le quedaba muy lejos de casa. Diego y Juan estaban satisfechos, habían tenido suerte.

En algún momento, la habitación en la que estaban se llenó de gente. Apenas podían moverse. Diego fue en busca de quién sabe quién e Isela argumentó que necesitaba ir al baño, Nara estaba por ofrecerse a acompañarla, pero fue muy lenta, su amiga desapareció en el mar de gente.

Se quedó sola con Juanito. Después de dos años juntos, nada era incómodo entre ellos, pero un año habían dejado de frecuentarse y en parte lo extrañaba; era bueno tener alguien con quien estudiar y con quien quejarse de lo pesada que era la carrera. Ahora estaba sola… y por momentos quería volver a primer o segundo año dónde todo era más fácil y tenía a alguien de confianza a su lado.

– ¿Te gusta la clínica?

– Lo prefiero a los exámenes que llevábamos en primer y segundo año.

– Yo igual, aunque los doctores luego te bajan horrible la autoestima.

Sí, había doctores que sólo decían que eran una bola de inútiles, que podían dar más, que no merecían estar ahí y quién sabe cuántas cosas más. Era algo normal. Al principio Nara se sentía mal por todo lo que le decían, pero había gente en el hospital que la animaba; así cómo había doctores perros, también había doctores buenos. La diversidad abundaba en el ambiente.

Platicaron de sus notas y lo que esperaban del cuarto año, hablaron de cosas triviales y se rieron de tonterías. La realidad es que ya estaba tan ebria, que no recordaba cómo es que terminó besando a Juan con tanta impaciencia.

Nara parecía desesperada, pero al joven no le importó, él sólo se dejó hacer. Algo dentro de ella quemaba, estaba ardiendo y la única persona que podía calmar el incendio dentro de ella, estaba ardiendo también. Acarició su cabello y su cuello, Juan le respondió con un gruñido.

Supo que llegarían más lejos cuando las manos de su acompañante se aventuraron por debajo de su blusa y pantalón. Nara tembló ante el toque de su compañero de licenciatura, estaba disfrutando como nunca lo había hecho. Sólo esperaba que el alcohol no fuera el causante de ello.




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