Buscaré tu nombre en las estrellas

TRES MESES ANTES

La vida se complicó inimaginablemente después de la noticia sobre el cáncer que consumía a la abuela.

En un principio las quimioterapias no dejaron marca en la abuela, Nara, su madre y la tía Mary se turnaban para llevarla a las terapias y todos trataban de fingir que las cosas se arreglarían. El primer mes eso fue lo que pensaron, sin embargo, la abuela un día decidió que estaba harta del tratamiento y se negó a seguir yendo al hospital.

Hubo una discusión bastante fuerte sobre el tema. El doctor dijo que hasta el momento no veía un avance significativo, pero que con otras sesiones podría darse cuenta que tan bien respondía el organismo al tratamiento. Al final, se decidió que la abuela seguiría con la terapia, tenían que hacer lo posible por lograr darle un poco más de tiempo en el mundo terrenal.

Generalmente había muchos problemas debido al rol de llevar a la abuela al hospital, Nara y su madre trataban de discutirlo en secreto para que la abuela no se sintiera mal, pero un día no lograron contenerse y protagonizaron una pelea cómo pocas veces se había visto.

– ¡No es posible que seas tan egoísta y no quieras encargarte de tu abuela por un maldito día!

– No es egoísmo, tengo que ir al hospital ese día y aparte presento examen –Nara apenas podía respirar de ira –. No puedo faltar, aparte, ese era tu día, pero claro, cómo tienes que ir con ese hombre con el que te acuestas.

No vio la mano de su madre, sólo sintió el golpe. Un calor insoportable comenzó a subir por su rostro y la mejilla le hormigueó. Su madre nunca antes la había golpeado, así que la sorpresa se dibujó en el rostro de las dos.

– En tu vida me vuelvas a tocar –dijo Nara en un siseo –. Si te atreves a ponerme de nuevo una mano encima, juro que te arrepentirás.

– Soy tu madre, me debes respeto.

No le debía una pizca de respeto, al menos no ese día. Se suponía que su madre llevaría a la abuela a la siguiente sesión, pero últimamente andaba muy pegada a un compañero de trabajo (seguramente se acostaba con él) y argumentó que tenía trabajo que hacer con él (trabajo sucio, seguramente). Así que le pidió a Nara que ella se encargara.

Lo habría hecho de buena gana si no tuviera otra cosa importante qué hacer.

El cuarto año le pareció menos difícil que tercero, pero su disgusto con la carrera hacía que todo fuera un poco desgastante. Las rotaciones y los exámenes hacían que odiara el haber elegido estudiar medicina; pero ya era muy tarde para claudicar. Estaba más cerca del final que del principio, así que terminaría eso de una buena vez.

La abuela se enteró de la discusión, pues los gritos no pasaron desapercibidos, pero no dijo nada, simplemente al ver la marca del golpe en la mejilla de Nara, suspiró derrotada.

– Nunca quise ser una carga.

Nara no supo qué contestar. La edad absorbía la fuerza de las personas, el precio por otro día más de vida era una pizca de juventud; un día, simplemente, ya no habría con qué pagar otro suspiro y la muerte reclamaría lo que le correspondía. La abuela estaba recorriendo un sombrío sendero y los arrastraba con ella. No es que la culpara, Nara quería a su abuela, pero tampoco podía negar que era muy pesado encargarse de otra persona aparte de sí.

La tía Mary se portó muy buena onda cuando se ofreció a encargarse de la abuela más veces, Nara le agradeció muchísimo, les hacía un gran favor. La tensión aminoró un poco después de eso, pero aún existía un dejo de rencor en Nara, no podía perdonar tan fácil a su madre.

La siguiente en querer joderse fue Ángela. Desde la noticia de la abuela, se había vuelto una rebelde. Contestaba mal, si llegaba de malas se volvía insoportable y se la vivía encerrada en su habitación. Comía muy poco y casi siempre hacía gestos de asco en cuanto le ponían un plato enfrente. Su madre también se la vivía peleando con ella, nunca tuvieron una discusión tan fuerte, pero los problemas eran igual de irritantes.

Un día habló diciendo que estaba con un chico y que la policía los quería arrestar por estar en una “posición comprometedora”, no sonaba tan preocupada, más bien irritada y sin arrepentimiento. Nara creyó que si se sentía tan segura, no tenía por qué hablarles o tal vez la chica sólo quiso ponerse de orgullosa.

Se armó un tremendo caos pasada la llamada, su madre fue a dónde se suponía que estaba su hermana y logró que el policía los perdonara (seguro le dio dinero).

Su madre se enojó bastante, corrió al tipo con el que su hermana estaba y le pegó gritos capaces de oírse hasta la Luna, pero lo que más la enfadó fue que Ángela decía qué, de haber podido, se habría cogido al tipo ese y que no le importaba que la hubiesen sorprendido en un acto tan íntimo. Nara casi deseaba meterle un buen golpe para que se le acomodaran las ideas. Su hermana se estaba autodestruyendo y su madre y ella estaban demasiado ocupadas cómo para prestarle la atención que deberían.




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