Buscaré tu nombre en las estrellas

ROSAS QUE FLORECEN

Cuando, tres días después del encuentro con Rodrigo, su hermana anunció que iría de vacaciones con su padre y la hermana de este, el infierno amenazó con pisar la Tierra. No hubo gritos por parte de su madre, fue peor, un par de miradas decepcionadas y de disgusto bastaron para hacer dudar a Ángela de su decisión.

No era la primera vez que su padre les ofrecía salir de vacaciones y pasar unos días en algún lejano lugar donde el calor no fuera tan intenso y uno se olvidara de las responsabilidades que dejaba en el hogar, pero Nara nunca aceptó, así que su hermana tampoco lo hizo. No supo la razón por la que Ángela decidió que ese verano era el elegido para hacer el experimento de convivir con su padre y la hermana de este en la capital del país.

Hubo un par de preguntas sobre el objetivo de viajar, sobre el itinerario de la travesía y sobre los gastos que conllevaría. Después de la minuciosa investigación, su madre dio el visto bueno al viaje que su hermana quería hacer. Como el padre de las chicas se encargaría del boleto de avión, las comidas y todo lo demás que a su hija menor se le pudiera ofrecer, no hubo excusa creíble para evitar una separación de una semana. Nara influyó un poco en la decisión, la abuela también hizo de las suyas para convencer a su hija de dejar que Ángela se fuera.

Entre las dos hicieron la maleta con ropa adecuada para el clima. No conocían de mucho a la hermana de su padre, un par de llamadas y saludos cordiales por chat en los años pasados, pero no podía decir que existiera un vínculo afectivo entre ellas (su sistema límbico no lo había desarrollado). Si Nara fuera la chica que viajaría más de 500 kilómetros hacia una ciudad nunca antes vista, no estaría tan emocionada como lo estaba su hermana. En fin, cada quien reaccionaba de distinta manera ante los estímulos del medio ambiente.

Por la noche, su madre se encerró en su habitación mientras mantenía una charla civilizada con el padre de sus hijas. Por lo poco que lograron escuchar, hablaban sobre la hora del vuelo, el día en que regresaría y otras cosas poco interesantes. Pronto se aburrieron y decidieron dejar de espiar.

– ¿Cómo crees que sea la tía?

– No lo sé –dijo Nara con sinceridad –. Papá nos enseñó varias fotos de su niñez y en la boda de nuestros padres aparece, pero en cuanto a su personalidad, desconozco cualquier dato.

Ángela se acomodo sobre la cama.

– Espero que sea agradable, no soportaría convivir una semana con alguien que siempre tenga cara de estar oliendo mierda.

Ambas soltaron una carcajada, si se trataba de una persona así, tendrían mucho material para burlarse una vez que su hermana volviera. Pasarían un buen rato riendo.

– Tal vez suene tonto, pero me da miedo que papá lleve con nosotros a ya sabes quién.

Ya sabes quién no era más que la estúpida mujer diez años menor que su padre, la perra que se metió en el matrimonio y que cuatro años después, seguía estando presente. Nunca habían intercambiado una sola palabra con ella, ni siquiera se la habían topado de frente, su padre sabía que no soportaban ni escuchar hablar de ella. Sería lo más estúpido el llevarla de vacaciones si su hija también iba.

– Tranquila –acarició el cabello de su hermana –. No es tan tonto, obviamente no la llevará.

Y más le valía no llevarla. Si se atrevía a lastimar a Ángela, Nara lo mataría.

Fueron a dejarla al aeropuerto. La pobre chica estaba que se la comían los nervios, nunca antes viajaron en avión, la realidad es que nunca habían salido hacia una ciudad que no estuviera a menos de dos horas y media de viaje en automóvil o autobús. Trataba de disimular el miedo y la angustia que la carcomía, pero Nara era buena observadora y notó lo inquieta que se hallaba su hermana.

Ella estaría igual de nerviosa si fuera a viajar en avión. Había visto muchas películas en dónde se perdía el control de los botones o cables o volante o lo que el avión tuviera y la enorme mole caía desde varios miles de metros de altura. O peor, los pilotos no veían una montaña cubierta por densas nubes opacas y fatídicamente se estrellaban contra esta. Ambas visiones eran terroríficas y no deseaba ni de broma que ocurriera eso con el avión que tomaría Ángela.

Sacudió la cabeza para deshacerse de dichas imágenes. Prefirió no decir nada, no quería que los nervios incrementaran y que una palabra suya la asustara más.

La abuela no fue a despedir a Angie, se encontraba sumamente carente de fuerzas, la enfermera Dona se quedó con ella, pero le dijo unas palabras antes de que salieran de casa y aunque nadie supo qué fue lo que expresó, la chica salió con una sonrisa en la cara y buen ánimo…que ahora había desaparecido.

Su madre se mostraba incómoda en el lugar, si no la conociera bien, pensaría que le tenía miedo a los aviones o a las alturas. Pero sólo se trataba de la angustia por dejar que su hija saliera de su radar por una semana, alguien tan obsesivo del control y sobreprotectora estaba enfrentando un desequilibrio en su vida y obviamente no estaba confortable con ello.




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