Buscaré tu nombre en las estrellas

ROSAS SIN ESPINAS

– ¡¿La abuela está muy mal y tú quieres salir?! –su madre la miraba cómo si estuviera loca –. Estudias medicina, sabes lo grave que es esto.

Sí, lo sabía. La abuela moriría en cualquier momento, no cabía duda. ¿Estaba siendo egoísta por querer salir cuando su abuela apenas podía respirar? Probablemente, pero algo en ella le urgía ir al concierto de Lucino. Sería la última vez que vería a Rodrigo y tenía que saber qué pasaría. Claro que lo sabía, pero no quería aceptarlo; él se iría, comenzaría de nuevo con giras, tendría su vida de artista. Ella se quedaría, entraría al internado y seguiría adelante.

No le gustaba la vista, pero así eran las cosas. Todo quedaría cómo una buena experiencia. Las ganas de llorar se arremolinaban en su interior.

– Estudio medicina y por eso sé qué, aunque me quede, no salvaré su vida. Mi abuela morirá cuando tenga que morir.

Vio la mano de su madre volar a su mejilla. El golpe lo sintió un segundo después. ¿Qué mierda? Su madre sólo la había golpeado una vez y ella apenas lo consintió, le dijo que, si lo volvía a hacer, se arrepentiría.

– ¡¿Cómo te atreves a tocarme?! –Nara casi se lanza contra ella en un ataque de furia, Ángela la detuvo –. Eres una jodida controladora que sólo ve por sí misma, la abuela estaba de acuerdo con que saliera hoy. Le pregunté por la mañana.

– ¡Soy tu madre! –siseo la mujer frente a ella imitando su palabra –. La última palabra la tengo yo. Y no eres quien para cuestionar mi autoridad.

Suficiente, dejó que el ardor de su mejilla le diera el valor necesario para largarse de la casa. Salió hecha una furia y con los gritos de su madre resonando por toda la cuadra, tuvo que correr para tomar un taxi y escapar antes de que la atrapara.

Una vez fuera del antro, Nara llamó a Rodrigo. Esta vez no tuvo que esperar, el hombre salió inmediatamente por ella y la besó en la mejilla, la misma que tiempo antes fue golpeada. Se sintió bien, para nada incómodo.

Un estupor se adueñó de su cuerpo, charló con las Valentina y Laura como un autómata, asentía ante lo que Sebastián tenía para decir y dejó que Rodrigo la tomara de la mano. Ignoró la hostilidad por parte de Gerardo, Ismael y Christian. Sonrió a la novia de Pedro y oyó sin escuchar.

Durante el concierto, apenas cantó. Se mantuvo sentada en su lugar mirando fijamente al hombre que llegó a revolucionar su vida. Tan concentrado en tocar, tan natural al cantar. ¿Estaría él pensando en lo que pasaría a continuación? Él seguro sabía lo que un flechazo significaba, alguien como él conocía a mucha gente a diario, seguro había atravesado situaciones similares antes. No era nuevo para él.

Pensó en huir de ahí, salir por la puerta delantera como todos los demás y desaparecer en la oscuridad. Dejar detrás esas últimas semanas y fingir que nada de eso ocurrió, centrarse en el futuro y correr hacia la abuela para pasar con ella sus últimos momentos de vida. Entonces cayó en la cuenta de que se la pasaba huyendo, escapaba ante cualquier situación que la desestabilizaba, no enfrentaba con la cara en alto los dilemas.

Hablaría con Rodrigo en cuanto lo tuviera de frente.

La abrazó en cuanto la vio, la envolvió en sus brazos y por un segundo se sintió feliz, genuinamente feliz, estaba en el lugar correcto con la persona correcta…quien se iría en dos días.

– ¿Algo anda mal?

Tomó aire, era tiempo de decirlo.

– Todo anda mal –Rodrigo parpadeó sorprendido –. Estoy aquí, contigo, haciendo que mis sentimientos por ti incrementen a cada segundo. Veo cómo estoy al borde de un pozo y yo sólo quiero dar un paso al frente y caer sin pensar en las consecuencias. Te vas en dos días y yo estaré destrozada porque marcaste mi alma… y te vas.

Uh, oh. La mala noticia fue que la novia de Pedro estaba cerca y los volteó a ver disimuladamente, Sebastián no fue tan discreto y casi volteó la cabeza al escuchar sus palabras. El hombre frente a ella murmuró algo inentendible y la tomó del brazo. La condujo al exterior en dónde las únicas almas eran las de ellos.

– Escucha, Nara, yo…

Momento de silencio. Por un breve instante, tuvo miedo. Miedo porque él no sintiera nada de cariño hacia ella, miedo por poner todas las cartas sobre la mesa y no tener un as bajo la manga.

Entonces el aire a su alrededor se congeló, el cielo brilló. El viento pareció envolverlos, todo se redujo al minúsculo espacio entre ellos. Bajo la penumbra natural, nació una mirada, un pestañeo; un roce y un beso.

Sus labios chocaron levemente contra los de ella. Al principio suave, luego ambos exigieron más. Nara rodeo su cuello con los brazos y Rodrigo la apretó hacia él, algo nació en ella en ese momento, recorrió su estómago y subió hasta su cabeza. Dejó que sus lenguas juguetearan mientras una explosión de colores se adueñó de su cerebro. ¿Eso era el amor? ¿Colores en la oscuridad? No importaba qué era, la hizo subir a la cima, fue perfecto.




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