Buscaré tu nombre en las estrellas

LA ROSA MÁS HERMOSA

A decir verdad, la primera semana de trabajo no fue exactamente pesado, su función principal era publicitar un poco el local y mostrar los cientos de diseños con los que contaban o hacía observaciones a los diseños propios de los clientes. Las combinaciones de colores no siempre eran las mejores, un par de cambios y quedaban perfectos. También cobraba y administraba las citas para los diseños que requerían de más de una sesión o de gente que, después de haber hablado con el artista y haber ajustado los detalles, fijaba fecha para el gran día.

Su compañero de turno era un maestro, dibujaba a la perfección y su manejo de las agujas era impecable. La mayoría de los clientes iban por él, querían que la obra de arte en su piel fuera hecha por sus habilidosos dedos. Nara lo admiraba, miraba su trabajo a cada oportunidad que tuviera, observaba cada trazo y cada movimiento, incluso su forma de tratar con los clientes era formidable. Y no era un hombre tan grande, tenía treinta y cuatro y al menos diez años de experiencia, si no era que más.

Saludaba y se despedía, pero no era propenso a las charlas. Nara tampoco lo era, le gustaba platicar, pero no es que se la pasara conviviendo con cualquiera que se cruzara en el camino. Cuando no tenían mucho que hacer, se hundían en un silencio cómodo, él revisaba su teléfono móvil y ella dibujaba o platicaba con Rodrigo quien se hallaba hundido en tarea y trabajos.

Se preguntó cómo sería estudiar desde casa, hacer todo a través de la red, no poder interactuar personalmente con el profesor ni con compañeros. Medicina sería imposible de estudiar, eso seguro. Cómo su novio se la pasaba viajando, tenía ventajas el plan de estudios, no se atrasaría como si fuera en sistema escolarizado.

Un día por la tarde, casi cuando dieron las seis, una chica de su edad se acercó tímidamente al local. La pobre estaba pálida y lucía un tanto atemorizada, tal vez se debiera a que su piel era clara. Fue Nara quien la recibió.

– Buenas tardes –saludó –. ¿En qué puedo ayudarte?

– Hola, quiero tatuarme, un amigo me dijo que este lugar está bien.

– Claro, ¿tienes el diseño o prefieres ver uno?

La chica traía un diseño de una oruga que le recordó a la obra de Alicia en el País de las Maravillas, guardaba cierto parecido con la película animada. Hablaron durante un rato sobre las medidas del tatuaje, el lugar en dónde se haría y los ajustes del diseño. Nara no quería entrometerse en lo que la chica quería plasmar en su piel, pero sintió el deseo de hacer un par de cambios en los colores. Dibujó el boceto rápidamente, tardó menos de diez minutos y lo mostró.

– ¡Oh! –exclamó la chica –. Es hermoso, eso es lo que quiero en mi piel.

La cita última de su compañero de turno llegó, requería un tatuaje pequeño e incoloro, no más de seis minutos llevaría. Enrique también estaba presente y no hacía nada productivo, así que Nara pensó en pasarles a la chica de una vez, su diseño no era tan elaborado.

– Es tu diseño, ella llegó a ti –le dijo el artista y Enrique asintió en acuerdo –. Hazte cargo, eres capaz. Lo sé.

Y claro que era capaz. Tanto ella como la chica quedaron sumamente satisfechas cuando, diez minutos después, la oruga quedó plasmada en el brazo de su primer cliente. Agradecida, la chica pagó y prometió que si quería tatuarse de nuevo, vendría con ella y que la recomendaría con sus amigos y conocidos. En ese momento, Nara sintió que estaba en la cima del mundo.

Generalmente, Rodrigo se ofrecía a ir por ella, pero es día estaba ocupado, no supo si se trataba de un asunto familiar o de la banda, pero no replicó. Demasiado hizo ese hombre por ella.

Llegó a casa cuando la oscuridad cayó, el tránsito vial estuvo pesado esa tarde. Rodrigo no estaba, pero su padre sí. El señor García trabajaba en una constructora, era un buen ingeniero y estaba presente en muchas obras. Llegaba temprano de su despacho casi siempre, lo que obligaba a los dos hombres a convivir como familia. Nara se hallaba intrigada por la causa de la tensión, era casi imperceptible, no como ella y su madre, pero era obvio para alguien observador. Tal vez algún día le preguntara al señor García.

Moría de hambre, siempre llevaba algún refrigerio para no ayunar por tanto tiempo, sabía que los cuerpos cetónicos en exceso eran peligrosos. Bioquímica debió servir para algo después de todo. Recordó primer año y la emoción de comenzar la licenciatura, el ánimo por los aires y su necesidad de tener compañía durante las clases. Dulce chica ingenua e inocente. Tan joven y crédula, creía que el mundo le abría sus puertas, que tenía un buen futuro a la espera de su llegada y que todo sería sencillo…y después cayó el primer golpe.




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