Bushidō

Epílogo

Y de repente, comencé a sentir aquel impulso descontrolado que habitaba en mi cuerpo. Aquel impulso que se había dormido por años y años, salía a la luz sin ningún tipo de síntoma previo, salía a borbotones de la cascada de mi alma, porque allí se había escondido, se había cerrado tras las malas vivencias de la vida pasada, los malos hábitos.

Había intentado de mil formas quitarlo de mi escondite, devolverlo a la vida, pero supongo que el fuego no puede ser controlado, arrasa con la intensidad cuando menos uno lo espera. Pero en ese instante, en ese preciso instante en el que me encontraba haciendo nada, sentí que mi pecho se abría a la mitad y el fuego inundaba cada partícula de mi cuerpo. Hasta la más pequeña parte de mi fue manchada por el fulgor de mi verdad oculta.

No sabía que tenía tanto poder en esto, hasta que la sensación me consumió.

La única forma de salvarme de este ardor era dejar de hacer lo que había hecho en el pasado, y centrarme en lo que debí de haber hecho siempre. En cada parte de todo, me encontraba. En cada paso que mis dedos recorrían, me encontraba, no podía parar, no después de haber parado durante veinte  años, al fin había vuelto a nacer.

Si había una palabra que definiera mi actitud en estos momentos es la de un recién llegado al mundo. Tenía ansias por experimentarlo todo de nuevo, sumarle mi experiencia, mi sabiduría.

Lo increíble de todo esto es lo imposible que se le hace al fuego del alma verdadero, entender que puede hacer una sumatoria con las cosas que la persona ha visto, experimentado o aprendido. El verdadero fuego del alma rechaza todo y te da ojos de niño de nuevo, un niño que comienza de cero.

La ventaja en esto está en la forma que el niño puede mirar las cosas; puedes ser un niño inquieto y arrasar con todo de una vez buscando incluso más, o puedes ser un niño que atento pasa la vista en objeto a  objeto. Yo había decidido, no sé si  por mera obra de mi alma verdadera o por voluntad propia, ser el segundo.

Mi función en la vida siempre fue una, y por más que intente aplacar el fuego del alma verdadero, siempre va a salir a la  luz, como un torbellino que devasta todo a su paso, como un tsunami que revuelca lo pavimentado, lo estructurado y lo reduce a mera destrucción.

Soy un tsunami, la fuerza de mi verdadera alma es un Tsunami.

Increíblemente, no me ahogo. Increíblemente, no me pierdo. Increíblemente, veo todos los muros que construí, caer uno a uno delante de mis ojos, pero yo sigo aquí.

Mi alma verdadera puede ser un tsunami, un kraken devorador, pero no me lastimaría y eso es más que suficiente para mí, por lo menos por ahora.

En este preciso instante, cuando mi alma sale de improvisto, al fin, me siento yo mismo. Bienvenido de nuevo.

Declaración de libertad. 8 de Mayo de 1868.




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