Una vez, hace mucho tiempo, fui una princesa.
Todas las mañanas despierto intentando recordar eso, lo que se sentía dormir entre almohadones de plumas, comer tartas de nata y fresas, montar a caballo y sentirse a salvo, protegida por la imponente figura que alguna vez fue mi padre. Todas las mañanas cierro los ojos con fuerza e intento trasladarme a ese recuerdo lejano, al momento en el que no sabía lo infinitamente feliz que era. Y como cada mañana me sacudo ese sentimiento para empezar el día, por que si no me levanto y pongo las cosas en su lugar, nadie lo hará, no queda nadie en toda la mansión para hacerlo.
Mi habitación alguna vez fue un paraíso rosado infantil, con mobiliario fino y los juguetes más exóticos y costosos. Era una princesa en toda regla que usaba vestidos de seda y zapatitos de charol. Tenía criadas que peinaban y tenzaban mi cabello. Esa era mi vida, esa era yo. Pero ahora todo lo que tengo son mis manos y tal vez mi ingenio. Aprendí a hacerme peinados simples que emularan la sensación de elegancia. Normalmente sería imposible sin ayuda, pero mi cabello es un caso diferente. Es grueso y abundante de un inusual tono rubio ceniza. Mi abuela me insiste para dejarlo tan largo como sea posible, es pesado pero los rizos son convenientes, con ellos hasta el peinado más sencillo luce sofisticado. Ahora mismo es lo único que me separa de la plebe, lo único que demuestra la sangre en mis venas.
Mi familia es una de las más antiguas del reino, los Demare, un apellido que no puede ser simplemente olvidado sin importar cuantos años pasen. Mi padre era conocido como "el león del mar", tenía la mayor cantidad de buques en el país y su especialidad era el comercio con el extranjero. La familia Demare siempre se coronó con maravillas exoticas mientras él estaba con vida. Era un hombre de negocios implacable, pero era aún más nacionalista y cuando la guerra estalló, esa maldita cruda guerra que dejó al reino en miseria y hambruna, mi padre ofreció su flota para atravesar el mar y se embarcó él mismo como capitán.
Thimeria, el reino enemigo, solía ser una colonia, pero iniciaron una guerra de diez años para independizarse y luego otra de cinco para obtener una compensación económica por los siglos de subordinación. Lanzaron bombas y bloquearon comercialmente la nación, no había comida, no había esperanza. Fue por el brazo de mi padre que obtuvimos la victoria y fue por mí, para darme un futuro, que mi padre arrasó con el enemigo. Murió en el campo de batalla cuando yo tenía ocho años, mí único consuelo fue que logró reunirse con mi madre en el cielo.
Sin mi padre, la casa Demare había perdido a su patriarca y con ello a la luz que nos guiaba. Mi abuela se hizo cargo de mi, pero los negocios eran una historia diferente. Los buques fueron tragados por un huracán que ironicamente acabó con la guerra, tayendo paz y prosperidad para el reino. Y mientras todos reconstruían lentamente su antigua gloria, mi rota familia de dos caía desesperadamente en la ruina.
Thimeria, fue completamente derrotado. La confiscación de sus riquezas ayudó a reconstruir el país luego del bombardeo, pero hoy, a siete años del fin de la guerra nisiquiera el palacio real a terminado sus obras.
Sin embargo, muchas familias nobles consiguieron levantar la cabeza y reinstaurar sus riquezas, alzando de nuevo el libro negro del reino y recuperando parte escencial de nuestra nacion. El reabrimeinto de la real academia fue la oportunidad que mi familia necesitaba desesperadamente.
Luego de la muerte de mi padre, mi abuela y yo fuimos victimas de los vacios legales. La mayor parte de la fortuna se había perdido en el huracán, el dinero y las propiedades de la finca se traspasaron a un primo lejano al que no conozco y que jamás conoceré. Nisiquiera podíamos acceder a una misera pensión de viuda por que esa solo podía ser reclamada por mi madre, la cual había muerto dandome a luz. El reino veneraba a mi padre, incluso erigieron una estatua en su honor y paradojicamente su familia moría de hambre. El poco dinero que quedaba en herencia jamás llegaría a mis manos, por que era guardado recelosamente por el banco en una cuenta específica para entregarlo a mi futuro esposo como dote.
Todo lo que teníamos era la mansión Demare y nuestro apellido. Al correr los años, mi abuela fue vendiendo todo lo que estaba a nuestro alcance para tener algo que comer. Primero la vajilla isabelina, los adornos de los cuartos de huespedes, luego las sábanas, edredones, candelabros, cualquier cosa que estuviera a la mano. Los años pasaban y nuestra vida se volvió cada vez más frágil. Al principio conseguíamos mantener las apariencias pero cada año se volvía más difícil codearnos en círculos sociales, optamos por disculparnos de fiestas, banquetes y demás reuniones sociales por que no teníamos carruaje o caballos con los que llegar a tremendas distancias o fondos suficientes para pagar nuestro viaje. Enviabamos cartas disculpandonos de todo evento, usando el luto por la muerte de mi padre como escusa. Amistades se alejaron pero entendieron profundamente nuestro autoaislamiento.
Abuela no quería pedir dinero a nadie, no quería manchar el apellido siendo perseguidas por cobradores, algo que agradezco por que cada año nos volviamos más miserables si era posible, jamás podríamos pagar ningun tipo de interés. Cuando cumplí 13 años, hasta nuestros muebles y demás pertenecias comenzaron a volar. Las joyas de la abuela, sus tapados, ropa de mi padre, algunos vestidos de mi madre. Dios sabe que lloré al entregarle todo eso a la casa de empeño.
A mis 15 años quedaban pocas cosas que pudieramos dar a cambio de arroz, polenta y queso. Una vez casi vendo mi cabello a cambio de un trozo de carne, pero mi abuela lo prohibió. Mi cabello nunca debía tocarlo, era lo único que me separaba de la absoluta miseria y el estatus que la familia poseía. Podía vestir las prendas más miserables y llevarme tierra a la boca hasta empacharme, pero mientras tuviera mi cabello bastaría y sobraría para entrar en cualquier salón de baile y ser el centro de atención. Mi cabello era sagrado. Al principio no lo entendía ¿De que me servía mi cabello si no tenía nada para comer? Pero cuando llegó la carta del rey ofreciendome una plaza en la real academia, supe a lo que la abuela se refería.
La real academia era una institución en la que solo los nobles más privilegiados podían asistir. Mi apellido seguía tan vigente como siempre e incluso más, era una alumna de honor, lo que significaba que no era necesario que yo pagara por nada.
Durante años, mi abuela se había codeado en reuniones sociales cercanas y demás festejos con sus mejores galas para salvaguardar la dignidad de la familia. Manteniendo muy bien nuestro secreto. Estaba a punto de darme por vencida y resignarme a una vida de miseria, pero esa carta lo cambió todo. La abuela se había asegurado de que el mundo no se olvidara de nosotras, que no olvidaran que aún quedaba una orgullosa sucesora Demare que pronto llegaría a una edad casadera.
Abracé a mi abuela, ella siempre tuvo la respuesta. Por eso jamás se había desprendido de los vestidos más lujosos de mi madre o sus artículos, los guardaba como una inversión a mi futuro.
La real academia era un lugar imponente, no había miembro de mi familia que no haya estudiado alli, incluso un ancestro mío fue uno de los fundadores. Eso entregaba mas honor a mi estancia, había salones que tenían mi apellido como si me pertenecieran. Este era mi lugar, se sentía más real que mi deteriorada mansión vacía y fría. Eso me hacía pensar en mi abuelita, ella estaría completamente sola, sin nadie que la cuidara ya que yo me quedaría en los alojamientos de la academia. Se me partía el corazón cuando pensaba en esa viejecita sola y casi quise rechazarlo todo para quedarme con ella, pero mi abuela no me lo perdonaría jamás. La academia era nuestra única esperanza y estaba demasiado lejos para viajar a pie todos los días. Con lágrimas en los ojos me despedí de mi abuela y le prometí volver todos los fines de semana sin falta.
Dios sabrá que haría ella sin mi durante cinco días a la semana, quien se encargaría de ella. Pero no era tiempo de pensar en eso, tenía que endurecer mí corazón y resistir, ambas debíamos. Solo serían tres años y luego solo quedaba un brillante futuro para las dos.
La academia era inmensa, maravillosa. Llegué muy temprano para escapar de la vista de profesores y alumnos. Las clases comenzanan a las 9 de la mañana y yo encontré mi habitación a las oscuras 6 de la mañana. Mi alojamiento no estaba mal, era muy limpio y fresco, seguramente lucía de bajo nivel para muchos de mis compañeros pero para mi era un respiro de los malditos últimos años de mi vida. Sobre la mesa descansaba una canasta de bienvenida organizada en conjunto por mis futuros profesores, algo burdo y de mal gusto, pero no podía esperar otra cosa de plebeyos. La canasta incluía flores, dulces y demás ridiculeces. Exploré la cama junto a la estufa y me alegré por que este invierno no pasaría frío. El armario estaba vacío pero pronto acomodé los vestidos viejos de mi madre y sus adornos en el primer cajón. Aún tengo su cepillo, el cepillo de plata con las cerdas más suaves del mundo, uno que mi padre mandó a hacer especialmente para ella. Una muestra de amor. Dejé el cepillo sobre la mesita de luz y tomé un baño de agua caliente por primera vez en más de siete años, pagar el gas o leña no estaba entre nuestras posibilidades. Incluso usé los jabones de la cesta de bienvenida y me perfumé con los petalos de las flores que me regalaron. Esta sería mi nueva vida.
Esa mañana me presentaron al decano, un hombre muy alto y desgarbado que me ofreció una silla en su mesa mientras se tragaba un pollo parmesano como un animal. El hombre era sombrío y desagradable pero me esforcé al máximo para que no se notara mi desprecio. Él habló aún con comida en la boca.
— mi querida señorita Demare, Raona Demare. Por favor, ¿no desea algo? ¿una chuleta?
Había cierto tono burlón en sus preguntas, como si no hubiera practicado mucho la cortesía. Decliné su invitación tan educadamente como pude, sin mostrarle el profundo asco y desaprobación que sentí.
— no, muchas gracias. — él siguió a lo suyo y me atreví a agregar algo más — ¿podría decirme por que concertó esta reunión?
Si, maldición. Una mujer educada.
El hombre sonrió de lado y dejó el pollo antes de llevarse una botella de vino barato a la boca.
— señorita Demare ¿Sabe usted lo felices que estamos de que usted asista a esta institución? La única hija del héroe de la nació.
Dijo la palabra héroe más como una burla que otra cosa y por dentro comenzaba a perder la paciencia pero solo sonreí e incliné ligeramente la cabeza.
— muchas gracias por sus palabras, Decano. Pero aún así, no entiendo mi razón para estar en esta mesa.
El hombre sonrió y le dió un último sorbo a su bebida.
— solo quería darle la bienvenida y ponerla al corriente de las norma de la institución, digamos una guía personal para tan importante señorita.
Mi sonrisa tembló pero me supe contener ¿que quería decirme? Mis antepasados levantaron esos muros, ¿que diablos esperaba mostrarme?
— no se preocupe por mi, por favor. He leido el reglamento juiciosamente y no fallaré con ninguna regla.
El hombre se exaltó.
— ha pero ¿nadie le ha dicho?
— ¿decirme que?
Él se frotó la barba llena de migajas y grasa de pollo y extendió su mano para entegarme una carta. Por obvias razones, estaba manchada de aceite y reprimí mi asco al abrirla. Dentro solo había una larga lista de cosas.
— ¿y esto?
— Señorita, no pude evitar notar que su equipaje era bastante ligero y temí que no estuviera bien preparada. Por ello me tomé la molestia de escribirle una detallada lista de todos los artículos necesarios para iniciar las clases.
Se me sofocó el corazón al leerla. Se suponía que la academia debía proporcionarme los elementos estudiantiles, incluso debía pagar por el uniforme. No tenía un maldito centavo partido a la mitad. Lo vi con desesperación, a esas instancias no podía nisiquiera disimular mi horror.
— pero se supone que la academia provee todo esto ¿verdad? Así fue siempre.
— así es pero los tiempos cambian, después de la guerra hemos tenido que apretarnos un poco el cinturón, usted ya sabe. Pero no se preocupe, solo son cosas mundanas, fáciles de conseguir. En cuanto a la colegiatura, la estancia y la comida — hizo especial énfasis en la ultima palabra como si supiera de mi situación — todo eso aún irá por nuestra cuenta, señorita.
Respiré un poco pero no lo suficientemente, ahí había por lo menos 100 monedas de oro y de ellas 50 se utilizarían para el uniforme. Maldita sea. Tragué mis preocupaciones y esbocé mi mejor sonrisa.
— lo siento, no lo sabía. No mencionaban nada de esto en la carta que me envió el rey — por supuesto que quise presionarlo con la mención del rey — además, ya estoy aquí y las clases comienzan mañana, debe haber algo que se pueda hacer.
El decano se levantó de la silla y caminó oscuramente hacia mi, quise correr con todas mis fuerzas pero me quedé ahí como si no pudiera intimidarme, clavada a mi silla como la señorita soberbia y bien protegida por su familia, que debía ser.
— Raona, será mejor que envíes a un sirviente para que te consiga todos estos elementos, sin ellos no podrás ingresar a los salones y no tienes muchas faltas a tu disposición. Consigue las cosas o vete a casa.
El hombre sentenció sus palabras con una silenciosa risa y solo se marchó, dejando la mitad de su comida en la mesa. Lo odiaba, lo odiaba por saber el estado de mi familia, por amenazarme y sobre todo por dejar comida sin terminar. Maldito idiota de mierda. ¿Y ahora que haría? ¿De donde diablos sacaría 100 monedas de oro?
Salí de la academia y caminé tres horas hasta llegar a la mansión, incluso la abuela se asustó al verme. Le expliqué rápidamente el maldito problema y ella se derrumbó. No quedaba mucho en la casa nisiquiera para su superviviencia. Pero aún tenía algo, una cosa que había escondido del mundo y a lo que me aferraba con mi vida, el cepillo de plata de mamá. Volví a caminar otras tres horas hasta la academia para buscar mi peine y de vuelta otras cuatro, tardé más por que ya estaba bastante cansada de tanto caminar. De haber sabido que haría tantas travesias hubiera comido a escondidas los restos de pollo y vino que el decano dejó en la mesa, por mucho asco que le tuviera.
Ya era de noche cuando llegué al único lugar al que podía ir, la casa de empeño que por años me había estado escupiendo monedas a cambio de mis tesoros familiares, solo que esta vez ya estaba cerrada. Desesperada, fui a buscar a su dueño, el señor Thadeus Nipp. Por las noches daba una vuelta de 180 grados y dirigía un club clandestino llamado "la copa negra". Un club sórdido con bebidas ilegales, apuestas y otros negocios ilícitos de los que nisiquiera quería estar enterada. Detrás de la puerta roja descansaban Lilly y Maribeth, las acompañantes de los clientes que a cambio de unas monedas de plata llevaban a los hombres del otro lado de la puerta roja y mostraban sus talentos. Siempre intentaba ignorar a Lilly y Maribeth, me daba la sensación de que sus amables palabras podrían llevarme a unirme a ellas, después de todo, siempre tenían comida y una cama caliente. Pero mi abuela se retorcería hasta la muerte si yo manchara nuestro apellido vendiendo mi cuerpo. Probablemente nos preferiría muertas de hambre pero con honor y dignidad.
Esta era una emergencia, decidí entrar al club por la puerta de servicio, esa no era mi primera vez allí y algo dentro mío me decía que definitivamente no sería la última. Encontré a Thadeus del otro lado de la barra de tragos alagando a un cliente y mirándolo con ojitos de borrego y sonrisa de lobo. Otro de tantos hombres que caerían en las manos de Thadeus para hundirse en algo tan prohibido por la sociedad como todo lo que ocurría en su club. En cualquier otro momento de mi vida solo me marcharía, por que arruinarle la cacería a ese canibal lujurioso no mejoraría el precio de mi cepillo, pero no me quedaba tiempo, asique tuve que hacerlo.
En cuento me acerqué me lanzó una mirada asesina.
— por favor, es una emergencia.
— emergencia es lo que hay entre mis pantalones y ese hombre que acabas de espantar, niña.
Resopló, seguramente vió la desesperación grabada en mi frente por que de otra manera no podría explicarme su cambio de actitud.
— bien, dejame ver que trajiste para mi hoy. — Saqué el peine de mi mochila y se lo mostré, lo admiró un momento e incluso acarició las cerdas para comprobar su valor — lindo.
Empecé a explicar cada detalle, debía convencerlo de que aumentará aún más su valor.
— es de plata, mi padre lo mandó a hacer especialmente para mi madre por lo que su diseño es único en su clase y tiene las cerdas más suaves del mundo. Hecho por artesanos de Thimeria mucho antes de la guerra.
— si, es bonito. Te daré 30 monedas por él.
¿30 malditas monedas por un tesoro incalculable proveniente de un país que ya no existe? Maldita sea.
— vamos Thadeus, sabes perfectamente que esto es algo especial, debería valer por lo menos mil monedas.
— ¿mil monedas? ¿estás loca, niña? Ni tu virginidad vale mil monedas.
Me mordí la lengua antes de mandarlo al diablo, el rojo subía por mis mejillas pero lo ignoré.
— se te olvida que soy la única hija de Khauffa Demare, el héroe de la nación. Ni mencionar mi virginidad, hasta mi maldito cabello vale más de mil malditas monedas. Lo sabes.
— entonces vende tu cabello y no me molestes.
Se dio media vuelta y comenzó a limpiar copas. Desesperada lo tomé del brazo y lo obligué a verme. Era tan alto, todo el mundo es condenadamente alto. Mis padres eran bastante más altos que el promedio, yo debería serlo también, pero la desnutrición que sufrí en momentos clave de mi desarrollo me condenó a una baja estatura y una constitución débil que no puede lograr mucho peleando mano a mano, aunque me se defender. Mi única arma es mi boca y mi ingenio y aveces hasta en ellas no puedo confiar.
— Yo valgo más entera que en partes, ¿no te das cuenta? Por favor. Escuchame. Me aceptaron en la real academia ¿entiendes?
Él me miró hastiado, aburrido de mi cuento.
— ¿qué quieres, que te felicite?
— es bueno para los dos. En la real academia tendré muchas posibilidades de encontrar un esposo y por fin salir de la miseria. Tu sabes que si, sabes que puedo hacerlo.
Thadeus me observó de arriba a bajo y resopló finalmente.
— no eres lo suficientemente bonita como para atrapar a un esposo rico, niña.
Desgraciado, tendría que matarlo.
— bueno, maldita sea. ¿No soy lo suficientemente bonita como para atrapar a un esposo pero si para trabajar detrás de la puerta roja? ¿quién diablos te entiende?
Thadeus revoleó los ojos.
— es complicado, no entiendes a los hombres.
— si los entiendo, entiendo lo que quieres decir pero no ves el panorama completo. Los hombres que están en la academia no son como los que encontrarás en tu bar. Son adolescentes privilegiados que no entienden bien las cosas y toman decisiones impulsivas. Alguno va a tener que caer por mi, si no es por mi belleza, será por mi inteligencia y si ninguna de las dos funciona, la reputación de mi familia y el honor de tener descendencia Demare deberían bastar. De una u otra manera, aunque no sea por casamiento, aunque solo se trate de tener algún cargo en el ejército como mi padre o desarrollar poderes mágicos como mi madre, incluso los estudios pueden darme un puesto público en el gobierno. De lo que demonios sea, no me importa, sea lo que sea será mejor que este maldito infierno en el que vivo. Y la llave para ese futuro está en la academia. Y no puedo empezar a curzar si no pago todos mis útiles y el maldito iniforme, mañana ya es el primer día y literalmente no tengo nada más que darte y definitivamente no voy a prostituirme por tinta y papel. No lo hice cuando moría de hambre, no lo haré ahora, ya pasamos ese humbral, debe haber otra forma en este maldito mundo de que yo consiga el dinero.
Cuando terminé de vociferar, Thadeus me aplaudió como si fuera el mejor espectáculo de su vida.
— bien , niña. Ya entendí. Tranquilízate. — me sirvió un trago de vino y se lo acepté por que estaba muerta de sed, no solo había hablado casi sin respirar, estuve caminando de un lado a otro por más de 10 horas por toda esta historia del peine. — no voy a darte mil monedas por tu peine, no importa que te lo haya dado dios en persona, no tengo ese dinero, nadie tiene ese dinero.
— mil es una exageración, tal vez con 100 me alcance.
— 100 monedas por un cepillo es una exageración también — arrugué las cejas lista para discutir de nuevo pero él me frenó en seco — es mucho dinero, lo sabes.
Resoplé frustrada y apoyé la cabeza en la barra.
— ¿entonces que hago? ¿solo dejo que la oportunidad de mi vida se vaya de mis manos?
— yo no dije eso — me sirvió un poco más de vino y siguió hablando — puedes ganartelo, pajarito.
Pajarito era el apodo que Thadeus usaba solo cuando tenía ganas de comportarse como un hermano mayor cariñoso.
— ya te dije no voy a prostituirme.
— ¿quien habló de prostitución? No quiero que mis clientes corran espantados — lo golpeé suavemente y él se rio — además ese es el trabajo de Lilly y Maribeth, ya no hay vacantes para ti.
Es mentira, una puta más siempre viene bien, pero aprecio que ya no insista con ese tema.
— ¿entonces?
— ¿Que piensas de trabajar aquí, cantado para mi?
¿que? ¿de que demonios hablaba?
— ¿como?
El sonrió y acarició mi cabeza casi con afecto.
— cantando, Raona. ¿Podrías venir todas las noches a cantar para aligerar el ambiente, además tu voz taparía bien las conversaciones que han habido últimamente. No quiero darte detalles, no es seguro hacerlo. Pero puedo decirte que hay un pez gordo viniendo aquí y esas son buenas noticias para mi.
Miré a un costado. Parecía que la casa de empeño/club ilegal estaba a punto de volverse cosa seria y eso podría ser muy bueno o explotar en el aire. Pero ¿que otra opción tenía? Literalmente ninguna.
— pero no puedo venir todas las noches, la academia está como a cuatro horas de aquí y si me atrapan escapando me explusaran, si me atrapan trabajando también me expulsan y si me atrapan trabajando en un bar clandestino no solo me expulsaran, también me llevaran a prisión y a ti también.
Thadeus solo rio otra vez, no parecía tenerle miedo a quedar trás las rejas, eso solo hablaba peor de ese supuesto pez gordo master mind del que me contó. ¿quién diablos podía ser tan pesado?
— de acuerdo. Te daré las 100 monedas si cantas para mí todos los fines de semana. ¿trato?
Le di la mano y me la estrechó firmemente.
— trato. Pero... ¿como sabes que canto bien?
Me miró asombrado y volvió a reír.
— ¿ya olvidaste que durante el funeral de tu padre cantaste el himno en cadena nacional? Todo el mundo habló de tu voz por semanas, pajarito.
Asique de ahí venía el apodo, no por mi estatura o lo condenadamente fácil que es enojarme, sino por algo que hice casi obligada por mi abuela y el rey en el peor momento de mi vida... Que bonito.
El me dio las malditas 100 monedas. Y al día siguiente me dediqué a ir tienda por tienda del barrio bajo y compré mis útiles juiciosa. Cuando llegué a la academia ya era bastante tarde, por lo que algunos alumnos me vieron al subir las escaleras. Podía sentir su mirada casi atravesandome, recorriedo juiciosamente cada detalle de mi estropeada apariencia, de las gotas de sudor en mi frente después de caminar por horas y las pesadas bolsas en mis brazos. Intenté esconder mi cabello en una pesada y apretada trenza para que luego no pudieran reconocerme, pero el color me delataba un poco.
A medida que subía las interminables escaleras hasta la recidencia, podía escuchar susurros ajenos "¿Quien es ella?", "¿ya la viste?", "Esa plebeya que hace aquí?" Y mi favorito de todos "debe ser la criada de alguien"
En esos momentos pensé para mis adentros:
"¡Maldición! Bien, no me importa, dejemos las cosas como están. Siempre que no te reconozcan estás a salvo."
En algún escalón un chico notó mi dificultad para llevar todas las bolsas y respirar al mismo tiempo.
— ¿necesitas ayuda?
— no, necesito otro pulmón y si tienes por ahí unos pies para darme, de preferencia unos que no tengan malformaciones por el uso excesivo de tacones, sería perfecto. Gracias.
Cuando estoy cansada se me sale lo graciosita, la niña que jugaba con tierra y algunos niños en la feria salada mientras la abuela compraba lo mínimo e indispensable para no morir congeladas durante el invierno.
Escuché al chico reír y me pareció extraño que alguno de mis futuros compañeros fuera capaz de reír con un chiste de mal gusto. El sujeto me quitó las bolsas sin volver a preguntar y ya libre de ellas pude verlo bien. Era muy alto, moreno, de hombros anchos y brazos fornidos. No podía ser un noble, no uno de este país. Era un chico que jamás había visto, ni en una reunión de té, ni en algún banquete de esos que estaban cerca de casa y podía asistir solo para atiborrarme discretamente de comida. Nop, en ningún lado. Tenía unos curiosos ojos grises llenos de bondad. Le agradecí por cargar las bolsas y me acompañó hasta la residencia de mujeres.
— ¿estás mudándote aquí?
Apesar de tener residencias para el alumnado, no era común que los estudiantes se quedaran en la academia, la mayoría prefería las comodidades de su casa y venir en coche todos los días. Después de todo, la academía no tenía sus sirvientas, chefs y las habitaciones eran demasiado modestas.
— mi casa está un poco lejos para venir todos los días, prefiero estar aquí.
— ¿Que tan lejos?
— unas tres horas.
El chico se detuvo en seco.
— ¿vives en otra ciudad?
Entonces caí en que él creyó que me refería a tres horas en coche. Me reí por eso, aunque no lo pareciera él estaba aquí, debía ser un niño rico también.
— no, lo siento. Me gusta pasear entonces mido todo en tiempo caminata.
— asique te gusta caminar.
— si
En realidad no es que me guste, no tengo elección, pero por supuesto no voy a decirle eso.
— pero tres horas no cuentan como un paseo, eso ya es senderismo.
Me reí por que seguramente ayer había batido un record en senderismos si alguien se hubiera tomado el tiempo de contar mis pasos.
— tendré tiempo para descansar cuando esté en la tumba.
Antes de darme cuenta ya habíamos llegado a la residencia femenina. Él me dió mis bolsas y se rascó el cuello con timidez.
— ¿te volveré a ver?
Sonreí de lado como cuando quería hacerme la coqueta.
— ¿estudias aquí?
— si.
— entonces seguramente si.