Cachorra

Capítulo 2

Detesto gastar dinero, mordería a cualquiera que quisiera arrancarme una sola moneda, por eso sufrí tanto cuando gasté 50 de ellas en el uniforme, pero era un mal necesario ya que me pasaría la mayor parte del tiempo en la academia. Compré juiciosamente cada elemento, desde el jumper azul marino con margaritas bordadas, unas tres blusas color crema con delicados botones, dos pares de medias blancas básicas y para el invierno, una gabardina a juego con el jumper.
Gasté mis últimas monedas en un par de zapatitos de charol que me recordaban profundamente a los que usaba cuando era niña. Eran simples pero delicados, la única compra que no me dolió, se sentía bien volver a poner mis pies en un par de zapatos dignos, y dejar bien guardadas las botas viejas que conseguí por dos monedas de plata en la casa de empeño.
Llevé mi uniforme con todo el cuidado del mundo hasta mi habitación. ¿como lo lavaría? la tintorería dentro de la residencia era bastante cara también. No había de otra, tendría que hacerlo a mano por las noches. Decidí que las blusas y las medias las lavaría todos los días, mientras que al jumper lo dejaría para el viernes, la tela era mucho más gruesa por lo que tardaría en secar más tiempo, podría dejarlo colgado todo el fin de semana y para cuando volviera los lunes en la madrugada, estaría seco.
Imaginé mi vida diaria en la academia mientras preparaba mis útiles escolares en el viejo morral de cuero negro de mi padre. Lo encontré guardado en un arcón, se conservó en perfectas condiciones como si estuviera esperándome. En el lomo tenía bordado el escudo de la familia, acaricié las costuras con la yema de los dedos, me hacía sentir orgullosa llevar aunque sea una parte de él. Juré que me esforzaría no solo para restaurar la gloria de nuestro apellido, sino también ser digna de portarlo.
Ordené entuciasmada mi habitación con los últimos tesoros que me quedaban y me acosté en la cama. Intenté dormir pero no me fue posible hasta ya muy entrade en la noche. Tenía mucho que perder pero más que ganar, no podía fallar, todo dependía de mí.
Dejé las percianas abiertas para que la luz del sol me obligara a salir de la cama temprano. Esa mañana mi cabello era un desastre como cada día de mi vida. Atrapé los mechones más rebeldes con la cinta de seda turquesa que mi padre me trajo de Seysshelle cuando era niña, y armé un moño decente. Necesitaba verme elegante pero de forma natural, que pareciera que ni siquiera necesitaba intentarlo por qué salía de mí.
La falda del uniforme era larga hasta un poco más abajo de las rodillas, se veía anticuado. Yo era tan delgada que el uniforme me quedaba demasiado olgado, me veía como un palo vestido con una bolsa de plástico. No tenía curvas que presumir y algunas partes de mi cuerpo estaban tardando demasiado en madurar. A veces, cuando me veía al espejo así, me daban ganas de llorar, me sentía la cosa más horrible del mundo. Pero hoy no podía darme el lujo de tirarme al piso y lamentarme hasta la noche. Debía moverme por que nadie lo haría en mi lugar.
Me miré un rato más al espejo con rabia y me decidí a no dejar que nadie notara la verdad. Mi objetivo principal era por supuesto, atrapar un esposo que tuviera el dinero para ponernos a mi abuela y a mi, gordas como tórtolas.
Si no tenía curvas me inventaría unas. Agregué una falda vieja de algodón debajo del jumper para darle volúmen y engrosarme las caderas. Una parte de la falda sobraba debajo del jumper, dejandome en evidencia. Tomé las tijeras y la corté como si no importara, como si no me doliera desperdiciar valiosa tela. Apreté la cintura hasta casi la asfixia con el cinturón del jumper. Sin embargo no podía hacer milagros, la blusa dejaba ver perfectamente los huesos punteagudos de mis hombros y ante cualquier movimiento, la tela se moldeaba a la silueta de mis costillas. Diablos. Doblé un pañuelo para meterlo en mí sostén y abultar un poco mi pecho plano. Finalmente usé un chaleco que me encontré en la sala de objetos perdidos. Era de lana gruesa y llevaba bordado el escudo de la academia. Ciertamente era un objeto de lujo que pocos estudiantes podían conseguir y además engrosaba un poco mi caja torácica, mataba dos pájaros de un tiro.
Me contemplé en el espejo y admití que Thadeus tenía razón cuando dijo que no era muy bonita. Mi padre había sido un hombre muy guapo, pero de la forma masculina y tosca en que los hombres resultaban guapos. Mi madre si era una completa belleza, ojalá hubiera heredado más cosas de ella, pero supongo que la sangre Demare no se puede diluir. Tengo los ojos severos de mi padre, su piel reseca, las cejas rectas e incluso su naríz. La única pista de que mi madre había estado involucrada en mi ADN, eran sus labios carnosos en forma de corazón. Al menos tenía eso a mi favor, aunque los míos resultaban un poco pálidos por la anemia. Pero desgraciadamente también había heredado la boca ancha y los dientes grandes de mi padre, la combinación monstruosa volvía mi sonrisa más amenazante que bonita.
Otra cosa que podría considerar a mi favor, si es que puedo decirlo, era irónicamente la delgadez de mis hombros y brazos, que en exceso puede resultar desagradable, pero en su justa medida me ortorgaba una silueta delicada, casi vulnerable, y todos sabemos lo mucho que a los hombres les gustan las chicas frágiles que inspiran protección. En contraparte, mi cabello salvaje y voluminoso parecía una completa fantasía imposible de imitar con todos esos pequeños rizos apretados amontonandose uno sobre otro como un mar rabioso, un rasgo exclusivo de la familia Demare. "La señorita de la familia Demare", una señorita elegante y misteriosa, esa era la imagen intocable que quería proyectar.
Me miré al espejo cuando estuve lista, estaba bastante satisfecha con mi trabajo. Me señalé en el reflejo y me hablé con seriedad.
— ahora eres una señorita perfecta y elegante. Sé la dama que naciste para ser.
Es un poco tortuoso hablarme de esa manera, pero tengo que recordarmelo siempre. Es fácil olvidar quién eres cuando creciste como basura. Ahora tenía que poner un velo negro sobre los últimos siete años de mi vida y mantener la espalda derecha y la cabeza arriba.
Caminé por los pasillos intentando emular dignidad, había estudiado el mapa de la academia con anticipación asique sabía exactamente a dónde debía ir. Antes de las cátedras, tocaba el desayuno en el gran salón. Durante mi camino me topé con las miradas perplejas de los que supuse serían mis futuros compañeros. Intenté que no se me notara como salivaba por los manjares de la mesa de alimentos. Tomé una bandeja y me serví algo que deseaba volver a probar desde hace años, una deliciosa rebanada de tarta de nata y fresas. Si este era el desayuno todos los días, un mes me bastaría para aumentar de talle. Tomé asiento en una mesa solitaria, envolví un pudín con caramelo en una servilleta de tela y me lo guardé en el bolsillo para llevarselo a mi abuela, pero recordé con tristeza que no podría darselo, ya no tenía la libertad para caminar esas seis horas de ida y vuelta, tampoco podía darme el lujo de tomarme el tranvía. Mi pobre viejecita, apenas podría verla el fin de semana. Me contenté pensando en todas las cosas que podría llevarle el sábado, almacenaría secretamente frutas, pan y queso, en suficiente cantidad para que le dure un buen tiempo. Apenas estaba probando la tarta de fresa cuando alguien se sentó a mi lado y me habló.
— ¿aún te encanta la tarta de fresa? No has cambiado nada.
Dejé el tenedor confundida y dirigí mi mirada al chico junto a mi. Era pecoso, de cabello rojo y ojos café. Sonreía como un idiota y llevaba el uniforme alterado por una modista, lo que estaba terminantemente prohibido por el reglamento. Su cara de alguna manera me resultaba familiar.
— ¿disculpa?
— vamos ¿no me recuerdas?
¿debería recordarlo? El chico rió y me acarició la mano con demasiada confianza, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no clavarle el tenedor en el ojo. Solo esbocé una sonrisa tranquila y fingí que todo estaba bien.
— no, lo siento.
— vamos, soy yo, Fhili.
Fhili es el estúpido apodo que le puse a este estúpido chico cuando era pequeña. Eufhilie dekka era su nombre, su padre y el mío solían tener reuniones de negocios y nos dejaban jugando juntos. Su familia es dueña del banco más importante del reino, prácticamente financiaron la guerra. Asique sonreí como si me alegrara verlo.
— Eufhilie, claro que eres tu. Discúlpame, es que has cambiado tanto. Apenas puedo reconocerte.
Cuando era pequeño era exactamente igual que ahora, simplemente lo olvidé por que por supuesto su padre perdió el interes en mi familia luego de la muerte de mi padre, como todos. Eufhilie parecía muy complacido con mi respuesta, tanto como para flexionar el brazo y mostrarme sus escasos músculos.
— no puedo culparte, es verdad que cambié mucho ¿no? — asentí mientras tragaba el trozo de tarta. Maldición, que delicia culinaria — pero a ti pude reconocerte enseguida — tomó uno de mis mechones y enredó su dedo en uno de mis rizos — tu cabello te delata, Rao.
Rao es un apodo que otros niños "hijos de" me pusieron en mi infancia, más que nada por que suena como el rugido de un león y eso era yo, la cachorra del león del mar. Les parecía un apodo tan inteligente y oportuno. Me da vergüenza admitir que no fueron los únicos en hacer un maldito juego de palabras, por que ese es literalmente el significado de mi nombre, "Rugido de leona".
Me llevé otro pedazo de tarta a la boca para evitar hablar demasiado. Mí razón para estar en la academia era buscar mi futuro y aunque era una muerta de hambre y él era asquerosamente rico, ni todo el dinero del mundo despertaría en mí el más mínimo interes en "Nariz sucia Phili". Intenté pensar en una forma de hecharlo para terminar mi tarta en paz, pero otras personas se unieron a la mesa. Ahí los tenías, todos fantasmas de mi infancia. A mi otro lado se sentó un chico de cabello negro y boca inmensa.
— Rao, dime que si te acuerdas de mi.
— Eustace, hace mucho tiempo que no te veía ¿cómo estás?
Eustace se alegró y golpeo amistosamente a Eufhile en el hombro.
— ja, si se acordó de mi. Te lo dije, yo siempre fui el favorito de Rao.
¿como diablos podría olvidar a "Eustace el zapo"? Se la pasaba tragando postres y llenando mis juguetes de caramelo con sus manos sucias. No creo que sea un cumplido quedarse en mi memoria por eso. Me forcé a reír con simpatía a pesar de que realmente quería desaparecer, mientras los chicos subían de tono su pequeña riña. Para cuando terminé mi tarta me digné a dirigir mi atencion a las otras tres chicas que habían tomado asiento frente a mi. Si estaba en lo correcto, por las estrellas honorarias en sus blusas, eran un año mayores. En el centro del grupo había una chica con una envidiable distribución de grasa en el cuerpo. Llevaba la falda del uniforme recortada y el cabello rubio decorado por una diadema de diamantes.
— Pensé que no te veríamos nunca más.
Yo hubiera preferido no verla nunca más, apenas escuché su voz chillona supe que debía ser Sharky Ambrouse, la hija del magnate de las minas de diamantes. La recuerdo como una niña caprichosa que siempre terminaba llorando cuando pisaba mi casa. Cada vez que encontraba un juguete mío que le encantase, hacía un berrinche sin fin para que su padre se lo consiguiera. Imitaba mis vestidos, mis mascotas, incluso mi peinado, ahora mismo tenía el cabello decolorado y rizos hechos con buclera. Sharky siempre fue mi admiradora numero uno, pero en su cabeza eramos rivales.
— es bueno verte también, Sharky.
Se sonrojó y golpeó la mesa antes de ponerse de pie. Sharky siempre me pareció una niña malcriada, y me resultaba increíble que a tal edad siguiera siéndolo.
— ¿si es tan bueno verme, por que no asisitiste a ninguna de mis fiestas de cumpleaños? Tampoco me invitaste a las tuyas ¿Como te atreviste a ignorarme de esa manera?
¿que por que no fui? Sus invitaciones a fiestas de té, banquetes y cumpleaños seguían amontonandose con los años, pero ella vive a dos ciudades de mi casa, no tenía ropa adecuada ni dinero para un regalo. Por supuesto que no fui y la razón para no invitarla a mis fiestas de cumpleaños era tan simple, no hubieron fiestas, punto. Pero por supuesto no podía decirle eso.
— Perdona, no fue mi intención ignorarte.
Claro que quise ignorarla. Sharky se cruzó de brazos, parecía sorprendida y molesta a partes iguales.
— ¿Raona Demare disculpandose? Increible, lloverán perros y gatos... una disculpa no basta, deberías darme una montaña de regalos como compensación.
Sharky siempre fue así, tan molesta y nefasta. Si estuviéramos en el mercado salado me abalanzaría sobre ella y la golpearía hasta hartarme, pero desgraciadamente estabamos en la academia y todavía ni tenía una reputación que mantener. En su lugar forcé una sonrisa y endulcé mi voz, mi orgullo debía ser suficiente arma.
— ¿regalos por fiestas a las que no asistí? Te has vuelto más descarada con el tiempo, ¿No, Sharky?
Reí cuidadosamente mientras Sharky ardía por la vergüenza. Una de las chicas que rodeaban a Sharky le tomó el brazo y me miró con desdén.
— que insolente, atreviendote a hablarle así a la señorita Ambrouse ¿quién te crees que eres?
La otra chica a su lado la apoyó como una buena secuas.
— no te perdonaremos.
¿La verdadera pregunta es quien diablos eran ellas? Pero ¿a quién le importa? Me parecía tan estupido regalarles un minuto de mi tiempo. En otro momento y lugar las ignoraría, pero me obligué a permanecer sentada, tal vez tenían oportunos hermanos guapos y adinerados. Inesperadamente, Eufhilie me defendió, le habló con tanto desprecio que hasta lástima me dió.
— ¿En serio no sabes quién es? ¿Eres retrasada?
Era lógico que otros nobles de bajo rango no supieran sobre mi, en mis tiempos dorados no estaba al alcance de cualquiera. Este personaje de fondo con cara borrosa me miró de arriba a bajo como si fuera una cucaracha.
— ¿Se supone que debo saber quién es esa simplona?
Ja, me acaba de llamar simplona. Me han dicho muchas cosas a lo largo de mi vida. Desde "honorable señorita" hasta "rata muerta de hambre". Pero jamás alguien se había atrevido a llamarme simple. Incluso Sharky estaba impactada como para hablar. Pero Eustace la puso en su lugar por mí.
— Sharky, en serio ¿Por que te juntas con estas arribistas?
— ¡yo no me junto con ellas, simplemente me siguen!
Tanto escándalo atrajo la atención de más personas de las que preví cuando me senté en esta silla. Usé esa oportunidad para forjarme una buena reputación de una sola vez. Tranquilicé a Eustace y Eufhilie con solo levantar una mano. Me limpié la boca con delicadeza y hablé con la voz más apasible que pude, esta era mi oportunidad para grabarme en la mente de todos como una señorita importante y perfecta.
— no hagamos un escándalo de esto, no vale la pena.
Eustace y Eufhilie se serenaron. Parecían querer complacerme.
Mi nombre se repitió como un eco por todo el salón. Hubo asombro e incredulidad a mi alrededor, pero la chica aún no parecía estar del todo en la misma página ¿que tan tonta podía ser? Hubo murmullos, gente explicando sobre los Demare. Deberían saberlo, hay una maldita estatua en honor a mi padre en la plaza principal.
En unos minutos todo el salón quedó en silencio. Mi apellido no parecía tener tanto peso como imaginé, el mundo olvida rápido. Sin embargo, me apoyaría en estos idiotas para hacerme codiciar. A mis ojos no eran la gran cosa solo niños de mami que conocí, pero para los otros alumnos ellos eran los hijos de las personas más poderosas e influyentes del país. Lo que decían, a quien frecuentaban, lo que consideraban importante, todo era meticulosamente observado por el alumnado. Y por supuesto aprovecharía su atención para volverme el rumor más emocionante.
Quería irme así, con mi nombre en la boca de todos, verme como un personaje misterioso y enigmático a quién debían observar, pero fui detenida por Eustace.
— Rao, espera. No tienes que irte por estás idiotas.
Solo sonreí y asentí.
— gracias, pero me mal interpretas. Todos debemos irnos, la cátedra está por comenzar.
Y sin agregar nada más nos fuimos del gran salón. El único que tuvo la "suerte" de compartir algunas de mis clases fue Eustace, que se la pasó pegado a mí como un chicle. Incluso me pasó el brazo sobre los hombros como si estuviera reclamandome. Debía encontrar la forma de deshacerme de ese idiota ya. Su atención podía traerme pretendientes pero si me estaba tan encima parecería que somos pareja y los espantaría.
En la academia existían seis módulos de estudio principales y todas las materias eran optativas. Técnicamente se podía tomar más de un módulo, no hay reglas que lo prohiban, pero nadie lo hacía por que sería demasiada carga cumplir la cantidad de horas por módulo completo y por ende conseguir los creditos suficientes para promover el año. La mayoría elegía uno y pasaba los siguientes tres años de su vida intentando desesperadamente destacar y hacerse un nombre. Por eso fue un shock tan grande para el decano cuando yo me inscribí en tres.
Los modulos se dividían en Milicia, Hechizería, economía, política, Eclesiástico y una sexta modalidad a la que nadie le prestaba atención por considerarla un simple pasatiempo, Artes liberales. Yo entré a la academia con la sólida idea de no pasar desapercibida. Desde el principio, teóricamente mi objetivo principal era conseguir esposo, pero yo jamás pongo todas mis manzanas en una misma canasta, siempre tengo un plan B, C y hasta Z si tengo tiempo. Yo era muy distinta a los otros alumnos hijos de papi, no buscaba premios u honores, mi meta ni siquiera era graduarme y tampoco tenía padres a los cuales compacerles el ego con un título. Solo quería una cosa y estaba muy clara para mí, encontrar la forma de darle una vuelta de 180 grados a mi vida, a como diera lugar.
Llevaba años luchando con una vida llena de privaciones así que conocía muy bien cuales eran mis límitaciones. Por ser una Demare no podía acceder a política, se vería sospechoso ya que mi familia está estrechamente ligada con el trono por mi abuela. Soy onceava en la linea de sucesión, me corrijo, décima desde la muerte de mi prima segunda en misteriosas circunstancias. Cualquier cosa podría levantar la lupa sobre mis acciones, fácilmente sería acusada de intentar un levantamiento para tomar el poder y terminaría en la horca. En economía preferiría no meterme, mi educación había sido deficiente en el mejor de los casos, estaba a cargo de mi abuela desde que dejamos de tener dinero para pagar tutores y no confiaba al 100% en las clases impartidas por una mujer con demencia senil. Prefería no mostrar a los demás mis puntos débiles. busco ser admirada, respetada y tal vez temida, pero jamás compadecida.
El Eclesiástico no era una opción, la abuela era una firme devota, pero yo no tenía ni la más mínima chispa de fé, jamás conseguiría pasar las pruebas benditas, tampoco me convencía el estilo de vida de una monja y no tenía dinero para comprar un alto cargo. Sin embargo en la milicia tenía un puesto asegurado y un trato especial por ser mi padre un héroe nacional. Quiza si todo fallaba podría encontrar seguridad en las fuerzas armadas, sin mencionar que los soldados gozaban de un buen sueldo, podría enviarle dinero a la abuela. Sin embargo había rumores sobre una posible rebelión volviendo a levantarse en los limites de Thimeria y arriesgar mi vida como mi padre lo hizo, jamás podría ser mi primera opción.
Es por eso que no podía desaprovechar la oportunidad de estudiar Hechizería, no cuando mi madre fue una de las mejores encantadoras de su generación. Estudiar ambos módulos podría ser demasiada carga, pero el negocio de la magia era tentadoramente lucrativo. En cada punta del reino se buscaban magos, brujos y hechizeros, curanderos que se establezcan en los castillos e incluso adivinas. Pero no cualquiera podía practicar la magia, se necesitaba nacer con talento, llegar al mundo con esa conexión. Yo no estaba segura de tener el don de mi madre, jamás había dado señales de tenerlo, sin embargo existía la posibilidad de que algún poder, por pequeño que fuera, estuviera oculto en mi interior, listo para salir y llenarme las manos de monedas de oro.
Soy una mujer realista en cierta medida, idealista pero con los pies bien enterrados en el lodo. Soy dolorosamente conciente de que jamás podría conseguir lo que merezco solo trabajando. Muchos profesores insistían con la meritocracia, cuando la mayoría de sus alumnos habían comprado su lugar. Ni siquiera me menciono a mi misma, que mi asiento fue heredado de generación en generación. Soy tan parte de la institución como las columnas o los pasillos.
¿Qué sería de mí si no conseguía casarme? ¿qué haría si no podía adaptarme a la ruda vida de militar con este frágil cuerpo mal nutrido que la vida me otorgó? ¿si no había heredado ni una pizca de magia la cual explotar? Confieso que al principio no tenía otros planes y la incertidumbre no me dejaba tranquila, pero Thadeus oportunamente me abrió los ojos a una tercera posibilidad. En secreto me inscribí a artes liberales, ese módulo que nadie tomaba en serio, para mí era una salida muy real. Estaba lleno de contactos y clases que podrían servirme a largo plazo para volverme una estrella. Si todos los planes fallaban, siempre podría ser cantante, pero no en el club de mierda de Thadeus, sino en algún teatro de renombre como el Monumental.
En silencio me pregunté que pensaría mi padre, si él fuera testigo de todas las injusticias que pasé y todo lo que tuve que hacer para sobrevivir y llegar hasta aquí. ¿él estaría orgullosos de mi resiliencia? ¿se sentiría culpable por haberme abandonado con las manos vacías? A veces cierro los ojos e intento imaginar como sería mi vida si él aún estuviera aquí, intento recordar su voz y la forma en la que me abrazaba cuando volvía a casa luego de un largo viaje de negocios. Por mucho que me esfuerzo, cada vez se vuelve más difícil y los pocos recuerdos que tengo se me escapan, pero hay uno que no puedo olvidar, uno que tengo tan guardado en mi alma que creo que me acompañará para siempre. Recuerdo a la perfección esa mañana lluviosa de invierno, cuando él llegó luego de seis meses de ausencia. Me abrazó tan fuerte y cálidamente que creí, me ilusioné pensando que este sería su último viaje y se quedaría conmigo por siempre. Me acarició el pelo tan suavemente que no me di cuenta de en que momento había conseguido atarme la cinta de seda turquesa, esa misma que aún tengo, la que me trajo de Seysshelle. Había navegado hasta la otra punta del continente y había vuelto justo a tiempo para mi cumpleaños con el regalo más maravilloso del mundo. Cuando era niña me gustaba pensar que ese viaje lo había hecho por mí, por que me amaba tanto que había buscado por cielo, mar y tierra un tesoro maravilloso digno de su única princesa. Todos decían que mi padre había sido un hombre cruel, recto y déspota, que solo pensaba en obtener ganacias sin importale que fuera a costa de los demás. Pero no era cierto, yo lo sabía, tenía la preciosa prueba entre mis manos, de que en el fondo él tenía un corazón lleno de amor.
Una lágrima rodó por mi mejilla y la limpié al instante. Usar los recesos para mirar por la ventana y perderme entre pensamientos tan autocomplacientes no me haría ningún bien. Mi realidad era esta, mi padre ya no estaba y yo tenía que ser fuerte, fuerte por los dos, por que solo los vivos pueden ganar batallas, por pequeñas que sean. Me dirigí hasta el gran salón, comer era el único placer de rica que compartía con todos los demás y no iba a desperdiciar la oportunidad de aumentar un poco la carne entre mis huesos.
A medida que pasaban los días, tanto Sharky, como Eustace y Eufhilie decidieron unilateralmente revivir nuestra infancia y seguirme a todas partes por la academia. Aunque los creía superficiales, prefería dejar que me rodearan, parecer una solitaria no le haría ningún bien a mi imagen. El único problema es que estoy obligada a soportar su compañía. Puede parecer que detesto a todo el mundo, pero no es así, no soy un robot sin alma, solamente me es difícil encontrar personas que me inspiren respeto o cercanía.
Las clases las pasaba bastante sola por suerte. Tanto Sharky como Eufhilie seguían los pasos de sus padres estudiando economía, solo con Eustace compartía algunas clases en la milicia, aún que sus estudios estaban más enfocados en asegurar una exitosa carrera militar, los míos rondaban más lo justo y necesario para ser un soldado competente. Teníamos en común la equitación y no me placía demasiado tener sus ojos encima mío mientras me esforzaba por mantener el equilibro y el dominio de un caballo.
El cambio de hora llegó a las 12 junto con la comida en el gran salón. Algo que amaba de la academia era su meticuloso cuidado de los estudiantes y los diferentes beneficios especiales a los que se podía acceder segun tu modalidad. Desde tener un buen plato lleno de proteinas para los estudiantes de la milicia, hasta la variedad de postres secretos para los magos. No es algo arbitrario, la magia requiere de esfuerzo físico, específicamente anemico. Muchos hechizos requieren la sangre de los elaboradores y el azúcar se vuelve en muchos casos lo que separa a un estudiante estable de uno que sucumbió a la presión y se desmayó. Mi madre era muy buena resistiendo, jamás necesitó ingerir un cubo de azúcar para mantenerse en pie, ni siquiera para transmutar, algo que se supone que lleva el cuerpo al límite.
Como soy estudiante de tres módulos, tengo más privilegios que nadie en toda la academia. Me tomé el atrevimiento de llenar mi charola con carne roja, de esa tan costosa que era imposible de ver en mi casa. También me serví verduras y un pastel de nata y fresa como postre. No pienso perder ninguna oportunidad de comer mi pastel favorito. Cada vez que le doy una mordida viene a mi el sabor que tanto necesito recordar, el sabor a mi infancia, sabor a sentirme protegida, a saber que todo va a estar bien, que no tengo ninguna preocupación en el mundo. Si estuviera en casa me echaría a llorar con cada mordida, pero ahora es imposible, necesito controlarme cuando tengo tantos ojos observandome. Soy una dama perfecta, una dama que puede comer pastel de nata y fresa siempre que quiera sin llorar por sentirse endemoñadamente vulnerable.
Encontré una mesa vacía e iba a tomar asiento hasta que una mano me rodeó la cintura invasivamente. Sentí verdadero pánico, era como si cucarachas invisibles se arrastraran por mi cuerpo, metiendose bajo mi piel. Las nauseas apenazaron mi compostura, quise gritar por ayuda y salir corriendo, pero me tragué todo, trague el horror, el asco y mis gritos, por que no debo, no puedo actuar de manera incorrecta aquí. La mano en mi cintura me giró en otra dirección y la voz de Eustace me susurró en el oído.
— ¿a donde crees que vas, Rao? Estamos por allá.
El maldito siguió sosteniendo mi cuerpo y guiandome hasta la mesa en el centro del gran salón, donde Eufhilie, Sharky y otras dos chicas que nunca había visto en la vida, esperaban con sus propias charolas. Supongo que Sharky se cansa de sus "chupaculos" con frecuencia y las va renovando. Dejé la charola sobre la mesa y tomé asiento rápido junto a Euphile para quitarme las manos de Eustace de encima. Controlé casi a la perfección mi desprecio, odio que me toquen.
Todos me saludaron y conseguí esbozar una sonrisa antes de devolverles el saludo de la forma más cordial que mi temperamento podía soportar. Sharky miró mi plato con atención mientras me llevaba un trozo de carne a la boca.
— oh, Rao. No entiendo como puedes comer tanto y aún más esa carne tan grasosa.
Ahí estaba la estúpida Sharky de siempre, buscando pelear conmigo. Solo sonreí y comí otro bocado de carne.
— tuve clase de equitación, necesito reponer fuerzas.
— ¿Y el pastel? ¿Tienes idea de la cantidad de calorías que estás ingiriendo?
¿A quien diablos le importa una mierda sobre calorías? Sus estúpidos complejos corporales no son asunto mío. Me mordí la lengua para no mandarla al cuerno como se merecía y seguí en mi papel de señorita perfecta.
— necesito comer azúcar antes de hacer un hechizo para que no me baje la presión. Es una ingesta calórica razonable.
La voz de Sharky se volvía más aguda y chillona.
—Claro que no lo es. Te la pasas comiendo azúcar, grasa y aceite. Si no te cuidas como es debido terminarás rodando por las escaleras como una cerdita.
Eustace alzó la voz para defenderme. Tan ansioso de parecer mi héroe ante una injusticia.
— Suficiente, Sharky.
Eufhilie también intervino, apoyando su mano en mi hombro como un acto de "protección". Juro por dios que por dentro tenía ganas de levantarme y no tener que volver a ver a ese trío de ridículos nunca más en mi vida, pero lo resistí. Muchos habían clavado su completa atención sobre nosotros, detenidos en el tiempo observando a los peces gordos discutiendo por una estúpida charola de comida. Puse los ojos en blanco y me levanté de la mesa solo llevandome mi pastelito de nata. Deseaba sacudirme esa vaga defensa. No la necesito, nunca la necesite.
— ¿Sabes, Sharky? correré ese riesgo... — sonreí y le dí un mordisco a mi pastelito, dejándome llevar por el delicioso sabor — De todas formas no creo que funcione como tu dices... quiero decir, tu plato solo lleva la mitad del mío pero tú tienes como cinco tallas más que yo.
Las risas se hicieron eco en el gran salón. Sharky tenía la cara roja por la ira y la vergüenza. Se levantó para intentar golpearme, pero así como yo retrocedí un paso, Eufhilie consiguió retenerla.
— sultame, la voy a matar.
— de eso nada, vuelve a tu lugar. Te lo has ganado por boca floja. — esta vez se dirigió a Eustace con una sonrisa de oreja a oreja — Nuestra Rao es tan filosa como siempre ¿verdad?
Filosa, cuando era niña solían decir que mi lengua era más filosa y ponzoñosa que una daga envenenada. En nuestra tierna infancia, Sharky era normalmente rasguñada por ese filo, así como cualquiera que intentara imponerseme. Pero a medida que crecía, el poder de mi padre ya no estuvo más para protegerme de las consecuencias de mis palabras. Esa lengua afilada me trajo más problemas que soluciones. Aprendí a cuando mantener la boca cerrada, por que a veces era más importante volver a casa entera, que decir lo que pensaba.
Podía verlo en los ojos de Sharky, el odio y la muda envidia hirviendo en su cabeza, y me parecía tan patética. Encuentro más digno que la envidiosa fuera yo misma y tiene tanto sentido. Tengo todas las razones del mundo para querer robar su lugar y sin embargo, todo lo que siento por ella es asco.



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En el texto hay: fantasia de amor

Editado: 12.12.2024

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