Cachorra

Capítulo 4

Los Breizhlander no solo eran la familia real, sino una especie en si misma.
Su sangre está maldita, lleva la escencia de la muerte. Y no es una exageración, literalmente son descendientes directos del Dios de la muerte.
¿Cómo? Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, el reino fue azotado por la peor plaga del mundo. Una decada de enfermedad, hambruna y miseria. Los tiempos oscuros arrazaron con todo, incluso con la familia real, matandolos de forma violenta uno por uno, o casi todos. La última de su dinastía, la princesa Gemma, esperó silenciosamente a que la muerte viniera por ella como al resto de sus hermanos e hizo un pacto con él, un contrato de sangre. No se sabe que dio ella a cambio pero dicen que él le hizo una promesa sagrada. Juró que el reino estaría bajo su protección siempre que alguien de su sangre se sentara en el trono.
Imagino que fue razonable que la siguiente parte del trato incluyera a Gemma cargando en su vientre a Viriato, el hijo del dios de la muerte y el primer rey de esta línea maldita.
La mayoría de los plebellos creen esta leyenda una farza que los nobles nos decimos a nosotros mismos para justificar el status quo de la familia real, pero es verdad, yo lo sé mejor que nadie. Mi abuela es la primera hija de Viriato, lo que me vuelve técnicamente también una descendiente directa. Por tanto los Breizhlander son una raza difertente, pero no por ello los únicos. Incluso la Familia Beau tiene sangre maldita, son descendientes de Asteria, otra hija del dios de la muerte, aunque se desconoce que trato habrá hecho esa familia para conseguir una sangre tan preciada. Ni siquiera lo sé yo que mi madre era una Beau. Y por si te lo estás preguntando, efectivamente eso me hace doblemente peligrosa para la familia real.
Tal vez por eso el rey no contestó ninguna de las cartas de mi abuela pidiendo ayuda económica, tal vez está esperando que simplemente muera de hambre o algo peor, tal vez algo más siniestro, algo peor que estar muerta... Que me necesite.
Como he dicho, solo los descendientes del dios de la muerte pueden ocupar el trono, esa fue la condición y algo que preocupa especialmente al rey actual es su maldición. Hoy en día sus descendientes tienen la sangre diluida, es por eso que Ophelie tiene ojos rosas y no los míticos rojos de sus predecesores. Por generaciones se han mezclado entre los Beau con la esperanza de mantener la sangre pura, tanto así que a nadie le sorprendió cuando el rey tomó a su propia hermana menor como esposa. Pero ahora mismo su hijo, el príncipe heredero, hermano gemelo de Ophelie, tiene mi misma edad. Haz tus cuentas. Si fuera ese cruel rey que fue capaz de matar a sus propios hermanos deslealmente para quedarse con el poder, esclavizar a su propia hermana favorita obligándola a parir en busca de herederos perfectos, alguien a quien no le tiembla la mano para matar a su propia progenie que no complace sus espectativas raciales. ¿Crees que se lo pensaría dos veces en aplastar a una huerfana desprotegida y volverla su marioneta en ese palacio del terror? Ya sea para si mismo o para su heredero. Yo conocí a ese malnacido en persona y puedo decir que antes de caer en sus manos preferiría morir.
Ophelie siempre fue lo único bueno de esa maldita familia, la única que conocía la piedad y la empatía. Cuando eramos niñas, ella solía curar mis heridas con su magia secreta para evitar que mi padre se enterara de mis aventuras y me prohibiera salir de la finca. Ambas teníamos eso en común, supongo. Las dos estabamos condenadas a fingir ser unas perfectas damas de la corte, cuando en el fondo solo queríamos libertad.
Supongo que bien o mal, yo he conseguido esa libertad... ¿Pero a que precio? Soy libre de morir de hambre o usar mi cuerpo como moneda de cambio, incluso soy libre de caer presa de mi condición de mujer exisitiendo bajo la atenta mirada obsesiva de un dueño a quien llamar esposo... La libertad también es una mierda.
A pesar de que los años han barrido con todo lo que conocía de mi buena amiga, de que sus ojos habían perdido su brillo y había crecido en altura superandome por una cabeza, en el fondo de su mirada creo reconocer esa alma que alguna vez fue mi cómplice. No pude evitar sonreír al verla y ella aflojó su tenso rosto en la mirada tan dulce que solía mostrarme en aquellas tardes de sol.
— Es bueno verte, Ophelie.
Compartimos una mesa durante las clases de botánica. Mientras la profesora exponía los ingredientes en un caldero y nos enseñaba paso a paso a preparar la poción que revelaría si teníamos poder, Ophelie y yo nos poníamos al día. Vi a Ophelie triturando una tarántula del desierto koxxi en un mortero, era interesante e instructivo verla machacando con tanta soltura, como si lo hiciera siempre. Miró mi mortero en donde yo molía con menos cuidado.
— ¿has comido un bicho alguna vez?
No podría decir que no. Más de una vez me he tragado una lombriz al comer tierra en invierno, cuando las reservas se acababan y tenía que rellenar la panza. Puedo decir que había moscas en la fruta pasada que conseguía y gorgojos en los fideos mal almacenados. Los bichos de forma accidental eran parte de mi dieta desde hace tantos años que no entiendo como no me transformé en cucaracha. Pero por supuesto, solo sonreí de costado y mentí.
— nunca ¿Y tu?
Su pregunta anterior me desconcentró y comencé a darle golpes al mortero para terminar ya con esa parte de la receta. Inesperadamente ella metió su dedo en mi preparación y se llevó un pedazo de tarántula a la boca y pareció saborearlo.
— no sabe tan mal.
— a ver — hice lo mismo que ella y cuando la tarantula tocó mi lengua me supo tan amargo— ay, sabe horrible.
— has cambiado.
— ¿Qué?
— si, antes no hubieras tocado un insecto ni aunque tu vida dependiera de ello. Preferirías salir del invernadero hecha una furia y amenazarias con llamar a tu padre para que hicieran una excepción solo para ti.
Mi risa murió. Ya no había un padre que pueda defenderme o cumplir mis caprichos. Solo estaba yo. Y era así desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdo como se sentía contar con alguien, saber que alguien solucionaría las cosas. De repente sentí en mi espalda la fría carga de mi propia existencia y lo desprotegida que en verdad estaba. Y yo sabía muy bien, durante estos largos años lo había aprendido y re confirmado. Nadie va a salvarme. Nadie dará nada por mí. Todo, incluida mi supervivencia, depende de mi.
Tragué saliva y apoye mi cabeza sobre la mesa de trabajo, me tomé un momento antes de fingir una sonrisa.
— me difamas, yo no era así.
Peinó un mechón de cabello detrás de su delicada oreja.
— puede ser... Tal vez esa era la idea que tenía de ti.
— Que bien pensabas de tu amiga.
Ophelie dejó de machacar su tarantula para dirigir su mirada a mi.
— ¿Eramos amigas?
Mi sonrisa desapareció. Esa pregunta cayó sobre mí como un balde de agua fría. Derrumbando recuerdos tal vez idílicos que vivían en mi memoria. Volví a mi posición inicial y a machacar esa maldita tarantula. Me mordí el labio antes de contestar.
— fue hace mucho tiempo, quien sabe.
— si, hace mucho...
No volvimos a hablar del tema durante lo que quedaba de la clase. Seguimos discutiendo sobre ingredientes y cantidades, pero el sentimiento de camaradería ya no era el mismo, ella lo notó, yo lo noté, pero no dijimos nada, tal vez ya no queríamos decir nada.
Cuando la poción estuvo lista no quedó más que hacer la prueba. Solo debías pincharte el dedo y una gota de sangre sobre tu caldero revelaría cuanto poder contenía tu cuerpo. En la pizarra la profesora colgó una escala de tonalidades de azul, cuanto más cerca estaba del negro, menor era el poder. De hecho, cualquiera que tuviera un azul profundo o directamente negro, sería inviable para el módulo y tendría que buscar otro camino. La profesora se pronunció frente a la clase enseñando detalladamente la consistencia correcta de su poción, algo que tal vez debería haber hecho antes. Puedo decir que no era muy buena enseñando, pero desde el principio ella no parecía la gran cosa. La profesora Puzzeline, era una hechizera de poder estandar traída de Seysshelle. Como si su nombre de consonantes repetidas no fuera suficiente para saber su nacionalidad, la tonada rizadita y aguda de sus plabras la delataba, asi como su atuendo con telas demasiado abrigadas para la época y las múltiples flores en el cabello como todos los Seysshellitas, ya sean hombres o mujeres. No es que sea un país decadente en el que no confíe, pero se sabe que es pequeño y atrasado en comparación con el nuestro, Ballastrosa. ¿Qué tan bien podría enseñarnos esta mujer? ¿Por que no trajeron un profesor graduado aquí? ¿Tan mal estaban las finanzas de la academia? No es como si realmente pudiera quejarme, quiero decir, yo tampoco es que tuviera donde caerme muerta y esta educación para bien o para mal, era lo mejor disponible incluso para la élite del país.
Derramé mi sangre sobre el caldero con todos los nervios del mundo. Hasta ahora no es que hubiera mostrado algún talento para la magia, estaba totalmente confiando en la esperanza y el buen historial de mi madre. Pensé en mil planes extra si es que me hechaban de la clase, cuando la poción giró surprendetemente en un turquesa. ¿Cómo es que tenía todo ese poder? Si yo nunca tuve ningún indicio de esto, jamás hice levitar cosas o curé heridas o me trasforme en un animal como Ophelie... Entonces entendí. Giré mi rostro para verla, estaba tan pálida como si hubiera visto un muerto o le hubieran succionado el alma. Miré su caldero y estaba pintado de un aterrador celeste suave, casi blanco. Volví a mirarla, parecía descompuesta, como si estuviera a punto de desmayarse. ¿Acaso sus poderes seguían siendo un secreto? Parecía que en su mente rondaban mil ideas a punto de colapsar y el pánico se acrecentó cuando la profesora avanzó de mesa en mesa para evaluar los resultados. Sin pensarlo, cambié su caldero por el mío. Ella me miró sorprendida, como si no me entendiera en lo absoluto. Tomé su mano y le acaricié el dorzo con el pulgar para tranquilizarla antes de que llegara la profesora. Ella se paró junto a Ophelie y le aplaudió entuciasmada.
— este es un muy buen nivel de poder, princesa. incluso diría que muchos magos de la corte no tienen tanto poder. Le esperan grandes resultados, estaré muy atenta a usted.
Me alegró escuchar eso, incluso aún sabiendo que se lo decía a ella, esas palabras me pertenecían. No solo tenía poder, tenía un gran poder. Tal vez ser hechicera era un camino tan viable en mi vida, quiza no necesite atrapar a nadie finalmente.
A pesar de ser salvada por los pelos, Ophelie no parecía del todo contenta. Como si, aunque significativamente más bajo, su nivel de poder oficial de todas formas fuera peligroso para si misma. Pero su semblante terminó de cuajar cuando la profesora alertó a toda la clase con un grito demasiado agudo. Vió mi caldero, el poder de Ophelie y casi se cae sobre su trasero.
— había escuchado rumores sobre tu madre pero jamás imaginé que conseguirias superarla tan ampliamente. Esto... Esto es... Debemos ir con el decano, él tiene que saber esto. Vamos niña — tomó mi caldero y me arrastró hasta su horripilante oficina. — ... Esto es... Dios.
Subimos las escaleras de caracol por la torre sur, tan alto e ideologicamente alejado de todo y todos, solo un hombre tan sombrío como él podría sentirse a gusto en un lugar tan miserable y solitario. Puedo decir que por dentro su oficina era tan funesta como él. La luz era tan poca que podría dañar los ojos, incluso con las cortinas abiertas, la ventana daba a un bosque podrido al sur, sin que el sol tocara apropiadamente el interior. En ese punto, la mayor fuente de luz era mi caldero, girando en un casi blanco mágico.
Al vernos dentro de su oficina, sobre todo a mi, la expresión del decano se agrió aún más. Como si verme le hubiera arruinado el día o la decada. La prfesora se adelantó y puso sobre su escritorio mi caldero, le explicó rápidamente el significado y puedo jurar que su mirada se volvió cada vez más oscura antes de soltarle una pregunta sin siquiera sacarme los ojos de encima.
— ¿Está segura de esto?
La mujer pareció ofendida.
— mucho señor, esta prueba es infalible. No hay forma de fallar su preparación o alterar sus resultados, es la quimica pura del universo.
Él me miró como si intentara ver una mentira, como si no creyera en una sola de sus palabras. Hasta que finalmente le pidió a la profesora que nos dejara a solas.
— aún no sé como lo has hecho, pero a mi no me engañas, se bien que esto no puede ser.
— ¿Por que no?
Agitó las manos como si estuviera burlandose.
— tu padre no tenía ningún talento mágico, no es posible.
— mi madre si lo tenía y mucho.
Se levantó de su asiento golpeando la mesa con sus pesadas manos y me habló con una voz profunda, horripilante.
— no hables de cosas que no entiendes... Tu no te pareces a tu madre en nada.
Se paseó por su oficina, siempre detrás de mi. Podía sentir su mirada perforandome la nuca.
— eso me han dicho — demasiado debo admitir, a ninguna chica le gusta que le digan que se parece a su papá — ... Me pregunto si será verdad.
— eres la viva imagen de tu padre.
— Puede ser, ni siquiera recuerdo su rostro... — Miré hacia adelante, ignorando sus patéticos intentos retorcidos por intimidarme— no es que eso realmente importe.
En un impulso me tomó del cuello y vi en sus ojos un odio tan profundo como jamás había experimentado.
— eres igual a él, incluso hablas como él. Con tanto desprecio, con tanta superioridad y tanta frialdad, como si todo y todos estuvieramos por debajo de ti. No te pareces en nada a Thannia... — dijo el nombre de mi madre con tanta familiaridad que tendría que ser estúpida para no captar la raíz de tanto resentimiento contra mi padre. Dejó de apretar mi cuello para tomar un mechon de mi cabello que estaba sobre mi nariz incómodamente — aunque... quizás tengas algunas cosas de ella.
Traumadito de mierda. Lo empujé tan fuerte como pude y me levanté de la silla. Entre la puerta y yo no había más de ocho pasos y sin embargo, la peligrosidad de su cuerpo en medio de ese trayecto me hacía sentía que había un kilómetro de distancia. Mi sangre se congeló del miedo, si mi aliento fuera solo un poco más tangible, sería capaz de cortarlo con cuchillo. Apreté la panza para soportar el asco y a riesgo de todo, avancé rodeándolo.
— no sabes una mierda sobre mi... — mis ojos estaban clavado en él a medida que me acercaba a la puerta, no quería perderme ni un detalle, si respiraba o se movía. Nada. Cuando mi mano estuvo sobre el picaporte, supe que ya casi había escapado y me animé a decir lo que tanto estaba temiendo — y no vuelvas a tocarme.
Victoriosa conseguí salir de ahí pero sabía muy bien que ese no era el final. Ese tipo retorcido tenía pleno poder en donde yo no era más que un cuatro de copas.



#1526 en Fantasía
#5424 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 29.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.