El rico aroma a pino y tierra calmó mi corazón acelerado mientras estaba parada en el borde del claro del Castillo Werewolf, escondida entre los altos árboles. Habían pasado años desde la última vez que puse un pie en una celebración.
Esta noche, sin embargo, bajo la gentil insistencia de April, estaba envuelta en un vestido esmeralda que brillaba contra mi cabello ardiente, un marcado contraste con los colores apagados del bosque que se había convertido en mi refugio.
—Danika. —susurró April, sus suaves ojos marrones reflejaban las luces parpadeantes colgadas alrededor de la gran entrada del castillo. —Te ves impresionante. Esta es tu noche también, por tu familia.
Respiré profundamente y el nerviosismo en mi estómago traicionó mi exterior sereno. Mis dedos trazaron la delicada tela de mi vestido, sintiéndome repentinamente cohibida. —¿No crees que es demasiado?—Murmuré, más para mí que para ella.
—Por supuesto que no —me aseguró, ofreciéndome una cálida sonrisa que ahuyentó parte de mi inquietud—Ahora vámonos. Están esperando.
Cuando salimos del bosque y nos acercamos al castillo, las conversaciones se callaron y las miradas se volvieron hacia nosotras. Los susurros serpenteaban entre la multitud como una brisa helada, recordándome mi condición de desterrada. Mantuve la cabeza en alto, dejando que mis ojos verdes se encontraran con los de ellos en un desafío silencioso.
En medio del mar de rostros familiares, Sofía, mi madrastra, flotaba hacia mí con una gracia practicada que apenas ocultaba su desaprobación. Ella se inclinó y su voz era un susurro lleno de veneno: —Intenta comportarte esta noche, Danika. No les des motivos para hablar mal de ti. —Su mirada se deslizó hasta mi vestido y chasqueó suavemente—. Aunque pareces haber olvidado que Lidia es la estrella esta noche, no tú.
Apreté la mandíbula, luchando contra el impulso de responder. En cambio, le ofrecí una sonrisa con los labios apretados.
—No te preocupes, Sofía. No se me ocurriría robarle el protagonismo a Lidia. —La mentira tenía un sabor amargo en la lengua, pero esta noche no se trataba de viejos rencores ni de puntos de prueba. Se trataba de Sansón y Lidia: su amor, su futuro.
Con un último guiño a Sofía, pasé junto a ella y entré en la calidez del castillo, decidida a celebrar este momento con gracia, incluso si el peso de mil ojos seguía cada uno de mis pasos.
Los trillizos se quedaron en casa a cargo de una niñera, esta no era una fiesta para ellos, podían hacer desastres si me acompañaban.
El gran salón del castillo brillaba con una luz dorada mientras las copas de cristal tintineaban y los cubiertos cantaban su sinfonía. Me quedé a un lado, con la espalda recta pero todos los músculos de mi cuerpo tensos con anticipación. El suave susurro de la seda susurraba secretos con cada paso nervioso y vacilante que daba, haciendo eco del aleteo en mi pecho.
—Levantemos nuestras copas. —la voz autoritaria de Noha cortó la charla, llevando la habitación a un silencio respetuoso. Su mirada recorrió la multitud, deteniéndose sólo brevemente en mí antes de encontrar sus objetivos previstos—. Para Sansón y Lidia, que su unión sea bendecida con la fuerza de nuestra manada y la lealtad inquebrantable de la familia.
—Para Sansón y Lidia —resonó la asamblea, y sentí que las palabras salían de mis labios también, aunque eran solo un murmullo perdido en el mar de buenos deseos.
Mi hermana estaba hermosa y hasta podía ver un cierto brillo en sus ojos. Se estaba enamorando, ella estaba cumpliendo su sueño de casarse por amor.
Cuando concluyó el brindis, la música aumentó como la marea, arrastrando los cuerpos hacia la pista de baile.
Sansón y Lidia iniciaron suaves movimientos mientras se movían con lentitud por la pista. Seguido por América y Xavier los padres de Sansón, continuaron Noha y Aurora, Sofía; mi madrastra, tomo la mano de uno de los nobles y se unieron al baile.
—Deberías invitar a uno de los tantos hombres guapos de esta fiesta. —susurró April.
—No me gusta bailar —mencioné—. Me siento bien solo como espectadora.
De pronto Sansón me ofreció la mano con una sonrisa que llegó a sus ojos grises, muy parecidos a los de su padre, pero no contaminados por las sombras que persistían en los de Noha. Acepté y nos movimos al ritmo, con pasos medidos y cuidadosos.
—Gracias por estar aquí —dijo Sansón en voz baja, su voz apenas por encima de la melodía. —Significa más de lo que crees, sobre todo para Lidia.
—Vale la pena celebrar tu felicidad. —respondí, sintiendo cada palabra a pesar de la opresión que apretaba mi garganta—. Se que la harás feliz, promete que cuidaras de ella.
—Lo prometo.
Pero entonces, la danza cambió como las fases de la luna, y antes de que me diera cuenta, la cálida presencia de Sansón fue reemplazada por un calor completamente diferente.
La mano de Noha rodeó mi cintura con una asertiva familiaridad que envió escalofríos por mi columna. Mi ira hacia él estalló, alimentada por recuerdos de palabras duras pronunciadas apresuradamente.
—Danika —comenzó Noha, su tono suave como las piedras del río desgastadas por el tiempo—. Te ves... impresionante esta noche.
Su cumplido quedó entre nosotros, una frágil tregua contra la que mi corazón luchaba.
Quería burlarme, devolverle sus halagos a la cara, pero el recuerdo de una adolescente llena de anhelo surgió espontáneamente. Esa chica había soñado con la atención del Rey Alfa, con ser vista como algo más que la flor silvestre desterrada de la manada.
Siempre estaba atrás de él y mi hermano, muchas noches él fue el protagonista de mis sueños. Incluso creí que el día de mi apareamiento él sería el hombre que me marcaría. Tontos sueños, ya que en ese entonces él estaba destinado a convertirse en el futuro rey, no iba a fijarse en la niña de los ojos verdes, hermana de su mejor amigo.
—¿Estás halagando a una rechazada? —mi voz firme a pesar de la confusión interior—. Especialmente después del otro día.
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Editado: 13.05.2025