Cada Segundo Cuenta

CAPÍTULO CUATRO

Capítulo cuatro.

Apenas iban veinte minutos desde que comenzó la clase de química y sentía mis párpados pesados cada vez más. Ayer me desvelé porque estuve tratando de buscar alguna excusa para tranquilizar a mi amiga del mensaje que recibió. Cosa que no encontré nada y eso me frustró. Más después que vino a mi mente lo que ocurrió ayer en la biblioteca y como hui de el. Me quedé con insomnio hasta tarde.

Cuando sonó el despertador fue Liz quien realmente me sacó de la cama ya que si fuera por mí, seguiría durmiendo pero no podía faltar a clases. Apenas estábamos entrando y lo deseaba mucho. Así que con ayuda de mi amiga y mi madre quién se encargó de que desayunara bien, logré llegar al instituto.

Dos horas se pasan con explicaciones y algunos ejercicios, contra toda mi voluntad me mantengo despierta durante toda la clase, cuando por fin la campana suena internamente grito de la felicidad.

Recojo mis cosas y salgo del salón. Mi cuerpo necesitado de energía me hacen dirigirme hacia la máquina expendedora para comprarme un café. Es algo bueno que la tecnología en estos tiempos esté renovando cada vez más y pueda tener una bebida caliente en tan solo minutos con tan solo teclear. Es grandioso. Inserto una moneda, realizo mi pedido y obtengo mi bebida.

Ya más despierta en mi siguiente clase, presto atención a todo lo que el profesor de geografía está indicando. No volveré a desvelarme más, no es sano para mi cerebro.

Recuerda eso a todas horas, nena. Mi subconsciente siempre tan buena onda.

Al terminar la clase, no me hago de rogar así que camino hacia el baño para poder mear. Entro y al escuchar algo extraño en uno de los cubículos arrugo mis cejas.

Un sollozo que proviene del ultimo cubículo llama mi atención así que decido acercarme para ver qué pasa.

—Disculpe, ¿se encuentra bien?

Cuando la puerta se abre y veo quién está sentada en el piso del baño, se estruja mi corazón al verla en un mal estado, tiene los ojos rojos y está temblando. Me mira y con la voz rota me dice:

—Él está acá, Alicia —cierra los ojos con fuerza—. Mario volvió, él me llamó y me amenazó.

Es Liz.

Me acerco a ella y no dudo en envolver mis brazos a su alrededor, esta vez llora mientras repite que lo vió una y otra vez sobre mi. No digo nada, solo dejo que libere todo el dolor que tiene ahora y me limito a abrazarla.

Noto que mi visión se vuelve borrosa por las lágrimas que estaba conteniendo y las dejo ir.

—No quiero que vuelva a hacerme daño, Licy, no quiero. Tengo mucho miedo.

Me duele ver como mi mejor amiga sufre ante un hecho que la marcó hace un año atrás. Toda su alegría y buena vibra que siempre llevaba ahora no la hay, solo una chica vulnerable y temerosa.

—Estoy aquí para ti, no estas sola.

Hace un año, Liz conoció a un chico mayor que ella por tres años en el centro comercial. Se encontraron muchas veces en modo de conocerse más, hasta que se hicieron novios. Al comienzo ella se veía feliz por eso, realmente se veía enamorada y cuando hablaba de él decía maravillas por como la trataba. Caer en cuenta que meses después las cosas en su relación empezaron a cambiar de una forma muy drástica, yo empecé a preocuparme por ella. Cada vez llegaba al instituto en un mal aspecto: tenía moretones en los brazos y varias veces veía que no caminaba bien. Ella empezaba a evitarme y cuando le preguntaba qué pasaba ella decía que nada y se iba.

No me gustaba meterme en la vida de las personas, pero necesitaba saber que era lo que pasaba con mi amiga. Con apenas quince años me parecía una locura lo que estaba ocurriendo, así que una tarde la seguí sin que se diera cuenta, estuve así por una semana y lo que descubrí me dejó con la piel de gallina.

Sabía con anterioridad de que Liz visitaba a Mario muy seguido en su casa hasta altas horas de la noche. No entendí como era que sus padres la dejaban salir tan tarde pero ella me dijo que se escapaba de su habitación para ir a verlo.

Cuando entró a la casa de él, me acerqué para lograr ver que era lo que pasaba, desde una ventana semi-abierta que daba la vista donde supuse era la sala. Mario se sentó en el sofá y puso sus manos detrás de su cabeza de forma relajada, mirando hacia Liz que estaba de pie frente a él y esta jugaba con sus dedos en modo de nervios.

Podía ver los perfiles de ambos perfectamente, la de Mario dictaba rudeza y superioridad por cómo miraba a Lizeth, en cambio la de ella mostraba tristeza y de alguna manera algo que conocía como determinación. Empezaron a hablar pero no lograba escuchar  de qué, él avanzó un poco hacia ella y empezó a tocar sus muslos de arriba hacia abajo, ella ante tal acto se alejó y un ceño fruncido apareció en el rostro de Mario. Seguían con la conversación pero la curiosidad de querer averiguar de qué hablaban estaba carcomiéndome, estaba levantando un poco más la ventana hasta que el grito de Mario me asustó y me sobresalté.

¡Estas completamente loca si piensas dejarme, no lo aceptaré! —se levantó y avanzó hacia mi amiga que retrocedía con miedo. Yo me agaché para que no lograra verme — ¡Siempre serás mía, maldita perra!

Abrí los ojos en sorpresa y miedo de lo que veía hasta que, sin esperar el siguiente movimiento, jaló a Liz hacia él y le propinó una fuerte bofetada que me hizo cerrar los ojos.

Antes que me dejes, yo te mato, ¿Me entendiste? ¡Te mato! —la volvió a golpear y esta vez fue más fuerte que la anterior que hizo que se cayese sobre el piso.

Cuando llegué a casa fui directo a mi habitación y no pude evitar llorar por lo que había visto. Liz estaba sufriendo en silencio la violencia, siendo golpeada a tan corta edad por alguien que se suponía que la quería. Fue aterrador todo que no pude hacer otra cosa que salir corriendo de ese lugar.




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