Cadenas de Sangre

5

— ¿Estas bien? —, preguntó un joven seriamente a Minerva, pues ha chocado con él y no ha pedido disculpas. La chica, levantó la cabeza dejando ver las lágrimas recorrer sus mejillas; sus lágrimas eran enormes y difíciles de disimular. Aquel desconocido, le miró melancólico. Se trataba de un muchacho de tez clara y ojos verde miel. Sus cejas oscuras y pobladas, se arquearon, tras la negatividad a una respuesta que esperaba. Su pelo corto y ondulado se ondeaba con la brisa del viento. Minerva, nunca lo había visto en su vida y podría jurar que al verlo se enamoró de él, casi sintió pena por su persona, pues lloraba por un amor que se supone había olvidado. Observó pues, la ropa del sujeto; chamarra de mezclilla, con borrego color café en el cuello, pantalón de mezclilla del mismo color que la chamarra y botas negras.

— Lo-lo…si-siento…—, dijo entre sollozos. Al decir aquellas palabras volvió a agachar la cabeza y limpió las lágrimas saladas con la manga de su sudadera gris. Comenzó a moverse hacía un lado para dejarlo caminar; estaba consciente que sollozaba segundos atrás y que el corazón le latía con rapidez, no obstante, al ver a ese sujeto a los ojos; su corazón entró en paz y su mente se olvidó de la razón de su llanto.

— Te pregunté si estabas bien… — Al escuchar esas palabras, Minerva levantó la cabeza de nuevo, a pesar que le escurrían fluidos nasales por los labios, esbozó una tonta sonrisa. En ese instante se encontraba super bien. —Te pregunte…sí estas bien…— Volvió a decir el sujeto. Minerva afirmó con la cabeza apenada, vio el interés del hombre por su estado de ánimo, y no quiso que le viera en esa faceta desastrosa; pensó que tal vez estaba confundido porque le vio llorar sin parar; pero, a la vez, cree que no debe interesarse por ella y que debe mentirle para que la deje en paz y seguir con su camino; pero, optó por darle la espalda y volver a su casa.

— Tal vez…pueda ayudarte. — Comentó. Sus palabras hicieron que Minerva se detuviera, negó con la cabeza y siguió caminando; sin embargo, escuchó que aquel desconocido la seguía, pensó que tal vez, iban hacía el mismo rumbo, porqué apenas, ella tenía, por lo menos, cinco minutos andando desde que salió corriendo desde casa. La mano de aquel hombre se posó en el hombro de Minerva con mucha calidez, era una sensación extraña comparada con el frío que la joven sentía en sus pies. — ¿Por qué no? — Su tono de voz fue más suave. — Estas devastada, descalza y hace mucho frío.

— ¿Y qué te importa? — Rezongó la joven sin perder el ritmo de sus pasos. Una vez más volvió a sentir la calidez de la mano en su hombro. —Lo qué…Me-Me…pa-sa, no de-debe…im-impor-tar...te.

— Tal vez no… — Contestó el joven. — Aunque no debieron dejarte salir así. Minerva detuvo el paso y giró confundida hacia él. Quitó con brusquedad la mano de su hombro.

— No…te…conozco… Trató de no volver a sollozar; hizo un esfuerzo, pero, el dolor en su pecho no desaparecía; comenzó a hiperventilar otra vez; las escenas de hace unos minutos volvieron a invadir su mente. Empezó a caminar con dificultad porqué el asfalto de la calle comenzó a molestarle bastante en la planta de los pies. Aunque trató de no pensar en lo que pasó en su casa, todo volvió a dibujarse en su mente; Anael, Iván y ella teniendo esa conversación; el sueño.

— Soy Nathan…— Alegó el desconocido.

Él la siguió porqué también sintió la paz indescriptible en su corazón. Él lo sabía. Su voz sacó a Minerva de sus pensamientos agónicos. Su corazón volvió a latir con normalidad. Debía volver a casa y quitarse a ese sujeto de encima mientras volvía a tener juicio sobre su persona. Minerva era paranoica, pero, aunque quisiera gritar como loca, algo la detenía.

— ¿Te han hecho daño? —, preguntó preocupado.

— No…—, contestó la muchacha, sollozando.

Caminó sin voltear hacía Nathan. Trató de ignorarlo y meterse en sus pensamientos. Ya tendría tiempo de conocer a ese tal June cuando lo viera, pero, ¿por qué tantos secretos? Esa no parecía ser la vida feliz que creía que vivía; pues su padre se ha esforzado para que su vida fuera hermosa, de cierta manera.

— Dégel es tu medio hermano... —Se cruzó de brazos al recordar esas palabras y tapó su rostro con ambas manos sumamente avergonzada.

— ¿Estas bien? — Preguntó Nathan. Al escuchar su voz por cuarta o quinta vez, Minerva se detuvo, él seguía persiguiéndola. Nathan suspiró. Ambos iban en la misma dirección. — Aún no sé tu nombre…

— No…tienes…porqué saberlo…Deja…de…seguirme…

— El frío está quemando tus pies… — Comentó a la vez que apuntó los pies de la muchacha. Estaba descalza sin calcetines que le protegieran del frío.

Minerva le miró apuntando sus pies con el dedo índice, y sin dudar, miró abajo. — Deja de…seguirme…o…gritaré. — Su amenaza provocó que el joven sonriera de medio lado.

— No te haré daño… — Contestó delicadamente. — ¿No te parece raro que vamos en la misma dirección?

— Tú me estas siguiendo, imbécil… — Minerva sigue adelante tiritando de frío. —¡Ma…mal…dición! — Gritó. —¡Hace frío! — La joven, empezó a correr para llegar a casa, quería volver a meterse a la cama y sabía que tardaría mucho tiempo en entrar en calor otra vez. <<Volveré a meterme a la cama; la desventaja es que estará fría y tardará en calentarse de nuevo.>>

— ¡Ten cuidado! — Gritó Nathan tras ella. Minerva se detuvo al instante, Nathan la jaló con brusquedad del brazo. La ráfaga de aire que provoca un coche que va a 60 km/hr y el pitido de un claxon, provocaron que la piel de todo el cuerpo se le hiciera chinita. Tiritó unos segundos y sin pensarlo se aferró al brazo de Nathan, que le miró con tranquilidad. Minerva, en cambio, tenía los latidos del corazón en el estómago y un frío sudor recorría su frente. Al percatarse que seguía aferrada al brazo del desconocido, lo soltó sutilmente. En un susurro le agradeció y siguió caminando hacía su casa, que quedaba a dos metros más.



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En el texto hay: magia

Editado: 08.04.2021

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