Estaba de pie frente a la ventana de su habitación, sumergida en sus pensamientos tan profundos como las sombras que cubrían la mansión.Bajo la luz del atardecer,todo parecía en calma, pero los movimientos en el patio trasero contaban otra historia. Autos negros, silenciosos como depredadores, atravesaban el portón principal, cada uno trayendo consigo una carga que Elena sabía demasiado bien cómo terminaría.
No apartó la vista mientras dos hombres escoltaban a dos chicas jóvenes hacia la entrada de la casa . Las muchachas caminaban con pasos vacilantes, apenas sostenidas por la fuerza bruta de aquellos que las arrastraban. Elena reconoció el miedo en sus rostros. Lo había visto muchas veces antes, ese miedo al no saber si regresan.
Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era Olga, la mujer que había sido su sombra desde que era una niña. Entró cargando una bandeja con una taza de té, como si el mundo allá afuera no estuviera cayendo a pedazos.
—Ya están aquí, ¿verdad? —preguntó Elena sin rodeos mientras observaba como ella dejaba la bandeja sobre la mesa.
—Dos más. Esta vez parecen muy jóvenes —respondió, con la voz apagada.
Olga la miró con una mezcla de compasión y advertencia. Siempre había admirado el corazón de Elena, pero temía que su compasión la condujera al desastre.
—Las llevaron a la oficina de mi padre, ¿verdad? — pregunta Elena,su tono era calmado pero con cierta intranquilidad.
Ella asintió.
—Prepara el cuarto en el ala norte —ordenó Elena, su tono ahora más firme—. Las llevaré allí cuando mi padre termine con ellas. Que tengan algo de comida, ropa limpia... y que puedan descansar.
Elena volvió a mirar por la ventana. Los autos negros seguían entrando y saliendo, como un río oscuro y constante. En su interior, un pensamiento le rondaba la cabeza: algún día esto tiene que terminar.
Sacudió la cabeza para despejar sus pensamientos y se dirigió hacia la oficina de su padre.
La mansión estaba tan en calma como era posible, ningún ruido,ningún rostro. Solo la calma inquietante que siempre precedía al caos.
Cuando bajó las escaleras, reconoció la característica risa profunda de su padre, que escapaba por la puerta cerrada de la oficina. Esa risa que siempre anunciaba algo terrible.
Se detuvo frente a la puerta y respiró hondo. El aire parecía más pesado aquí. Cerró los ojos por un segundo, tratando de calmar la ansiedad que comenzaba a subir por su pecho. No sabía exactamente qué le esperaba al otro lado, pero una parte de ella intuía que hubiera sido mejor no entrar.
Con un último aliento, giró el pomo.
Hubiese sido mejor no haberlo hecho…
Editado: 22.02.2025