Elena abrió la puerta de la oficina de su padre sin anunciarse, empujándola con fuerza. Sabía que no era bienvenida en esas reuniones, pero nunca había dejado que eso la detuviera. En el interior, el aire estaba cargado del humo del habano y un olor dulzón que le revolvió el estómago.
Ahí estaban: las dos jóvenes, sentadas incómodamente en las piernas de un hombre que Elena reconoció al instante. Era uno de los socios habituales de su padre, un hombre de rostro áspero y mirada lasciva.Asqueroso intento de ser humano, ella despreciaba con todo su ser a ese hombre.
Las chicas parecían aterrorizadas, sus ojos fijos en el suelo, sin atreverse a moverse y con las manos de ese hombre apoyándose constantemente en sus delgados cuerpos.
Elena avanzó, sin apartar la vista del hombre.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con una voz que era todo menos dócil.
Su padre, que estaba de pie junto a la mesa, alzó una ceja, sorprendido por su irrupción, pero rápidamente recuperó la compostura.
—Ah, Elena —dijo con un tono casual, como si no hubiera nada fuera de lo común—. Déjame presentarte. Este es el señor Gregorio. Un hombre muy importante para nuestros negocios.Aunque creo que ya sabes quien es.
El hombre en cuestión esbozó una sonrisa torcida, sus ojos recorriendo a Elena con descaro.
—Así que tú eres la famosa hija del señor Beltrán. La mano derecha, ¿eh? No entiendo qué hace una mujer aquí. Esto no es un lugar para juegos ni para caprichos femeninos.
Elena sintió la sangre hervir en sus venas, pero mantuvo su postura firme, como una roca. No podía mostrar debilidad.
—Es curioso que mencione juegos —respondió con frialdad—, porque no veo nada divertido en lo que está haciendo. Le sugiero que se levante y deje a las chicas a mi custodia.
Gregorio rió entre dientes, como si sus palabras fueran un chiste privado.
—No sabía que la mercancía ahora venía con una niñera —dijo, apretando con más fuerza a una de las jóvenes, que contuvo un sollozo.
Elena avanzó un paso, su mirada era puro acero.
—Voy a decirlo una vez más, y le sugiero que escuche con atención: la mercancía no se toca sin antes pagar.
La habitación quedó en silencio. este hombre se puso de pie de repente, empujando a las jóvenes al suelo y acercándose a Elena. Era un hombre grande, y su sombra parecía envolverla, pero ella no retrocedió.
—¿Quieres tomar su lugar, pequeña? —preguntó con un tono burlón, inclinándose hacia ella.
—Intenta tocarme y me conocerás de verdad—Elena apenas esbozó una sonrisa. Estaba preparada para esto. Su puño ya estaba apretado, lista para lanzar un golpe si era necesario. Pero antes de que pudiera moverse, el clic metálico de un arma llenó la sala.
—Te sugiero que retrocedas,Gregorio. Ahora—
La voz de su padre era baja, pero firme, y el arma que apuntaba directamente a la cabeza del hombre no dejaba espacio para dudas.
—No te pases de listo — Beltran no estaba para perder el tiempo.
Él levantó las manos, retrocediendo con una sonrisa tensa, aunque la furia ardía en sus ojos.
—No hay necesidad de esto, viejo amigo. Solo estábamos conversando.
—Llámalo como quieras, pero esta es mi casa y se respeta. Ahora, siéntate y compórtate, o nuestro trato termina aquí mismo.
El hombre no dijo nada más. Se dejó caer en el sillón junto a la mesa, y Elena aprovechó el momento para girarse hacia las dos jóvenes, que estaban temblando junto a la puerta.
—Vengan conmigo —les dijo con suavidad, extendiéndoles una mano.
Las chicas dudaron, pero al ver la determinación en los ojos de Elena, se levantaron y la siguieron. Mientras salía de la oficina, no miró atrás. Sabía que su padre no permitiría más interrupciones, no mientras ella estuviera presente.
En el pasillo, encontró a Olga esperándola, como si hubiera sabido exactamente lo que iba a pasar.
—Llévalas al cuarto que preparamos —le dijo Elena, y Olga asintió sin decir palabra, guiando a las jóvenes hacia el ala norte de la mansión.
Elena se quedó sola en el pasillo, con las manos todavía temblando por la adrenalina. Sabía que había ganado esta batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar.
Editado: 22.02.2025