Aún puedo recordar la primera vez que la vi. Como todos los días me levanté y fui al trabajo, en este pueblo todo estaba cerca de todo, y mi trabajo estaba a un par de cuadras de mi casa, por lo que con solo 15 minutos de caminata podía llegar allí (10 minutos si parecía que iba a llover), por lo que nunca llegaba tarde.
Ese día la vi por fuera del local, una mujer que llevaba su traje gris completamente empapado por la lluvia, entró por la puerta principal con una expresión de alivio que no volví a ver en ella hasta ya mucho tiempo después. En una de sus manos sostenía un maletín que probablemente usaba en su trabajo, en la otra mano sostenía sus zapatos, unos zapatos de color negro, muy elegantes, pero al parecer igualmente frágiles, pues a uno de ellos tenía el tacón completamente salido del resto del calzado.
Debió ser una sorpresa para la mujer, pues la expresión de su rostro daba a entender que se sentía frustrada y decepcionada por lo repentino de su percance. Ella ingresó al local y se sentó en la mesa más cercana a la puerta, debió hacerlo para evitar seguir manchando el suelo, pues con cada pasó que dio había dejado una estela de agua mezclada con lodo. Además teníamos el lugar completamente vacío y esa mesa no era de las más usadas por los clientes.
Casi de inmediato me enviaron a limpiar la entrada del local, a nuestro jefe le disgustaba mucho ver algún inconveniente en su cafetería, por lo que, con un trapeador, limpié las manchas de agua que habían logrado colarse con la mujer. Mientras hacía desaparecer el rastro dejado por ella, tuve la posibilidad de acercarme a su mesa, y allí me quedó más claro su situación.
Por lo que pude escuchar de su conversación telefónica, a la mujer se le había roto el tacón de su zapato cuando intentaba refugiarse de la tormenta, situación que era habitual en estas épocas del año por las repentinas lluvias que se daban. Y para las cuales teníamos un modo de proceder.
El señor Ross se había acercado a la mujer con una toalla y luego de darle un par de indicaciones, esta le agradeció y se apresuró a ir al baño. En cuanto se encontró fuera de la vista, el hombre, me indicó que me apresurara en limpiar el rastro, que ahora se extendía por todo el lugar hasta terminar en los baños.
Solo me llevó 5 minutos acabar de limpiar todo, y la mujer todavía no había vuelto, por lo que mi trabajo había acabado, al menos por el momento. Pues a solo unos minutos de haberme acomodado en una de las mesas libres, la mujer salió del cuarto de baño con un mejor aspecto que cuando había llegado. Traía su saco gris, el cual estaba completamente empapado, en sus manos; tenía el cabello recogido en una coleta de caballo, las mangas de su camisa estaban arremangadas y sus pies estaban descalzos.
No había tenido ocasión de fijarme en lo bella que era, su piel era blanca y parecía porcelana, su rostro (aunque firme y serio) carecía de imperfecciones, apenas y eran visibles algunas de las líneas en su frente que se debían de formar cuando fruncía el ceño, o se concentraba en el trabajo. Debió ser lo último pues, en cuanto terminó de hablar con el señor Ross, no esperó ni un segundo para volver a su sitio y de su maletín sacó una gran computadora portátil.
—¡Aliberth! Sírvele un café a la mujer de la mesa 2 —me ordenó el señor Ross desde la cocina, Y de inmediato me puse a prepararlo.
Mientras preparaba el café mis ojos se desviaban en dirección de la misteriosa mujer, había comenzado a escribir en su computadora de manera rápida y sin detenerse. Su rostro se endureció y su ceño fruncido se mantuvo por un buen rato mientras tecleaba con cierta efusividad que me tentaba a ignorar mi labor y seguir viéndola, pero debía prestar toda mi atención a mi trabajo, no quería quemarme como la última vez.
Oficialmente trabajaba como mesero en la cafetería Ross, pero de manera extraoficial era el mejor barista del pueblo, o eso es lo que decían nuestros clientes cada vez que probaban los diferentes cafés preparados por mí (los cuales eran mi especialidad). Incluso al señor Ross se le había escapado un cumplido en alguna ocasión, acontecimiento que no era muy común. Sobre todo, teniendo en cuenta su peculiar personalidad.
—¡Alí!, ¡el café! —gritó el hombre, y la taza se desbordó con la bebida de color marrón.
—Perdón —dije mientras limpiaba las manchas de la barra.
Con todo listo y reluciente, me dirigí hacia la mesa 2, lugar donde la mujer seguía trabajando con la misma energía con la que había comenzado hacía no más de un par de minutos. Mientras me acercaba, noté que sus pies descalzos estaban sobre una toalla (probablemente la misma que le había dado el señor Ross), debía ser para evitar tocar el piso frío del lugar, algo que me pareció muy curioso e ingenioso.
—Su café —dije en tono amable.
La mujer apenas y levantó su mirada, agradeció el café con un gesto de su cabeza y prosiguió con su trabajo como si nada en este mundo pudiera perturbarla. Ni siquiera cuando probó la bebida que había hecho mostró alguna expresión diferente de la que tenía. Debo decir, que en lo más profundo de mi interior me sentí un poco decepcionado de la nula reacción de ella. «¿Estaré perdiendo el toque?» pensé con intriga.
—Te lo dije chico, deberías hacer el curso de barista que te mencioné —me respondió el señor Ross cuando se lo comenté.
—Tal vez tenga razón…
El señor Ross se vio sorprendido por mi comentario, hacía tiempo que quería que me hiciera cargo de la barra del local, después de todo, talento tenía, lo que me faltaba era el conocimiento y la práctica.