—¡Aliberth! ¡Deja de soñar despierto y lleva esto a la mesa 6! —La voz ronca del señor Ross me distrajo de mis pensamientos. Tenía la mitad del cuerpo sobre la barra que unía la cocina con el local, de esa forma supe que debió estar llamándome por un buen rato. Otra vez.
—Perdón señor, enseguida lo llevo… dijo mesa 6 ¿verdad?
—Ahh, eres responsable, nunca llegas tarde y ese café que haces parece ser muy popular con los clientes, pero esa tendencia a quedarte en las nubes me hace replantearme si darte un aumento o despedirte.
—No diga eso señor, ¿realmente quiere despedirme y quedarse solamente con Lore hasta hallar un reemplazo para mí? —pregunté con una sonrisa sabiendo que no lo decía en serio.
—Bah, vuelve a trabajar antes de que me lo piense en serio.
El hombre volvió a la cocina sin más comentarios, podía decir mucho de mí, pero tanto él como yo sabíamos que era su empleado estrella y mi ausencia definitivamente causaría más problemas que beneficios. Sin embargo, el señor Ross no se caracterizaba por ser el hombre más honesto y amable del mundo, para eso estábamos Lore y yo.
En lo que respectaba al trabajo, su labor de jefe era indiscutible, llevaba gran parte de su vida haciéndose cargo del lugar con sus propias manos, él solo había pasado todo tipo de dificultades, dificultades que hoy le brindaban una larga lista de experiencia ante cualquier posible contratiempo. Nada le resultaba imposible si se refería al local.
Pese a su avanzada edad, de la cual no muchos conocían el número exacto, pero estaba seguro que rondaba los 70 años de edad, y sus constantes quejas sobre la poco preparada juventud de ese tiempo (ósea gente como Lore y yo) el señor Ross nunca se había parado a pensar en dejar su “legado” (como él lo llamaba) en manos de otro. Honestamente me era imposible imaginar el lugar en manos de otra persona que no fuera él.
Los pensamientos se acabaron de manera abrupta en cuanto llegué a la mesa número 6, allí le entregué el pedido a la familia, la cual constaba de una madre y dos niños muy ruidosos y alegres. Volví hacia la barra, y de camino escuché por detrás la campanita de la puerta principal, un indicativo de un nuevo cliente que entraba a la cafetería. Aunque en este caso, se trataba de uno ya habitual por aquí.
—Bienvenida —saludé en cuanto vi a la mujer entrar por la puerta. Ella inclinó su cabeza para devolverme el saludo.
Natasha Star, igual que siempre llegaba un poco después del mediodía a la cafetería. Siempre vestida de traje, a veces el gris clásico que traía puesto en la mayoría de las ocasiones, y a veces un traje gris verdoso que usaba menos seguido. Personalmente, creía que ese último traje le quedaba mucho mejor, pues combinaba con su color de ojos, bastante peculiar por lo visto, o al menos yo no había conocido a nadie con ese tono verde brillante.
Me fue imposible no seguirla con la mirada hasta que tomó asiento, todo de ella me resultaba fascinante, desde su postura firme con movimientos precisos y elegantes, hasta su largo cabello oscuro y brillante, siempre atado con una cola de caballo que dejaba visible su largo y delgado cuello, tan blanco como el mármol de las columnas del local.
No perdí tiempo y con el menú en mano me dirigí hacia ella, aunque en realidad no era necesario, pues ya sabía qué iba a ordenar.
—Hola otra vez, ¿quiere que le deje el menú, o tomará lo de siempre?
—Lo de siempre está bien. Y no olvides el ritual para el sabor —se burló con una pequeña sonrisa mientras me dirigía hacia la barra para preparar su café.
No es que fuera un ritual como tal, pero siempre que le preparaba el café a ella, ocurría algo, ya fuera que sirviera de más, que manchara la mesa o que me equivocara de taza. Siempre ocurría algún desperfecto o contratiempo que hacía que tardara unos segundos más en llegar la orden. Lo que nunca fallaba era el sabor, pues siempre resultaba en un sabor delicioso y excelente. O eso solía decir ella de vez en cuando, principalmente cuando estaba de buen humor. Porque cuando no lo estaba simplemente se limitaba a esbozar una sonrisa imperceptible para los ojos no entrenados.
Uno de esos días en los que se encontraba de un mejor humor de lo normal, fue cuando supe su nombre. Debió de haber sido hace unas 2 semanas, el día era más soleado de lo normal, el ambiente del pueblo era más cálido y con ello las personas estaban mucho más relajadas y contentas. Quizás fuera por eso que ella no se molestó al haberse olvidado la billetera, por suerte tenía su tarjeta de crédito, y con ella pagó su café (lo que me resultó mucho más extraño, pues yo solía tener todo en mi billetera), de cualquier forma, fue en ese momento que pude saber su nombre.
«Natasha Star» dije para mí mismo con una más que evidente sonrisa en mi rostro, sonrisa que no pasó inadvertida para la mujer, que me preguntó por dicha expresión tan repentina e inesperada. Yo no supe qué decirle en ese momento, cualquier pregunta que se saliera del patrón de mesero-cliente con ella, causaba un revuelo de emociones en mi interior y como era habitual en esos casos, la sinceridad (o estupidez mía) se apoderaban de mi cuerpo.
—Em… es solo que su nombre es tan inusual como bonito, Natasha Star.
«¡Trágame tierra!» quería gritar cuando la mujer giró su cabeza en un inútil intento de disimular su risa, por lo que yo creía, era el peor y más vergonzoso intento de cumplido que había dicho en mi vida. Sin embargo, pese a todo Natasha se limitó a agradecer el cumplido y a retirarse en silencio cuando el pago había sido hecho.