Ya la he mencionado con anterioridad, pero una de mis mejores (y probablemente la única) es Lorena Álvarez. Nos conocemos desde que tenía uso de razón, lo cual era bastante si teníamos en cuenta que podía recordar mis primeros años en la primaria, lugar donde conocí a Lore.
Nunca me había caracterizado por tener muchos amigos, no porque me llevara mal con ellos, o ellos me ignoraran; pero simplemente no se daba la situación. Podía hablar con algunos chicos durante el receso, explicarle algún tema de clase a alguno de los que no entendía, y me solían invitar a la mayoría de las fiestas de cumpleaños. Y, aun así, había veces que me sentía bastante solo, sobre todo cuando Lore no estaba conmigo.
Por otro lado, cuando ella estaba conmigo, que era la mayor parte del tiempo, me sentía completamente lleno, como si estuviera hablando con muchas personas al mismo tiempo. Nos complementábamos bien. A la mayoría le molestaba mi tendencia de quedarme en silencio pensando; hábito que, según me habían dicho, había heredado de mi madre. Pero eso no tenía forma de comprobarlo. De cualquier forma, Lore estaba muy acostumbrada a mi hábito, a tal punto que le costaba más interactuar con otros que conmigo.
Aquel día Lore y yo volvíamos de la universidad, ella estudiaba comunicación, solo le faltaba un año para conseguir su título, aunque si fuera por ella, empezaría a trabajar de inmediato, pues ya tenía un puesto de trabajo prácticamente garantizado en la estación de radio del pueblo. Si no fuera por su padre y yo, probablemente ya la habría abandonado.
En nuestro camino a casa le conté lo que había sucedido el día anterior, ella había estado con exámenes y había avisado que no iría a trabajar ese día, algo relativamente común en ella. Pero en cuanto le expliqué lo que había sucedido con el collar de Natasha, el cómo la había llevado con Jack y nuestra pequeña caminata nocturna, su rostro evidenció un sincero y doloroso arrepentimiento por haber faltado ese día al trabajo.
—¡No lo puedo creer! ¿Como fui capaz de perderme tu primera cita? —se lamentó con un muy exagerado gesto que puso las miradas de todas las personas hacia nosotros.
—No exageres Lore. Además, no creo que fuera una cita como tal. Más bien fue…
Lo cierto es que no sabía cómo describir lo que había sucedido ayer, habíamos salido durante la noche para ir a arreglar el collar de Natasha, en el camino nos desviamos hacia su departamento para buscar algo. Si bien yo no había entrado, el solo hecho de haber ido hacia donde ella vivía me ponía muy nervioso. Supongo que sí podía considerarse una cita, un poco vacía quizás, pero bueno.
—Bueno, ¿y cómo sigue la historia?, ¿qué hicieron después de visitar al tío Jack? —preguntó con mucha intriga en su rostro.
—Pues…
—Ay no, ¿no me digas que lo arruinaste?
—Claro que no —pensé durante unos momentos como fue nuestra despedida —. Bueno, tal vez un poco…
—Lo sabía.
—Muy bien, primero escucha mi versión y luego decides.
—Adelante —dijo, sin embargo, su cara demostraba que creía firmemente que lo había arruinado.
***
Luego de salir de la tienda, ambos nos habíamos quedado unos segundos contemplando el cielo estrellado, Natasha parecía muy distante en ese momento y yo sentía una crecientes ganas de saber más de ella. En realidad, me era difícil de explicar ese sentimiento, pero deseaba saber todo de ella, lo bueno, lo malo y lo que ocultaba. Entonces, y contra todo mi ser, le pregunté.
—¿Quién es Trish?
Hubo un silencio de unos minutos que se sintió eterno para mí, en mi mente solo había pensamientos de reproche y arrepentimiento como «buen trabajo, lo arruinaste» o «definitivamente era una mala idea preguntar eso». Todos y más de esos pensamientos se amontonaban en mi cabeza y me hacían ver lo tonto que había sido por preguntarlo.
Miré el rostro de la mujer a mi lado y fue toda la confirmación que necesitaba. Era evidente que no quería hablar ni recordar aquello, desconocía lo que había sucedido, pero sí podía decir que, alguien en mi posición, no tenía derecho a meterse en ese asunto.
Bajé mi rostro intentando ocultar la vergüenza que sentía en ese momento, no era mi costumbre hablar de manera tan directa y sin cuidado. Acostumbraba a pensar mucho lo que iba a decir y cuidaba que no hiriera a nadie. Pero en esa ocasión, simplemente hablé sin pensar en nada más, pero lo que más me sorprendió, fue su respuesta.
—Trish fue… es alguien muy especial para mí.
Natasha permaneció en silencio con la mirada baja, como si no pudiese hacer otra cosa que recordar, tal vez intentara acumular todos los buenos recuerdos de esa persona, tal vez luchaba por olvidar alguno doloroso; no tenía forma de saberlo y no iba a preguntárselo, esta vez no.
La mujer alzó la mirada con mucha lentitud, parecía temer a lo que se encontraría cuando su vista llegara a las estrellas, y efectivamente, sus ojos parecían iluminarse con la tenue luz del cielo estrellado y, mientras más la observaba, más evidente se hacía la humedad de sus ojos. Estaba por llorar.
—¡Ah! Pero mira la hora, mañana debo trabajar. Muchas gracias por todo Aliberth, pero debo irme.
Natasha se apresuró a irse, casi como si estuviera tratando de escapar de mí, ese pensamiento apareció por mi cabeza y me oprimió el corazón. Quise tratar de acompañarla a su casa (uno de los muchos gestos que me había enseñado mi abuela), pero sentí que, si lo hacía, solo le haría las cosas más difíciles a ella.