—Odio trabajar los sábados.
—¿Trabajar? Lore, estamos en nuestro descanso —le respondí.
—Y además debo aprovechar mis descansos para estudiar… esto no es vida.
—Tu papá te había dicho que no era necesario que trabajaras además de estudiar.
—Él no me dice que hacer —dijo con tono desafiante al tiempo que su celular empezaba a sonar.
—¿No vas a contestar?
—No, no me gustan las personas insistentes —sentenció y cortó la llamada.
—Muy bien, tienes mi atención ¿de quién se trata? —pregunté con intriga, pero ella se limitó a mirarme de reojo.
«Ahora sí que estoy intrigado» pensé. Lorena estaba actuando raro, más de lo habitual, en otras circunstancias habría comenzado a hablar por los codos de sus problemas, ya fueran sobre el trabajo, la universidad o chicas; pero no lo estaba haciendo, solo se limitaba a dar respuestas evasivas.
Sin pensarlo mucho, porque seguro que hubiera acabado arrepintiéndome de hacerlo, tomé su celular y traté de revisar las notificaciones que tenía, pero las había borrado y ahora la tenía enojada e intentando arrebatarme el dispositivo de las manos.
—¡Alí! ¡devuélveme eso ya!
—No hasta que me digas lo que te pasa —dije alejándome de sus manos. Era una suerte que fuera más alto que ella.
—No me pasa nada.
—Eso es lo que diría alguien al que le pasa algo.
—De acuerdo, me pasa. Pero eso no te incumbe.
—Claro que me incumbe yo…
De pronto sentí una leve vibración en mi mano, y la música del dispositivo comenzó a sonar en mi mano, «otra llamada, que insistentes» pensé y miré el número de la pantalla. Me quedé helado.
Lorena dio un gran salto y me arrebató su celular de las manos. Pensé que atendería la llamada, una parte de ella parecía querer hacerlo, pero no lo hizo, simplemente la colgó dando un suspiro enorme que casi la dejó sin aliento.
Mi amiga me fulminó con la mirada y se volvió a sentar en el mismo lugar, sin decir ni una sola palabra y con el rostro tapado por un grueso libro de texto. Era evidente que quería evitar todo contacto, visual y verbal, conmigo; pero si algo había aprendido de ella, era que, si me metía en lodo, debía seguir hasta el final.
—Oye, lo siento yo…
—Está bien, solo… no preguntes.
—De acuerdo, no lo haré… —Hice una pausa y como si algo me obligara agregué —¿por qué no le respondiste? Era Maurice, de la radio ¿no?
Lorena dejó caer el libro de texto sobre la mesa y con sus ojos en blanco hizo un gesto de obviedad, en el fondo debía saber que se lo iba a acabar preguntando, así éramos nosotros.
—Maurice, quiere que vaya a la estación para… una prueba.
Decirlo parecía dolerle, como si se encontrara entre la espada y la pared, cosa que me extrañó, pues yo sabía muy bien que ella deseaba trabajar como locutora en la estación. Uno pensaría que esa “prueba” era la oportunidad perfecta, pero por su reacción había algo que no cuadraba.
—¿Y cuál es el problema?
—El problema es… que quiere que cante.
“Ah” fue lo único que pude decir en ese instante, ahora todo tenía sentido; incluso con la oportunidad que tenía en ese momento, ahora sabía por qué no podía hacerlo, aunque ella quisiera.
—Perdón, no sabía…
—Descuida, creo que debí decírtelo.
—Sí debiste —musité con un tono de reproche.
Ella me observó con incredulidad e inmediatamente después nos echamos a reír, debo decir que Lore pareció recobrar su brillo por unos momentos, «supongo que ella también tiene sus problemas» me dije viendo la mesa número 2, que llevaba vacía desde hacía un par de días.
—¿Sigues sufriendo por su ausencia? —me comentó en un tono más bromista.
—No estoy sufriendo, y solo pasaron 2 días. Volverá para el lunes.
—Como tú digas. Los editores la tienen difícil ¿no?
—Creo que ella es un caso especial.
—¿Ah sí? ¿Especial en qué sentido?
—Cállate, y ponte a estudiar —le espeté.
—O mejor… ¿Por qué no se ponen ambos a trabajar?
Una gruesa y ronca voz nos paralizó casi al instante, miré la hora en el reloj de la pared y, evidentemente, nuestro descanso había acabado hace más de 10 minutos. Lore tembló de miedo y rápidamente se escabulló a los vestidores argumentando que debía dejar los libros en su mochila.
«Traidora» le dije con la mirada. Ella solo me sacó la lengua en señal de que me lo merecía, y en parte era cierto, pero esto era ir demasiado lejos. El señor Ross permaneció de pie esperando una respuesta, o excusa, como lo vería él.
—Señor… se nos pasó el tiempo… ¿estudiando?
—Es curioso que pienses que me importa, cuando lo único que quiero en este momento, es que te pongas el delantal y vayas a trabajar.
No discutí más y me fui directo a la barra.