Era inusual que los últimos días tuviera sueños de mi infancia, en realidad eran recuerdos más que otra cosa, recuerdos de mi abuela y yo haciendo manualidades. Bueno, ella haciendo manualidades y yo esforzándome por hacer lo mismo que ella. También hubo sueños de las travesuras que Lore y yo hacíamos (yo claramente obligado), pero en todos, tarde o temprano, aparecía ese baúl. Un baúl de quién sabe qué año, que había contenido quién sabe qué, pero que ahora contenía mi pasado.
—Mi pequeño Alí, nuestro pasado nos forma como personas, no lo olvides, pero tampoco te aferres a él. Déjalo fluir.
Desperté con esas palabras, suponía que mi mente tenía alguna razón para decirlas en ese momento, pero yo ignoraba el por qué lo hacía. Mientras me levantaba de la cama me pregunté por ese baúl, ¿dónde lo había guardado?, ¿seguía en la casa? Valía la pena revisar.
—Aquí está —dije cuando lo encontré.
Todavía seguía en el mismo lugar que la última vez que lo abrí. Lo había escondido en el comedor, específicamente, en el enorme mueble de roble en el que mi abuela guardaba las tazas y los platos de porcelana. Aquellos que usábamos en las fiestas, y que ahora carecían de uso.
Dejé el baúl sobre la mesa, y por unos segundos me debatí si debía abrirlo, no por nada lo había guardado durante años, era un recuerdo muy doloroso y una parte de mí prefería mantenerlo encerrado y escondido como hasta ahora.
Las palabras de mi abuela llegaron a mi mente, junto con el sermón que le había dado a Lore sobre su madre y el canto. Vaya hipócrita estaba hecho si incitaba a otros a afrontar su pasado cuando yo no podía con el mío propio.
Con lentitud abrí la tapa del baúl, y para sorpresa de nadie, no pasó nada. Por alguna razón esperaba algo así como una ola de recuerdos dolorosos y felices en mi cabeza, o un repentino sentimiento de náuseas o de emoción, pero nada. «Creo que he visto demasiadas películas»
Tomé la primera hoja que pude ver y la leí, la verdad era que tenía una letra espantosa y unos errores de ortografía que le provocarían ceguera a cualquier profesora de letras que lo leyera. En mi defensa, debía tener unos 8 años cuando los escribí, y nunca se me había ocurrido que podrían necesitar correcciones. En ese aspecto mi abuela resultaba muy indulgente, supongo que para no hacerme sentir mal.
Mientras leía las amarillentas hojas escritas en lápiz, el sonido del timbre me sacó de mi transe. «¿Quién será a esta hora?» pensé un poco molesto por la interrupción.
—Hola Alí, espero no interrumpir, vine a traerte esto.
—Señora Hunter, no interrumpe ¿ese es el rodillo?
—Sí, vine a traértelo, pero pensé que ibas a empezar hoy con la pintura.
—Ayer me dejaron salir temprano, y decidí adelantar un poco.
—¿Ese viejo de Ross te dejó salir temprano? —preguntó con mucha extrañez.
—Lo sé, pero al parecer vino su nieto y se volvió una persona totalmente diferente.
—Con razón, Ross nunca pone mala cara con su nieto, lo adora.
—Usted realmente sabe todo de todos ¿no?
—Solo lo que me interesa jovencito —me dijo con una sonrisa en su rostro que me puso la piel de gallina —nos vemos Alí.
—Sí… adiós.
El resto de la mañana la pasé pintando la casa. Mientras desayunaba había visto en el noticiero que podía caer un poco de lluvia por la tarde, por lo que de inmediato me puse manos a la obra. Si todo iba según mis cálculos, debía terminar para la hora del almuerzo.
Pasado el mediodía, el pronóstico del tiempo parecía cada vez menos acertado. El cielo parecía decir que se la pasaría todo el día despejado, cosa que me convenía, pues todavía me faltaba la parte de enfrente de la casa.
—Solo un poco más Aliberth Wood, luego podrás descansar el resto del día —me dije para motivarme.
Dieron las 4 de la tarde cuando por fin cubrí el último trozo sin pintar. Sin más que hacer me dejé caer en el patio delantero con una gran satisfacción. La sensación de haber podido pintar toda la fachada de la casa en solo un día y medio era indescriptible, y el sentimiento de haberlo hecho por mi propia cuenta, lo hacía mucho mejor.
—¡Por fin terminé! —declaré con total satisfacción, mientras estiraba mi cuerpo en el césped de la entrada.
—Muy bonito, pero es una lástima que el color no combine con el techo.
Me encendí como una antorcha ante ese comentario, «no solo metiche sino también criticón» pensé. Había veces en las que odiaba que en este pueblo las personas se tomaran todo de una manera tan familiar. Me levanté de manera muy repentina y me giré ante el chismoso que opinaba de mi arduo trabajo.
—Que buen dato, pero nadie le preguntó su… ¿Natasha?
—Hola Alí, ¿cómo va todo?
Me quedé helado, cosa curiosa pues tenía bastante calor. De pie sobre la cerca de madera, estaba Natasha con su conjunto deportivo y una expresión bastante juguetona en su rostro. Si bien era la segunda vez que la veía con ese atuendo, todavía no me acostumbraba a verla con una cola de caballo y ropa tan informal. Cada vez que la miraba, mi corazón latía el doble de rápido, y con lo agitado que estaba por el trabajo, mi pecho parecía a punto de explotar.