Hasta la fecha, esa había sido la semana más extraña de toda mi vida. El señor Ross comportándose como una persona amable, aunque solo lo hacía frente a su familia; Lorena pensando seriamente en volver a cantar, cosa que había llegado a creer imposible. Y por último, pero no menos importante, mis encuentros ocasionales con Natasha que cada vez que hablábamos el tiempo parecía detenerse (al menos para mí). Uno pensaría que después de todos esos eventos las cosas se asentarían un poco. Pues no.
Era un lunes como todos los otros, muchos clientes, muchas mesas ocupadas y mucho, pero que mucho trabajo. Aun así se sentía una extraña sensación en el aire, había algo diferente.
El señor Ross, si bien todavía seguía siendo un cascarrabias adicto al trabajo, parecía tener un aire mucho más relajado y se lo notaba bastante sonriente y cordial (con los clientes por supuesto), pero sobre todo se lo veía feliz.
—Dígame señor Ross, ¿cómo le fue con su nieto?
—¿A qué viene esa pregunta chico?
No venía a nada la verdad, de hecho no sabía muy bien por qué le estaba preguntando eso si era evidente que se molestaría conmigo, pero la curiosidad que tenía era más fuerte que cualquier instinto de autopreservación que poseyera. Por suerte no era el único al que le interesaba.
—¡Yo también quiero saber! —exclamó Lore apoyando la bandeja que traía en la barra.
Mientras atrapaba una cuchara en el aire sentí el resoplido de molestia que nuestro jefe hacía cuando no quería hablar de algo, principalmente sobre todo el espectro de las cosas que provocan felicidad. Aun así nos respondió.
—¿Qué les hace creer que se los voy a decir?
—Porque somos sus empleados favoritos.
—¿Desde cuándo? señorita “siempre llego tarde”
—¿Y qué tal a mí? —sugerí.
—A ti lo único que te voy a decir es…¡que estás haciendo un gran trabajo!
Casi me muero del susto en cuanto dijo esas palabras, de hecho había pensado que le estaba dando un infarto por el repentino cambio de humor que había sufrido. Por suerte para todos, ese no era el caso. Desde la entrada se escuchó la campanilla de la puerta y un jovencito apareció con más ánimos que cabello en la cabeza (y eso que tenía un gran pelo rubio).
—Miren nada más, si es el pequeño Louis —dijo con satisfacción el hombre mientras salía a su encuentro.
Esta vez la sorpresa se extendió hasta las mesas de los clientes, que susurraban y comentaban la escena completamente incrédulos. De cierta forma eso me hizo sentir mejor, hasta ahora había creído que nuestra reacción había sido rara y hasta un poco grosera, pero viendo como la mayoría de los clientes frecuentes reaccionaba, estaba seguro que ese lado del señor Ross era un completo misterio para todos.
—¿A qué debo esta visita? ¿No se iban a ir hoy?
—Le pedí a mamá que me dejara quedar un poco más.
—Nos iremos esta tarde —agregó la mujer desde la entrada —¿No te molesta que se quede un poco más?
—Claro que no.
—Genial, tengo que encontrarme con una conocida ¿te importa cuidarlo un rato?
—Sin problemas.
Juraría que vi un pequeño esbozo de duda en sus ojos, podría apostar 10 litros del mejor café del mundo a que el señor Ross no estaba del todo seguro en querer cuidar a Louis en ese momento, y no podía culparlo, el local estaba lleno y era poco probable que él pudiera dedicarse por completo a su nieto. Sea como fuese ya había aceptado y el pequeño Louis estaba con nosotros.
Contrario a lo que pudiera parecer, Louis Ross era un chico muy calmado y obediente, en cuanto fue necesario que el señor Ross se retirara a la cocina, el chico se quedó sentado en la barra y observó el lugar como si este le perteneciera. Anotaba todo lo que sucedía en una pequeña libreta naranja, el valor de los pedidos, la cantidad de mesas, incluso llegué a ver un apartado con nuestros nombres.
El chico parecía llevar registro de todo lo que sucedía en el lugar, eso me provoca mucha curiosidad, aunque Lore creía que era un engaño del señor Ross que buscaba tener otro par de ojos vigilando si nosotros trabajamos o no. Al final no pude resistirme y me acerqué a él.
—¿Qué te parece tomar un pequeño descanso? —sugerí con una taza de café con leche en mi mano.
—Eres el cafetero ¿no? —preguntó aceptando mi oferta.
—Mmm… no creo que ese sea el término correcto, pero sí. Gran parte de mi trabajo es hacer los mejores cafés del pueblo. Modestia aparte.
—El abuelo dice que todos exageran tus habilidades.
—Ya veo —comenté conteniendo como pude mi molestia —pero no deberías juzgar algo por la opinión de un externo. Lo mejor es probarlo por ti mismo.
El chico miró la taza con aire incierto, como si quisiera medir su sabor sin probarlo. Al final lo probó con un sorbo tímido de sus labios. He de decir que no era muy común que me pidieran ese tipo de infusión y siendo honesto, me tenía más confianza preparando otros tipos de cafés, pero al parecer fue suficiente para contentarlo.
—¡Está increíble!