Café para 2

Capítulo 13

La conversación no acabó de buena forma. Puede que tuviera mis motivos, y que estos fueran extremadamente válidos para justificar mi enojo e indignación en aquel momento. Aun así creo que no había manejado la situación de un modo correcto, o por lo menos de la mejor forma que podía.

Aquella tarde en el local discutí con Natasha por haber publicado uno de mis textos sin mi consentimiento. No diré que fue algo impensable la idea de que ella quisiera publicar alguno, sabía que se dedicaba a eso, pero no esperaba que en solo un par de días llevara mi cuento y lo publicara en el periódico. 

Estaba consciente de que desconocía muchas cosas de su trabajo como editora y del servicio de redacción del pueblo, pero debió haber alguien que le dijera “oye no puedes publicar esto sin el permiso de la persona”. Sea como fuese, el daño estaba hecho, y el miércoles por la mañana la mitad del pueblo leyó un cuento que escribí a mis 15 años.

El remate del chiste fue que Natasha había enviado mi texto a su editorial para que lo publicaran bajo su sello (o algo así), lo cierto es que no pude entender mucho de lo que dijo, yo estaba muy conmocionado por la noticia. 

Puede que pareciera extraño, estaba consciente de que miles de personas quieren que sus textos vean la luz y sean conocidos por todo el mundo, pero ese no era mi caso, esos cuentos representaban una parte de mí que hacía tiempo había enterrado, y ahora todos me lo recordaban.

Sobra decir que los siguientes días a ese momento fueron una vergonzosa experiencia para mi pobre persona, no podía caminar un par de cuadras sin encontrarme a alguien que hubiera leído ese cuento. En su mayoría eran conocidos míos, amigos de mis abuelos o compañeros de la secundaria, en fin, todo el pueblo lo sabía.

—Qué pesadilla.

No sé por qué te estás quejando, ¡eres famoso!

—Es por eso que lo hago —gruñí.

¿A qué te refieres?

—¿Cómo te sentirías si mañana la persona que te gusta publicara una canción tuya en la radio?

Ok te entiendo, pero no puede ser tan malo ¿o sí? Además yo también creo que fue buena idea, tus cuentos son tan buenos como tu café. Ella estaría orgullosa…

Ni lo intentes…

—De acuerdo, me pasé… pero sabes que no tiene sentido seguir ocultando el pasado. Tú mismo me lo dijiste.

No pude rebatir nada, Lore tenía razón, yo había sido uno de los que la había impulsado a volver a cantar, pese a lo que eso representaba para ella, y aun así, ahí estaba yo, echado en mi cama quejándome como un auténtico adolescente.

—Doy pena…

¿Qué dijiste?

—Nada, necesito un descanso.

Entonces yo tengo la solución.

—No.

—Ni siquiera me dejaste terminar de hablar…

—Es viernes por la tarde, sé lo que quieres hacer y la respuesta es no.

—Por favor Alí, nunca sales conmigo por la noche. Sé que te divertirás

—Te lo he dicho muchas veces, no me gustan las fiestas.

Esta no es como las otras fiestas, una amiga cumple 18 años y dejó que invitáramos a nuestros amigos cercanos.

—¿Cómo se llama?

Lucía Bravo.

—No me convence.

¿Es en serio?

—No, pero necesitaba una excusa.

Oí a mi amiga refunfuñar al otro lado del teléfono, en otras circunstancias me habría reído de ella y eso me habría levantado el ánimo, pero tenía tanto en la cabeza que me era imposible esbozar una sonrisa. Como si pudiera leerme los pensamientos Lore notó mi malestar.

Por favor Alí, ¿por qué no lo intentas? En el peor de los casos nos volvemos. Lo prometo.

No sé muy bien por qué, pero acabé aceptando, no tenía intenciones de pasar toda la noche pensando en Natasha y el cuento, además sería mi primera fiesta desde la secundaria, y tenía un poco de curiosidad.

—Ya qué, supongo que puedo probar.

¡Sí, lo logré! Estaré allí pronto.

—¿Qué tanto?

En ese momento escuché el sonido del timbre y entendí por qué Lore se escuchaba tan agitada al teléfono. La sensación de que lo tenía todo planeado cuando me llamó vino a mi mente, pero la ignoré, de todas formas así era ella.

—¡Ya voy!

***

Eran cerca de las 9:30 cuando Lore y yo salimos de casa. Las calles del pueblo por la noche me hicieron recordar la “cita nocturna” que tuve con Natasha. Obviamente, ese recuerdo no ayudó a que mi ánimo mejorara, de hecho empezaba a arrepentirme de ir cuando mi amiga dijo.

—Mira, ahí está el galpón. Es donde se hará la fiesta.

Mi amiga señalaba un enorme galpón, con paredes de ladrillo y techo de chapas metálicas, era el típico lugar donde habría un estacionamiento o un almacén de objetos de construcción; pero no, mientras más nos acercábamos más notorias eran las luces de colores que salían de las ventanas. Una idea me surgió.




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