Fue el sueño más raro que tuve, caminaba en medio de la noche por un camino de tierra, todo estaba oscuro y la única cosa que podía ver clara era la silueta de un unicornio rosa. Este unicornio me llevaba a través del camino, no sabía muy bien hacia donde, pero no estaba muy emocionado por ir. Así permanecimos por lo que me parecieron horas, hasta que un resplandor blanco apareció por detrás nuestro, de allí una elegante garza se posó sobre mi hombro y me llevó volando lejos del unicornio.
El camino con la garza se me hizo mucho más llevadero, no podía dejar de mirarla, su plumaje blanco con tonos oscuros, su pico color crema y unos ojos brillantes como esmeraldas. De alguna forma se sentía conocida, como si ya la hubiera visto muchas veces (aunque no podía recordar haber visto una garza en toda mi vida), sea como fuese, el animal me llevó hasta su nido y allí, acurrucada a mi lado, me dormí.
Desperté con un horrible dolor de cabeza, parecía como si me hubieran echado encima una casa completa, con todo y muebles, pero cuando la tanteé esperando ver algún chichón o herida, no encontré nada fuera de lo normal. Bueno, nada excepto el ventilador que estaba colgado del techo de la habitación, ventilador que no recordaba tener en mi casa.
Sentarme en la cama tampoco ayudó a aclarar mi estado de confusión, el dolor que sentía se había multiplicado a tal grado que parecía que me estaban taladrando la cabeza constantemente, sentía mi cuerpo frío a pesar de que estaba tapado y lo más importante, estaba en un lugar completamente desconocido.
—Esto no está pasando…
Rápidamente busqué a mi alrededor algo que esclareciera mi situación, pero no había nada más que cosas desconocidas que me generaban nuevas dudas. La habitación tenía paredes de color celeste, unos cuantos muebles no muy lujosos adornaban lo que parecía ser un piso de departamento. Estaba sobre una cama matrimonial, de sábanas verdes y con una fragancia a vainilla que me resultaba muy conocida, pero con mi dolor de cabeza y la situación en la que estaba, no podía concentrarme bien en ella.
En cuanto pude ponerme de pie sin tambalearme recorrí la habitación, esta era pequeña y no tenía nada destacable más que un par de cajas en un rincón (a las cuales no me atreví a acercarme) y una gran cantidad de papeles en la mesa del comedor junto a una computadora portátil.
—No puede ser —dije reconociendo la computadora.
De pronto todo tenía sentido, la fragancia que había por toda la habitación, la computadora portátil, las decenas de hojas con textos escritos y editados, ya sabía dónde estaba: era el departamento de Natasha.
No perdí tiempo y saqué mi celular del bolsillo, tenía poca batería y varios mensajes y llamadas perdidas, la mayoría de una sola persona: Lorena. El sonido de su voz a través del dispositivo me alivió en gran parte la angustia que tenía en ese momento, al menos hasta que habló.
—Vaya, vaya ¿se puede saber a dónde te fuiste anoche? Estaba muy preocupada de que…
—Lore, estoy en la casa de Natasha.
—¿Cómo dices? —preguntó incrédula.
—Acabo de despertar en el cuarto de Natasha… ¡en su cama! —exclamé con absoluto pánico en mi voz.
—Oh dios, dime que tienes la ropa puesta…
—Sí, ¿por qué preguntas…? ¡Lore, esto es serio! —la regañé.
—Bueno, bueno, era una pregunta válida ¿Estás bien?, te escucho un poco agitado.
—En realidad me desperté con un horrible dolor de cabeza y siento mi cuerpo pesado, como si me fuera a caer en cualquier momento. Además de que estoy mareado, con náuseas y en la casa de la mujer que me gusta sin saber por qué.
Una risa se escuchó al otro lado del dispositivo, como si no tuviera suficiente Lore se burlaba de mi situación, aunque seguía sin entender qué era lo que le hacía tanta gracia de todo lo que le había contado. ¡Estaba peor que cuando ella me contagió la varicela en primaria! Y eso ya era decir mucho.
—Alí, ¿anoche tomaste alcohol?
—Sí, un poco, pero ¿qué tiene que ver con…?
—Alí, eso que sientes es resaca. Y por cómo lo dices, creo que es la primera ¡Felicidades!
—Yo no le veo lo bueno para recibir una felicitación.
—Eres insufrible. En fin, ¿qué vas a hacer ahora?
—¿A qué te refieres?
—Estás en la casa de la personas por la que babeas todas las tardes en el trabajo, yo que tú escaparía de allí antes de que me diera un infarto.
—No me va a dar un infarto, creo. Y no babeo en el trabajo.
—Ajá.
—¿Sabes qué? Olvídalo, te llamo luego.
Corté la llamada tan rápido como me di cuenta de que mi situación podría ponerse mucho peor de lo que ya era. Y es que había una cosa de la que hasta ese momento no me había percatado, y es que estaba en la casa de Natasha, pero ella no estaba allí.
La sola idea de que ella regresara y me encontrara en su casa, habiendo dormido en su cama, y habiendo llegado allí por quién sabe qué casualidad del destino, me aterraba por completo. Tenía que encontrar una forma de escapar de allí, estaba en la casa de Natasha, es decir, en los departamentos Liz. Para poder salir a la calle debía bajar a la planta baja, cruzar el patio central y salir por la reja principal sin que nadie me notara.